La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

mussolini ‘anno c’

100 años de la era fascista

El rey Vittorio Emanuele III confió a Mussolini la jefatura de Gobierno para acabar con los conflictos en Italia [] Los fascistas llegaron al poder con el respaldo de 306 votos parlamentarios, y el rechazo de los 116 diputados socialistas, además de siete abstenciones

Marcha de los «camisas negras» sobre Roma el 28 de octubre de 1922, recreada por el pintor futurista Giacomo Balla. Mussolini, en el centro, rodeado por los dirigentes fascistas. | LP/DLP

«El fascismo está ahora cerca de resolver su desgarro interior: si ser un partido legalista, es decir, un partido de gobierno, u optar en cambio por ser un partido insurreccional. En cualquier caso, ningún gobierno se podrá sostener en Italia si tiene en su programa las ametralladoras apuntadas contra el fascismo. Si de esta crisis fuera a salir por ventura un gobierno de violenta reacción antifascista, nosotros responderemos a la reacción con la insurrección, tomen en cuenta estas afirmaciones mías, que confío a su meditación y a su conciencia».

(discurso parlamentario de benito mussolini, 26 de julio de 1922. tomado y adaptado de scurati)

La jornada del 28 de octubre de 1922 empezó en Italia con la propuesta del legítimo gobierno al rey Victorio Emanuele III para que proclamase el estado de excepción a causa del sinfín de conflictos y ataques perpetrados en todo el país por los escuadristas de los fascios de combate. El monarca decide entonces encomendar a Mussolini la jefatura del Ejecutivo como método para acabar con la violencia. Pone al zorro a guardar el gallinero. Pocos días después el Parlamento le otorga su confianza con 306 votos a favor, 116 en contra (los de los socialistas) y siete abstenciones. Los fascistas habían ganado su primer reto: hacerse con el poder. Cien años se cumplen ahora de este suceso histórico. En octubre de 1927 se decretó la obligación de añadir, junto a la fecha de uso común, el año de la era fascista indicada en números romanos. La fecha de inicio adoptada fue la de «la marcha sobre Roma», el 28 de octubre de 1922, es decir, que si continuara esta norma en vigor la fecha del 28 de octubre de 2022 se acompañaría con Anno C de la Era Fascista.

El término fascio proviene del símbolo de poder de la antigua Roma, pero un «fascio» era en la Italia de comienzos del siglo XX, una agrupación, una asociación, casi un club, y el término no tenía connotaciones políticas. Eso empezó a cambiar cuando el 23 de marzo de 1919 se celebró una reunión en la piazza San Sepolcro de Milán en que se constituyeron los «Fascios de Combate», cuyas prioridades, aprobadas a petición de Benito Mussolini, eran: honrar y valorar a los combatientes italianos en la Gran Guerra, defender el derecho de Italia a llevar a cabo una política colonial (o imperialista) y aceptar la guerra como forma de actuación (contra el sentir de los pacifistas). Casi todos los componentes de esta primera reunión de los fascios eran antiguos soldados de los arditi, es decir de los combatientes de primera línea, algo así como de las fuerzas especiales, en la guerra contra los austro-húngaros, que Italia acababa de ganar, aunque con un enorme desgaste en hombres y en recursos, y que ahora (1919) se encontraban desamparados por el Estado en una nación hundida en la depresión. El programa de los Fascios de Combate se publicó en Il Popolo d’Italia tres meses después, y era un programa revolucionario, extremista y anticomunista. El ideario fascista había puesto su primera piedra.

Benito Mussolini (1872-1945) fue bautizado como «Benito» en español y no como «Benedetto» en italiano como homenaje a Benito Juárez (el revolucionario mejicano al que admiraba su padre), y había tenido una juventud movida. Afiliado al partido socialista, entonces marxista-leninista, dirigió el periódico de esa organización Avanti!, desde 1912 a 1914. En esta última fecha deja el Avanti!, y sin solución de continuidad pasa a dirigir Il Popolo d’Italia, de ideología casi opuesta, por lo que fue expulsado del partido socialista. Después de muchos avatares y contratiempos en que fue profesor, exiliado en Suiza, soldado en los Alpes, etc., ideó, con otros varios que luego fueron perdiendo protagonismo, una nueva forma de conseguir el poder, valiéndose de la democracia cuando les interesaba como método de ascenso pero también de la intimidación y la violencia, que no tenían ningún reparo en ejercer en un país empobrecido por la guerra, que había consumido toda la energía de Italia y estaba dolido por la muerte de un millón de sus jóvenes.

Los fascistas habían ganado su primer reto: hacerse con el poder. Este sentimiento explica en gran parte el vertiginoso ascenso del fascismo, una ideología sin formar pero que parecía proteger al capitalismo y a la forma de vida, cultura, religión, que deseaban la mayoría de los italianos. Mussolini, con su actuación contraria a la huelga general convocada por los sindicatos en junio de 1922, pero también con sus editoriales diarios desde Il Popolo d’Italia, no desperdiciaba ocasión de generar miedo frente al socialismo marxista y, sensu contrario, confianza en los fascistas.

Tras unas elecciones en que el partido que capitaneaba Mussolini consiguió treinta y cinco de los quinientos escaños, los fascistas deciden imponerse por la fuerza y crean una violencia desmedida por toda Italia que el débil Gobierno surgido de las urnas no fue capaz de controlar. En ese marco, organizan «la marcha sobre Roma» con las escuadras de «camisas negras» que partiendo de toda Italia se concentran en la capital. El rey Vittorio Emanuele III (1869-1947), en la jornada del 28 de octubre de 1922 que empezó con la propuesta del legítimo gobierno al monarca para que proclamase el estado de excepción dado el sinfín de conflictos y ataques perpetrados en toda Italia por los escuadristas de los fascios de combate, decide encomendar a Mussolini la jefatura del gobierno como método para acabar con la violencia (pone al zorro a guardar el gallinero). Pocos días después el Parlamento le otorga su confianza con 306 votos a favor, 116 en contra (los de los socialistas) y siete abstenciones. Los fascistas habían ganado su primer reto: hacerse con el poder. Con una ley electoral ad hoc, el 25 de enero de 1924 disuelven el Parlamento y el 6 de abril se celebran elecciones, donde obtienen mayoría absoluta. Mussolini es ya dueño y señor del poder en Italia, dentro del muy forzado ámbito legalista al que se alude inicialmente en este texto.

En 1924 sucede el caso que puso en riesgo su posición. Giacomo Matteotti era un diputado socialista que se convirtió en la pesadilla de Mussolini. Sus discursos en el Parlamento y sus libros, donde denunciaba la violencia de los fascistas eran un martirio para el Duce (ya se había ganado ese título). En junio, después de una tormentosa sesión parlamentaria, Matteotti desaparece y su cadáver es encontrado varios días después. Las investigaciones que de mala gana realiza la policía no dejan duda de la implicación de personas muy próximas a Mussolini. Es un escándalo que trasciende las fronteras. Podría recordar de alguna manera el caso Calvo Sotelo de España pero con una simetría inversa. Mussolini niega cualquier implicación pero está a punto de costarle el cargo y aunque algunos fascistas de los que podríamos llamar de buena fe se dan de baja en el partido y los liberales, y también el Ejército, lo repudian, todo se va tapando ya que para entonces en Italia se había perdido la esencia de la democracia y hasta el sentido de la ética.

Entre 1926 y 1940, Mussolini ayudado por una fuerte propaganda se va convirtiendo en una figura intocable y casi divina en el ámbito del fascismo. Cierto que él era un hombre inteligente y trabajador (las obras completas de lo escrito por el Duce ocupan cuarenta volúmenes), pero es la devoción de sus fieles lo que lo encumbra. El Duce siempre tiene razón, nada ni nadie lo puede discutir.

Son años en que consigue desbloquear la situación con la Iglesia católica firmando el Pacto de Letrán (1929), cuando se embarca en la aventura colonial de someter a Etiopía (1935), cuando entra en contacto con Hitler (1934) al cual deslumbra en sus primeros encuentros, cuando acomete la modernización de las infraestructuras italianas construyendo autopistas que son la envidia del resto de Europa. Es un tiempo de gloria para él aunque de magro provecho para los italianos que pierden cualquier atisbo de libertad ante la violencia con el que el fascio impone sus criterio y donde el racismo y el antisemitismo van ganando fuerza. El fascismo va consolidando su programa ideológico y se define como un partido con un compromiso «total», es decir, un régimen en el que «todo sería para el Estado, nada quedaría fuera del Estado y nadie estaría contra el Estado». Según Mussolini, el Estado debía controlar todos los aspectos de la vida económica y social, sería un partido totalitario, lo que solo años después se interpretaría en sentido negativo.

Cuando llega la Segunda Guerra Mundial, Mussolini no ve clara la participación de Italia, pero nueve meses después, en junio de 1940, en el mejor momento de las tropas nazis, da el paso y se dirige a la muchedumbre que lo aclama: «Vamos a la lucha contra las democracias plutocráticas reaccionarias de Occidente que, en todo momento, han obstaculizado la marcha y, a menudo, atacado la propia existencia del pueblo italiano». Conocemos el resultado.

El 25 de julio de 1943, la guerra ya está perdida, Mussolini es detenido por orden del Rey, que le tiende una celada después de haber sido su cómplice durante 15 años, y es encarcelado en Gran Sasso, un pueblo de los Apeninos. Cuando en septiembre Italia se rinde a los aliados, los paracaidistas del Lehrbataillon de la Segunda División del general Kurt Student, enviados por Hitler lo liberan. «Eran las dos de la tarde del domingo 12 de septiembre cuando, remolcados por aviones Henschel 126, los planeadores DFS 230 que transportaban a los paracaidistas de Student aterrizaron al pie del funicular del hotel» cuenta J. Navarro.

Mussolini crea entonces la llamada República de Saló (Saló es una localidad cercana al lago Garda donde se instaló la capital de esta república títere) cuya única misión es ayudar a Alemania. La guerra sigue y al retirarse el ejército nazi, Mussolini se une a un grupo de los que huían, pero cae en manos de los partisanos que lo fusilan el 28 de abril de 1945, y luego lo exhiben colgado boca abajo en una imagen que se hizo icónica para el fin de una dictadura.

La Era Fascista había terminado en Italia. En el resto del mundo seguiría y sigue en algunos países, entre los que España fue un modelo casi calcado aunque lógicamente con diferencias durante cuarenta años. Cien años después ya no es necesario añadir nada a la fecha de cada día y eso nos hace algo más libres.

Compartir el artículo

stats