Espectáculo

Carrà, una leyenda hecha a sí misma

El periodista Paolo Armelli analiza en un libro a este símbolo intergeneracional adelantado a su tiempo que, a golpe de cadera, abogó por el empoderamiento femenino y la libertad sexual

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(L) | LP/DLP / Sergio del Amo

Sergio del Amo

De pequeña, Raffaella Carrà soñaba con ser coreógrafa. Con 14 años se desplazó de su Bolonia natal a Roma para matricularse en la Academia Nacional de Danza. Una vez ahí, no le quedó más remedio que claudicar: su profesora, la bailarina Jia Ruskaja, le dijo que sus tobillos eran «demasiado frágiles» para dedicarse al ballet. En vez de venirse abajo, aquellas palabras la animaron a explorar otros caminos. Fue actriz, vedete en programas de variedades, cantante políglota y presentadora. Visto en perspectiva, también fue una inconformista de manual: una vez ganado el corazón de todos los italianos, a mediados de los 70 se propuso repetir la hazaña en nuestro país.

A las puertas de cumplirse un año y medio de su fallecimiento, a los 78 años, y con una plaza en el barrio madrileño de Chueca que lleva su nombre, Blackie Books acaba de editar El arte de ser Raffaella Carrà.

En sus páginas, el periodista Paolo Armelli analiza en profundidad su polifacética figura y cómo se convirtió en un símbolo intergeneracional, adelantado a su tiempo, que abogó por el empoderamiento femenino y la libertad sexual. Gracias a ella, Italia y España se modernizaron a marchas forzadas.

Rechazó a Frank Sinatra

En 1952, con apenas 8 años, debutó en la gran pantalla de la mano de Mario Bonnard en Tormento del pasado. A partir de 1958, apareció en otros tantos largometrajes, aunque su gran oportunidad llegaría en 1964. En los albores de su carrera, el mismísimo Frank Sinatra quiso que apareciera en El coronel Von Ryan, una cinta bélica ambientada en la Segunda Guerra Mundial y rodada en Italia, dirigida por Mark Robson. El más ilustre miembro del Rat Pack la atosigó con ramos de rosas, cenas y lujosos regalos. Ella le dio calabazas.

Se trasladó a la meca del cine persiguiendo el sueño americano, pero pronto se dio cuenta de que Hollywood no era su lugar. Renunció a participar en otros dos filmes en inglés que había firmado con 20th Century Fox y volvió mucho antes de lo previsto a Italia. Sinatra la olvidó rápidamente y el 19 de julio de 1966 contrajo matrimonio con la actriz Mia Farrow.

Boquiabiertos

El 14 de marzo de 1970, una jovencísima y aún desconocida Carrà debutó en el programa televisivo de variedades Io, Agata e tu, presentado por el cantante Nino Ferrer. Únicamente estaba previsto que apareciera en algunas escenas cómicas, pero ella pidió algo más: bailar tres minutos sola frente a las cámaras. Con un corte de pelo bob todavía castaño, y ataviada con un ajustado mono brillante, interpretó Il mio castello. Los espectadores se quedaron boquiabiertos al ver sus contoneos y, sobre todo, su mítico latigazo de cabeza hacia atrás.

Como recoge el libro, su madre, Iris, la llamó al día siguiente para preguntarle: «¿Eras tú la de la televisión? Nunca te había visto tan poderosa». Gracias a esa actuación, que nada tenía que envidiar a los mejores números de Broadway, a los pocos meses la Rai 1, el principal canal de televisión de la Radiotelevisione Italiana, le ofreció presentar el popular Canzonissima, cada sábado por la noche, junto a Corrado Mantoni.

A diferencia de otras divas que cambian de look constantemente, ella siempre fue fiel a su imagen. Antes de adoptar el apellido artístico Carrà, en honor al pintor futurista Carlo Carrà, era morena. Durante un tiempo se aclaró el pelo para parecer castaña, pero la metamorfosis definitiva se produjo a principios de los 70, coincidiendo con la emisión de Canzonissima: su primer gran amor, el presentador Gianni Boncompagni, la alentó a teñirse de rubia. Obviamente, no se puso en manos de cualquiera. Confío en los Vergottini, una dinastía de peluqueros, afincados en Milán, conocidos por importar las últimas tendencias de Londres y París. Cele Vergottini fue el artífice del cambio de color y aquella melena corta y simétrica, con un ligero flequillo, que tras cada movimiento recuperaba su forma sin necesidad de usar kilos de laca.

Después de que Cele muriera en enero de 1973, continuó viajando asiduamente de Roma a Milán para que el resto del clan Vergottini mimara su icónico peinado.

Milleluci, el nuevo programa de variedades que la Rai estrenó en 1974, iba a contar con la cantante Mina y Alberto Rabagliati como conductores. No obstante, tras grabar el programa piloto, Rabagliati falleció repentinamente. Como Carrà había sido invitada al primer episodio, Mina le propuso al director que le diera más protagonismo. Al final, las dos lo presentaron juntas. Ya en los ensayos, surgió lo que la prensa italiana bautizó como la guerra de los tacones.

El coreógrafo y director Gino Landi, tal como se hace eco el El arte de ser Raffaella Carrà, confirmó la leyenda: «Mina, que era más alta que Raffaella, decidió ponerse tacones. Carrà tomó medidas, Mina tensó la cuerda poniéndose otros más altos... y así siguieron hasta que los operadores las frenaron por miedo a que las dos se salieran del plano». Más allá de la anécdota, quienes trabajaron con ellas aseguran que mantenían una estupenda relación entre bambalinas.

El baile de la discordia

Para Luca Sabatelli, su diseñador de vestuario predilecto, los vestidos de Carrà eran armaduras que le posibilitaban derribar prejuicios y conquistar cualquier escenario.

En 1970, verbigracia, pasó a la historia por ser la primera mujer en mostrar el ombligo en la televisión pública italiana: ocurrió en la cabecera de Canzonissima, mientras bailaba Ma che musica maestro. Si bien nadie se atrevió a atacarla por exhibir una parte tan trivial de la anatomía, las tornas cambiaron el 13 de noviembre de 1971.

Esa noche, también en Canzonissima, estrenó el célebre Tuca Tuca, una canción cuya coreografía consistía en tocar con las manos algunas partes de sus esbeltos bailarines. Varios ejecutivos de la Rai pretendieron censurarla. El Vaticano, a través de su periódico, L’Osservatore Romano, inició una campaña de desprestigio alegando que aquellos pasos eran demasiado provocadores.

Lejos de dejarse intimidar, en el siguiente programa volvió a bailar la canción en compañía del actor Alberto Sordi, una de las personalidades más queridas del país. En un santiamén, con el respaldo del rey de la comedia italiana, zanjó la polémica.

Así era la Carrà, que tendría en España una acogida tan grande con su humanidad.

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