Tradicionalmente se ha vinculado el culto a Baco con un origen griego. Sin embargo, fue el historiador romano Tito Livio quien aseguró que el ritual llegó a Roma desde Etruria, en donde se ha demostrado el culto a Dionisos mediante frecuentes orgías nocturnas. A pesar de lo controvertido de su origen, lo que sí sabemos con certeza es que los cultos en honor a Baco fueron celebrados durante largo tiempo por poblaciones italianas.
Nuestra historia comienza con un joven romano llamado Ebucio, quien vivió a principios del siglo II a.C. Era hijo de un caballero muerto en combate, por lo que quedó bajo la tutela de su madre. Ésta volvió a casarse con Tito Sempronio Rútilo y ambos hicieron uso de los bienes heredados por el joven, dejándole sin nada. Al llegar Ebucio a la mayoría de edad comenzó el conflicto por su tutela. La madre, en honor a una promesa que había hecho a Baco cuando su hijo había estado enfermo, decidió iniciar a Ebucio en el culto a la divinidad.
En este punto aparece una cortesana liberta llamada Híspala Fecenia, de posible origen hispano, que había seguido ejerciendo la profesión tras la muerte de su dueño. Híspala y Ebucio se convirtieron en amantes. Por el intenso amor que sentía, a Híspala no le sentó muy bien la noticia de que Ebucio fuese a ausentarse unas noches para iniciarse en el culto a Baco. Por ello, advirtió a su amante de que ella, cuando era esclava, fue iniciada al culto por su dueña y que este escondía diversas actividades en las que la moralidad y el decoro no tenían cabida. Híspala le avisó también de que la única intención de su madre y su padrastro era arruinar su reputación para quedarse con sus bienes. Ebucio, convencido, anunció a sus padres de que no participaría en las bacanales, y fue expulsado de su hogar. El joven se refugió en casa de su respetable tía Ebucia, quien le aconsejó denunciar a sus padres ante el cónsul Postumio Albino. Postumio, un patricio cuyo padre había muerto en una humillante derrota de las legiones frente a los galos, creía que si conseguía destruir las bacanales conseguiría restaurar su honor y el de su familia. Lo primero que hizo fue convencer a Híspala para que confesara prometiéndole la inmunidad.
Tito Libio lo expresó así: «Desde que los ritos eran promiscuos y se mezclaban hombres y mujeres, no había delito ni inmoralidad que no se hubiera perpetrado allí; eran más numerosas las prácticas vergonzosas entre hombres que entre hombres y mujeres. Los reacios a someterse al ultraje eran inmolados como víctimas. Los hombres, como posesos, hacían vaticinios entre frenéticas contorsiones corporales; las matronas, ataviadas como bacantes, con el cabello suelto, corrían hasta el Tíber con antorchas encendidas y las sacaban del agua con las llamas intactas porque contenían azufre vivo y cal. Era una multitud muy numerosa, y entre ellos algunos hombres y mujeres de la nobleza». Se captaba sólo a los menores de 20, los «más permeables al engaño y la corrupción».
Gracias a la confesión de la cortesana, Postumio expuso el caso ante el Senado. Se aprobó un senadoconsulto sobre la demanda por el que se denunciaba la «impía conjura de los cultos extranjeros» también de «los hombres enteramente afeminados, corrompidos y corruptores, embrutecidos por las vigilias, el vino...» El número de implicados llegó a unos 7.000. Se conoce como la primera caza de brujas de la historia de Europa. Se ofrecieron recompensas para los que delataran a los adeptos y Ebucio e Híspala fueron recompensados con cien mil ases de bronce cada uno.
Los acusados que no acudían a las citas eran considerados en rebeldía y los que habían «profanado sus cuerpos» eran reos de pena capital. En el caso de las mujeres, eran entregadas a sus familias para que se las eliminara discretamente.
Pese a lo detallado de esta historia, existe poca información sobre este tipo de ritos y hay motivos para pensar que la persecución contra las bacanales fue, en realidad, una reacción de las clases dominantes contra las alteraciones como consecuencia de las guerras contra Aníbal. También es determinante el papel de la mujer en la sociedad romana. Durante las guerras, las mujeres, viudas o temporalmente solas, aprendieron a gestionar sus bienes de manera independiente y se atrevieron a reclamar sus derechos. Por tanto, el escándalo de las bacanales de 186 a.C. se explica como un intento de restablecer el viejo orden romano y defenderse de la perniciosa influencia extrajera.