La otra guerra de Yaroslav

Entre bombas y desinformación un hombre ucraniano trata de recuperar a su hijo Sergei, joven voluntario de Jarkov a quien oficialmente daban por muerto P Tras una incesante y peligrosa investigación, el padre lo halló con vida en un chat de propaganda rusa donde exhiben a los prisioneros

Yaroslav, fotografiado la pasada semana en su casa de Járkov, con fotos familiales.

Yaroslav, fotografiado la pasada semana en su casa de Járkov, con fotos familiales. / Andrés Gutiérrez

Miguel Ayala

Miguel Ayala

Ni cazas, ni tanques, ni bombas, ni disparos... Ni tan siquiera el miedo que se presupone al habitar un territorio de guerra podrá jamás vencer el amor de unos padres por su hijo. Y la historia de Yaroslav, su esposa Yelena y el joven Sergei es un ejemplo de ello. Este ucraniano de 21 años, estudiante universitario de Económicas y desarrollador de software formado en Polonia, se alistó nada más comenzar la invasión de su país como voluntario para luchar contra el Ejército ruso. Lo destinaron a cuidar una escuela en Járkov pero a él aquello le sabía a poco y acabó enrolándose en otra cuadrilla que sí iba a primera línea de fuego pese a las reticencias de su familia que, de la noche a la mañana, perdió todo el contacto con el chico. En medio del caos bélico donde transcurre esta historia, Yaroslav es informado semanas más tarde de que su niño ha muerto; incluso le enseñan una foto del cadáver. Pero aquel no era su hijo. Yaroslav lo tenía claro: ese no era el bebé que dos décadas antes, en un país próspero y en paz, tomó por primera vez entre sus manos.

Movido por el amor y convencido de que su hijo no era aquel chaval muerto, Yaroslav inicia una investigación por cuenta propia moviéndose bajo el zumbido de las balas y el tronar de las explosiones por diversas ciudades donde, incluso, llegó a revolver escombros de un colegio bombardeado por los rusos en busca de Sergei.

Esperanza

En la mayoría de este tipo de reportajes ahora, en las siguientes líneas, se escribiría algo así como «cuando Yaroslav había perdido toda la esperanza...» Pero no es ese el caso porque este ciudadano ucranio siguió reuniéndose con militares compañeros de su hijo, habló con mandos ucranianos e incluso mantuvo contactos secretos con soldados rusos dispuestos a dejarse sobornar a cambio de información. Así logra este padre tener acceso a varios grupos de Telegram donde los rusos hacen propaganda y, en ocasiones, presumen de sus éxitos publicando fotos de los muertos o los prisioneros entre las cuales, un día, Yaroslav descubre a Sergei. Y esta vez no había duda: aquel sí era su niño.

El joven Sergei, antes de ser apresado.

El joven Sergei, antes de ser apresado. / Reproducida por Andrés Gutiérrez

«El 27 de mayo de 2022 subieron la foto de Sergii —así le dicen en casa— en ese canal; por fin le pude decir a su mamá que estaba vivo», recuerda Yaroslav. Desde entonces «sigo buscando la manera de sacarlo de allí».

Esta pesadilla, sin embargo, comenzó en febrero de 2022, nada más iniciarse la guerra, cuando Sergei se alista en Járkov como voluntario tal y como hicieron otros miles de jóvenes ucranianos por todo el país. «Sergii me informó de que iba a unirse a los voluntarios agrupados en las unidades de defensa territorial ucranianas, pero hubo explosiones y estuvo esperando en el metro hasta que terminaron. Por Telegram me pidió que llamara a su mamá porque, me dijo, no podía comunicarse con ella por teléfono, pero yo pude hacerlo en el primer intento; me di cuenta de que no quería informarle él mismo», escribe Yaroslav desde Járkov, rematando su explicación con dos emojis emocionados.

El estudiante de 21 años se alistó para defender a su país, pero un cambio de destino del cual no pudo alertar a su familia impidió que le siguieran la pista

Al estar en la misma ciudad, Yaroslav podía pasar a menudo por delante del colegio donde estaba destinado su hijo pero, en el fragor de aquellos primeros momentos de invasión rusa, ni él ni su madre lograron verlo en medio de aquel escenario de bombardeos y escombros.

Comunicaciones

El 27 de febrero de 2022, Sergei envía una foto a su padre junto al resto de hombres con quienes «se iba a su primera misión de combate contra el enemigo ruso», le dijo. «Al final del día», prosigue Yarolsav, «me manda otro mensaje contando que había más de 200 muchachos voluntarios en su unidad y me pidió auriculares, bufanda, ropa interior térmica...». Con esos artículos se desplazan los padres de Sergei al distrito de Osnovianskiy. «Allí lo vimos por primera vez desde que comenzó la guerra».

Yaroslav, fotografiado la semana pasada en su casa de Járkov.

Yaroslav, fotografiado la semana pasada en su casa de Járkov. / Andrés Gutiérrez

Los padres y Yelena, hermana de Sergei, dejaron de recibir comunicaciones del muchacho hasta el día 5 de marzo: «Ya dejé de contar las veces en que se suponía que me joderían», confesaba sobre los constantes bombardeos, uno de los cuales había dado de lleno en el centro escolar ucraniano donde se ocultaban. «Tuvimos numerosos heridos y muertos», añadía. «Muchos estaban bajo los escombros y los sacamos. Me sorprendió que reaccioné con absoluta calma ante lesiones graves y cadáveres», confesaba Sergei, que se salvó de milagro. «Le dijo a su madre que él no estaba en el momento en que las bombas cayeron, para no disgustarla», cuenta Yaroslav sobre el primero de otros tantos bombardeos rusos en la zona donde se encontraba su hijo. «Un día pude hablar con él por teléfono pero no imaginé que sería la última vez», agrega.

El 26 de marzo, Sergei informa por Telegram a su familia de que iban a desplazarlo a la ciudad de Izium. «Me envió una foto que me ayudó mucho en la futura investigación», dice Yaroslav antes de añadir que «ya no hubo más noticias de mi hijo; yo pensaba que era porque no había ninguna conexión de ningún tipo en Izium». Pero nada tenía que ver la realidad con la teoría a la cual se aferraba este padre desesperado.

Sergei, sin embargo, se encontraba en Vilkhivka, un pueblo a más de 676 kilómetros de Izium, adonde fue enviado de manera improvisada con el resto de compañeros de unidad, un nuevo destino del cual no pudo informar a su familia porque, estratégicamente, las tropas rusas habían dañado los repetidores de telefonía y, por tanto, la zona estaba incomunicada. Yaroslav desconocía aquel cambio de última hora cuando le comunican que un bombardeo enemigo provocó «una masacre en Izium», recuerda. Y hasta allí se desplaza junto a un amigo para buscar a Sergei.

Dos veces dijeron a Yaroslav que Sergei había muerto; él no se lo creyó y hoy pide intercambiar a su hijo por otro rehén ruso pero «a nadie le interesa»

También es en esa ciudad donde le muestran la foto mencionada al principio del cadáver de un joven que identificaban como su hijo y, asimismo, es Izium el lugar en el cual Yaroslav desenterró con sus manos de entre los escombros los cuerpos sin vida de varios muchachos ucranianos, pero ninguno era el de Sergei. Sin éxito, continuó rastreando la zona, visitó hospitales y habló con otros militares. Parecía que la tierra se había tragado al estudiante de Económicas.

«El 28 de marzo», sigue relatando Yaroslav, «pregunté por mi hijo al comandante de brigada Yevgeny Zadorozhniy, con quien trabajé como voluntario desde los primeros días de la invasión, y a través de Facebook me puse en contacto con el ministro de defensa, Oleksii Reznikov». Ninguno le contesta.

Giro

Todo cambia el 1 de abril, «cuando un amigo mío encuentra en un hospital a un chico que estaba en la misma unidad de Sergii», rememora. Este muchacho es quien le dice que el joven de 21 años había sido enviado finalmente a Vilkhivka pero también le detalla cómo el grupo de voluntarios del cual formaba parte su hijo había sufrido primero un bombardeo y luego una emboscada. «Un soldado traidor infiltrado en el Ejército de Ucrania facilitó el paso de los tanques rusos que, por sorpresa, logran parapetarse frente al edificio donde se protegía Sergei destruyéndolo por completo», dice Yaroslav antes de añadir que su informante le confirma la muerte de «todos» los ocupantes guarecidos en el inmueble. «Yo tampoco me creí eso», confiesa.

El padre de Sergei continuó su «investigación», como define él mismo esa desesperada búsqueda, un empeño que con el paso de los días le permitió conocer otro dato importantísimo sobre lo sucedido en Vilkhivka la noche del ataque ruso. Al parecer, el joven sobrevivió al bombardeo y junto a otros supervivientes se había escondido entre las ruinas. «Alrededor de las tres de la madrugada, cuando se hizo el silencio en la zona, decidieron salir del sótano donde se ocultaban. Estaba oscuro», dice, «y vieron un vehículo blindado de transporte hacia el cual se dirigieron» convencidos de que era una dotación ucraniana. Error. «Se trataba de un acorazado ruso cuyos ocupantes abrieron fuego contra Sergii y sus compañeros», explica Yaroslav. «Cinco muchachos» desaparecieron y este padre una vez más se aferró a su intuición, quizá también a su desesperación. «Tuve la esperanza de que hubieran tomado a mi hijo como prisionero», admite.

Entre las bombas

Bajo el fuego de los cazas y esquivando bombardeos, Yaroslav regresó a Vilkhivka atravesando esa área en su enorme camioneta Dodge Ram, «que trataba de camuflar bajo los árboles para evitar ser atacado». Con un ojo puesto en las accidentadas carreteras y el otro atento a las noticias publicadas en los chats rusos de Telegram transcurrían sus desplazamientos. Así hasta que el 27 de mayo de 2022 localiza la fotografía de su vástago, un hallazgo que le llena de alegría y abre un nuevo capítulo en su perseverante búsqueda. «Por fin», cuenta, «le pude decir a su madre que Sergei estaba vivo».

Desde entonces, hace ahora casi diez meses, Yaroslav ha centrado sus esfuerzos en conseguir hablar con el joven empleando para ello todos los medios, interlocutores e intermediarios posibles. «Algunos soldados del Ejército de Rusia me piden dinero por ponérmelo al teléfono; incluso solicitan una cifra mayor si queremos que lo liberen pero aquello no es seguro y los militares rusos no son de fiar», lamenta. «Tampoco parece que a las autoridades de Ucrania les preocupe la vida de Sergei», afirma con pesar tras comprobar el nulo interés demostrado por las instituciones civiles y militares de su país en intercambiar por un preso ruso al muchacho, un estudiante universitario de Járkov cuyo destino únicamente afecta a sus padres. «Para el resto», concluye Yaroslav, «mi hijo es solo otro voluntario más sin importancia» en el tablero de la guerra.

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