Sexo a la carta

Viagra: 25 años de erecciones

La célebre pastilla azul que llegó para

ayudar a pacientes con disfunción

eréctil, hoy es consumida de forma

masiva y sin control médico por

varones de toda condición, que

normalmente la adquieren en

internet, no en la farmacia

Viagra: 25 años de erecciones

Viagra: 25 años de erecciones / juan fernández

Fármacos populares hay muchos. Sin ir más lejos, acabamos de pasar una pandemia que ha hecho a la población experta en nombres de vacunas. Pero pocos han alcanzado la dimensión social y cultural, más allá de la estrictamente médica y farmacológica, de la que hoy disfruta la viagra. Su sola mención en público provoca palpables reacciones, sobre todo entre el sector masculino, que van de la comicidad al morbo, cuando no de manifiesto desaire, no vaya a pasar quien la nombra por ser una persona carente de vigor sexual.

Nació hace 25 años para tratar una dolencia tan específica y privada como la disfunción eréctil, pero hoy es una pastilla consumida de forma masiva por hombres de todo tipo y condición, la mayoría de las veces sin control de las autoridades sanitarias, y también es un término tan común que hasta la RAE lo admitió, en minúscula y sin cursiva, como una palabra más, en la revisión que hizo del Diccionario en 2018.

De todas las paradojas que pueblan la historia de la viagra, la de su desdeñosa popularidad es probablemente la más llamativa de todas. Siendo tan asequible y socorrida —antes de acabar de escribir su nombre en el buscador, la red ofrece infinitas opciones para llevártela a casa como cualquier producto de televenta—, su consumo continúa siendo un asunto escurridizo. Nadie objeta reconocer que ayer se tomó un ibuprofeno para el dolor de cabeza, pero no es tan fácil dar con alguien que confiese haber hecho un pedido de viagras por internet, aunque actualmente sea uno de los artículos de mayor tráfico online.

En el verano de 1998, en las farmacias de Andorra hubo colas de clientes llegados del sur de Pirineos para conseguirla

Tampoco es fácil encontrar a un varón que se anime a posar para un periódico anunciando abiertamente que suele mantener relaciones sexuales bajo sus efectos. «Yo no me hago la foto, pero todo mi entorno sabe que la tomo porque ya me encargo de decirlo. De hecho, mis amigos acuden a mí para que se la consiga porque ellos no se atreven a pedirla ni reconocen en público que la consumen. Soy su camello de viagras», dice con desparpajo Raúl, abogado madrileño de 56 años y «apasionado del sexo», en cuya cartera nunca falta una píldora con forma de rombo azul desde hace 20 años. «Me da seguridad. Sé que si la tomo, no voy a fallar», afirma.

Cuando Raúl empezó a consumir viagras a principios de la década del 2000, la pastilla conservaba aún las connotaciones médicas con las que había nacido. Venancio Chantada, secretario general de la Asociación Española de Urología, no ha olvidado las caras de asombro de sus colegas, y la suya propia, cuando acudió a un congreso de urólogos en Estados Unidos a principios de 1998 y les hablaron de «una pastilla mágica» que era capaz de vencer la disfunción eréctil en una sola toma y sin provocar efectos secundarios. «No nos lo creíamos, pero las dudas desaparecieron cuando las dimos a probar a los pacientes y comprobamos lo bien que funcionaban. Las primeras viagras que llegaron a España las trajimos los médicos que acudimos a aquel congreso», recuerda el urólogo.

Problemas de erección

Un medicamento no es un juguete, sino un remedio para tratar una enfermedad, y aquella píldora se presentaba como un salvavidas para el 20% de los varones mayores de 40 años que, según todos los estudios, sufren problemas de erección en distinto grado. Solo en España, esa población supera los dos millones de hombres.

«Para tratarlos, solo teníamos las inyecciones intracavernosas de vasodilatadores o las prótesis de pene, que eran opciones muy invasivas, pero la viagra nos ofreció de repente una herramienta muy útil, sencilla y efectiva para solucionar un problema que por entonces era tabú», señala Juan Manuel Corral, secretario general de la Asociación Española de Andrología, Medicina Sexual y Reproductiva, acerca de un trastorno físico sobre el que en esos años recaía el peso una palabra maldita: impotencia. «No era fácil que los pacientes hablaran abiertamente de esta dolencia. Tenías que quedarte a solas con ellos, cuando la enfermera se había ido de la consulta, para que acabaran confesando en voz baja: ‘es que no funciono bien, doctor’», recuerda el especialista.

La viagra sacó del armario la disfunción eréctil, pero su llegada no se vivió como un alivio, sino como una fiesta cargada de expectación. La primera caja se vendió en Estados Unidos el 28 de marzo de 1998 y en seguida causó furor: en las dos primeras semanas se expendieron 150.000 recetas del fármaco. A España llegó siete meses más tarde, pero aquel verano se vieron largas colas de clientes en las farmacias de Andorra llegados desde el sur de Pirineos para hacerse con el comprimido del que todo el mundo hablaba. En tres meses, ya la tomaban con regularidad 50.000 españoles bajo prescripción facultativa. Costaba entre 1.500 y 2.100 pesetas la gragea, en función del tamaño del lote.

«Cuando la pruebas, quieres que tus sesiones de sexo sean siempre igual de completas», dice un usuario

Fue una de las noticias del año y en seguida se pudo comprobar que su dimensión trascendía el ámbito sanitario. Antes de que acabara 1998, Francisco Umbral publicó la novela Historias de amor y Viagra —el protagonista, un periodista de mediana edad, trasunto del propio autor, recibía el encargo de probar la pastilla y contarles a los lectores de una revista cómo había sido la experiencia—, y a diario se producían noticias entre jocosas y chocantes a cuento del fármaco.

Como la del pastelero barcelonés Antoni Escribá, que sacó a la venta unas pastillas de menta y chocolate que bautizó con el nombre de Visagra y tuvo que retirarlas porque Pfizer le amenazó con llevarle a los tribunales. O el arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, que trató de pinchar la expectación generada alrededor de la píldora mágica declarando en una entrevista al diario La Nueva España: «La viagra fracasará en España porque aquí somos muy machos». Para mofarse del entonces presidente del Gobierno José María Aznar, el socialista Alfonso Guerra proclamó en un mitin con su gracia y mala uva características: «Aznar, lo que necesita es viagra». La sentencia abrió al día siguiente todas las crónicas.

Efectos secundarios

Pero no todo han sido risas y picardías en la historia íntima de la pastilla. Desde el principio, sobre ella ha sobrevolado la sombra de posibles efectos secundarios con consecuencias fatales, una leyenda alimentada por noticias de varones fallecidos en pleno lance sexual tras ingerir el fármaco. «Aquellas noticias hicieron un grave daño porque asustaron a mucha gente innecesariamente. Los que murieron tras tomar viagra, no fallecieron por culpa del fármaco, sino porque arrastraban otras dolencias previas o hicieron esfuerzos excesivos en aquellos encuentros sexuales. Solo deben tomar precauciones los varones que padezcan problemas cardíacos o estén medicándose a la vez con otros vasodilatadores», advierte Venancio Chantada.

Era cuestión de tiempo que un remedio contra la disfunción eréctil acabara siendo utilizado también por quienes no arrastraban ese problema pero querían tener erecciones de campeonato o conjurar cualquier posibilidad de gatillazo. «Si tengo una relación esporádica, la pastilla me quita la inseguridad del momento. Para mí es el paracaídas de la primera vez», reconoce Carlos, funcionario de 35 años. Miguel, jubilado de 67, hoy sí es población diana del fármaco, pero no lo era el día que empezó a tomarlo hace dos décadas. «Cuando lo pruebas una vez, quieres que tus sesiones de sexo sean siempre igual de completas», afirma.

El consumo de viagra entre varones para los que inicialmente no estaba pensada ha tenido un efecto perverso que conocen bien los sexólogos. «A menudo atendemos a hombres jóvenes, sanos y capaces de tener erecciones por ellos mismos, pero que se han acostumbrado a tomarla y han acabado desarrollando una dependencia psicológica hacia el fármaco», alerta Roberto Sanz, terapeuta de la Sociedad Sexológica Sexpol. En su opinión, la «mitificación» de la viagra revela graves carencias de educación sexual entre la población. «Fomenta una concepción falocentrista del sexo que lo limita a la erección y la penetración, despreciando la dimensión afectiva y emocional que también tiene la sexualidad», advierte.

La asociación de la viagra con la idea del sexo desenfrenado tiene hoy su expresión más extrema en la práctica del chemsex: orgías entre varones de la comunidad gay marcadas por el consumo de estupefacientes. «En estos ámbitos, y en otros relacionados con el ocio nocturno, es habitual que el camello ofrezca viagra junto al resto de drogas», denuncia Jorge Garrido, director de Apoyo Positivo, oenegé dedicada a la protección de la diversidad sexual que desde hace varios años monitoriza el fenómeno del chemsex y cuyos informes revelan que el 65% de usuarios de estas prácticas toman viagra habitualmente en estas sesiones.

Las hemerotecas tienen la facultad de ofrecer fotos estáticas de momentos históricos. En 1998, los periódicos hablaban de la viagra con la fascinación y la curiosidad de quien asiste a un hallazgo llamado a marcar una época. Hoy, en cambio, las noticias que mencionan al medicamento suelen hacerlo a cuento de situaciones oscuras, cuando no delictivas, como las «fiestas de drogas, prostitutas y viagra» que ofrecían los responsables de la trama Mediador, o los alijos de pastillas azules ilegales que cada dos por tres incauta la Policía entre bandas dedicadas al tráfico de estupefacientes.

La realidad farmacológica de la viagra es también hoy muy distinta. El vademécum de tratamientos para la disfunción eréctil lo protagonizan ahora nombres como Levitra, que provoca erecciones más rápidas, Cialis, cuyos efectos alcanzan las 36 horas, y una veintena de marcas y genéricos llegados al mercado en los últimos años. Pero ninguna le quitará a la pastilla de Pfizer el honor de haber bautizado a toda una categoría de medicamentos y la satisfacción de haber revolucionado la sexualidad como solo lo había logrado la píldora anticonceptiva 40 años antes.

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