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De Erasmus en Poprad

Un viaje de intercambio cultural y para aprendizaje de inglés con el mayor programa europeo de educación y el acuerdo entre la Escuela Oficial de Idiomas Las Palmas de Gran Canaria y la Jazykova škola Poprad de Eslovaquia

Panorámica de Poprad, con los montes Tatras al fondo.

Panorámica de Poprad, con los montes Tatras al fondo. / Mariano de Santa Ana

—Entonces, dice usted que se fue de Erasmus. ¿Pero no es usted ya un poco mayorcito para irse de Erasmus? ¿No es este un programa para estudiantes universitarios? ¿No obtuvo usted su licenciatura académica en un año tal como 1989?

—Efectivamente, concluí mis estudios universitarios entonces, allá por el anterior milenio, pero lo que obtuve ahora fue una ayuda para la movilidad educativa Erasmus+, que, a partir de este curso, pueden solicitar los alumnos de los centros de adultos de la UE participantes en el programa.

—Y dice, así mismo, que se fue a aprender inglés a Eslovaquia. ¿A Eslovaquia ha dicho? ¿He entendido bien?

—Ha entendido usted perfectamente. Estudio inglés en la Escuela Oficial de Idiomas Las Palmas de Gran Canaria, que me concedió esta ayuda gracias a su acreditación Learning Intercultural Values at the EOILPGC through Erasmus+. Mi centro llegó a un acuerdo de cooperación con la Jazyková škola Poprad, la Escuela de Idiomas de Poprad, donde, junto a Cristina, compañera que también obtuvo esta ayuda, recibí clases intensivas de inglés entre el 20 y el 31 de marzo pasados. Además, disfrutamos de un nutrido programa de actividades culturales en inglés acompañados por profesores y alumnos. Tenga en cuenta que, en este curso, en toda España, solo doce escuelas de idiomas han ofrecido dicha movilidad. Un lujo.

—Entonces, he de suponer que ha regresado usted a Las Palmas hablando más inglés…

—Yes.

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Bien, hecha la introducción, ahora quiero decir esto otro: el viaje ha constituido para nosotros una increíble inmersión cultural. Una oportunidad impagable para repensarnos como europeos, pues, para conocer Europa, no basta con visitar sus grandes capitales, sus ciudades-museo más afamadas y, en general, sus principales destinos turísticos. Abre mucho la mente la estancia en una pequeña ciudad como Poprad, 50.000 habitantes, en el noreste de un pequeño país de la UE, Eslovaquia, poco frecuentada por extranjeros más allá de los vecinos checos, polacos y húngaros que vienen a esquiar a los Altos Tatras, a cuyas faldas se extiende Poprad.

Hasta en tres ocasiones subimos por distintas rutas a los Altos Tatras, unos hermosos montes cubiertos de nieve que integran la cordillera de los Cárpatos

Llegados la noche anterior desde Cracovia, adonde arribamos en un vuelo directo desde Gran Canaria, a mediodía salgo a tomar algo en un bar próximo a mi apartamento. Es mi primer contacto con la ciudad. Pido un plato típico. Me traen, así mismo, un postre, que no he pedido, y un café, que sí he solicitado. Cuando voy a pagar se empeñan en invitarme al postre y al café y además lo hacen con una magnífica sonrisa. Cristina, que se queda en otra parte de la ciudad, me cuenta que en otro restaurante le ha pasado lo mismo y que, como me ha ocurrido a mí, le han hablado en inglés. Embelesados con Poprad, ya de vuelta a Las Palmas, así seguimos.

A continuación, tenemos nuestro primer encuentro con los profesores de inglés de la Jazyková škola. Enseñantes excelentes, anfitriones impecables. Permítanme que los nombre por gratitud: Renata, directora; Tibor, nuestro tutor, también profesor de español; Andrea, Ivanka, Monika, Dagmar, Eva. Más tarde conoceremos también a Marta, profesora de eslovaco, a cuyas clases asistimos con otros alumnos extranjeros, entre los que predominan vietnamitas y refugiados ucranianos. La guerra de Ucrania, país que hace frontera con Eslovaquia, está presente en el día a día del país y aflora de vez en vez en nuestras conversaciones. Por lo demás, con el poco eslovaco que aprendemos, alcanzamos a decir alguna palabra de cortesía, como ďakujem (gracias) a Marta, la señora responsable de portería, y a Jana, la señora encargada de la limpieza.

Panorámica de Poprad, con los montes Tatras al fondo. | TIBOR LIPTAJ

Panorámica de Poprad, con los montes Tatras al fondo. | TIBOR LIPTAJ / mariano de santa ana

Poprad, que adquirió densidad urbana durante el imperio austrohúngaro, con el desarrollo en 1871 del tren que une el este de Eslovaquia con lo que hoy es la República Checa, tiene un hermoso núcleo histórico que recorremos en compañía de los estudiantes de Renata. Estos se turnan para explicarnos la trama urbana y monumentos como la iglesia de la Santísima Trinidad, la iglesia de San Egidio y la plaza homónima, así como el interesantísimo Podtatranské Múzeum, con fascinantes colecciones de arqueología, historia, etnografía e historia natural.

El primer día de clase observo que los profesores andan por el centro en zapatillas o con sandalias, mientras que los alumnos van con bolsas de plástico azules que les cubren el calzado. No hay nieve ni barro en la calle, pero así y todo lo hacen para mantener limpio el suelo. Para no ser menos, pregunto entonces dónde podemos adquirir bolsas azules para pies, y me contestan que, por ser invitados, estamos eximidos de llevarlas. Cuando salen a la calle, los profesores vuelven a calzarse sus zapatos. Me sorprende, igualmente, que los estudiantes se levanten cuando aquellos entran al aula y, sin embargo, luego puedan seguir las clases mientras beben café o refrescos.

Como nos han pedido, en las sesiones de inglés, lo mismo que en las de español, donde participamos como hablantes, contamos cosas de Canarias. Los alumnos y profesores tienen una sed tremenda de saberlo todo acerca de nuestras Islas. A la recíproca, también nos hablan de Poprad. Nos ponen al tanto de sus atractivos, pero nos relatan igualmente que aquí comenzó la deportación de los judíos eslovacos a Auschwitz y nos informan, así mismo, sobre los efectos devastadores en la zona de la deforestación y el cambio climático.

Para indicar que no entienden nada, los eslovacos pronuncian de forma coloquial en su idioma la expresión «me siento en un pueblo español»

Hasta en tres ocasiones subiremos por distintas rutas a los Altos Tatras, integrantes de la cordillera de los Cárpatos, en compañía de Ivanka, Tibor y Monika, con esta última junto a sus alumnas. Cubiertos de nieve, estos montes son realmente hermosos. Para mí, que hasta entonces solo he visto esquiadores por la televisión, el espectáculo de telesillas, estaciones de montaña y gentes que vienen a deslizarse sobre sus largos patines resulta exótico.

En la cervecería Dobré Časy, punto neurálgico de Poprad, adonde vamos algunas noches en compañía de Andrea, Ivanka, Tibor y Jana, esposa de Tibor, recapitulamos sobre lo que vienen dando de sí nuestras jornadas y sobre lo que podemos hacer en las que quedan. Si la memoria no me falla, es en una de estas noches cuando programamos con Tibor la visita a la cueva de Važec. En esta gran oquedad, llena de estalactitas, estalagmitas y estalagnatos (vocablo español este último, que, con ayuda de mis anfitriones y del traductor de Google, aprendo bajo tierra), se conservan restos de osos y hasta de un rinoceronte pleistocénico. Buena química con el guía, Milan, que se jubila al día siguiente de nuestra visita y quien me cuenta que en la época comunista estaba enganchado a Curro Jiménez, que pasaban en eslovaco por la televisión oficial.

Para indicar que no entienden nada, los eslovacos, explica Tibor, usan coloquialmente en su idioma la expresión «me siento en un pueblo español». Y así, justamente, «en un pueblo español», me siento más de una vez en esta, para mí, remota zona de Europa a la que probablemente nunca habría venido si no fuese por este Erasmus. Por ejemplo, cuando, con ocasión de una de subida a los Tatras, en compañía de Monika y sus alumnas, acabamos bailando frenéticamente en una estación de montaña al ritmo de unos rockeros y de un tipo disfrazado de oso. También cuando una noche, extraviado por Poprad, durante la que descubro el río que atraviesa la ciudad, paso hasta cuatro veces ante la Galería Tatranská, un activo centro cultural, por cierto, que siempre creo haber dejado atrás. Soy de los pocos individuos que a esas horas deambulan por la calle, de modo que, cuando veo una chica y me decido a pedirle indicaciones para llegar a mi apartamento, me quedo encantado, pues no solo no la intimido, sino que, muy al contrario, con extraordinaria amabilidad, me da instrucciones precisas en perfecto inglés que me permiten regresar a mi hogar.

Visitamos varios enclaves históricos, como Spišská Sobota, en la periferia de Poprad, y Levoča, Patrimonio de la Humanidad, los cuales, con más espacio, merecerían comentarios pormenorizados. Ningún lugar antiguo, en cualquier caso, comparable para mí a la ciudad de Kežmarok, fundada en el siglo XIII, donde recibimos clase con Monika en la sede que la Jazyková škola tiene allí. Antes visitaremos el castillo, una iglesia construida sobre la planta de una mezquita turca, cuyo campanario tiene aspecto de minarete, y la impresionante biblioteca del Liceo Evangélico, con primeras ediciones de Lutero y Melanchthon, ejemplares antiguos del Quijote en distintas lenguas y otros manjares librescos. En mi memoria, no obstante, los sitios principales de Kežmarok serán siempre su iglesia Evangélica Articulada, una asombrosa construcción de madera, y el restaurante Boss, que recomiendo, donde, tras una nueva charla sobre Canarias, damos cuenta de la exquisita cena que nos ha preparado su propietaria, Iveta, alumna de Monika. A su término, la profesora y sus estudiantes nos regalan, entre otras cosas, un libro en inglés sobre Kežmarok, un llavero con nuestro nombre repujado en cuero, unos colgantes de macramé hechos por Monika y un bolígrafo con forma de hacha.

La cocina eslovaca me resulta suculenta, aunque para digerirla como es debido tendría que subir y bajar diariamente a pie los Tatras. Delicioso especialmente el almuerzo de despedida en el restaurante Salaš Veľký Slavkov, al que nos invitan profesores y personal de administración y donde Renata pronuncia unas palabras que nos producen júbilo, gratitud y melancolía. A la mañana siguiente cogeremos un tren para Budapest, que tiene vuelo directo a Gran Canaria. Concluyo: cuando a George Bernard Shaw le pidieron su opinión sobre los turcos, el gran escritor irlandés contestó: «No sabría qué decirle. No los conozco a todos». Yo tampoco conocí a todos los eslovacos y, por tanto, tampoco sabría qué responder si alguien recabase mi parecer sobre todos ellos. Lo que sí puedo afirmar es que los que conocí en Poprad me parecieron generosos, afectuosos, interesantes y extremadamente divertidos.

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