Efeméride

Livingstone sesquicentenario de su muerte

Convencido antiesclavista, recorrió África Central como misionero cristiano acometiendo importantes descubrimientos con el río Zambeze y las cataratas Victoria | Su niñez fue de una dureza extrema

Ilustración de la época, de autor anónimo, que recoge el momento del encuentro entre David Livingstone y Henry Morton Stanley en una alda próxima al lago Tanganika. | LP/DLP

Ilustración de la época, de autor anónimo, que recoge el momento del encuentro entre David Livingstone y Henry Morton Stanley en una alda próxima al lago Tanganika. | LP/DLP / FERNANDO HERNÁNDEZ GUARCH

David Livingstone, uno de los exploradores británicos que dibujaron el mapa de África central, médico y misionero, un hombre de la mayor autoridad moral de su tiempo, murió el 1 de mayo de 1873, hace, por tanto, ciento cincuenta años. Convencido antiesclavista, recorrió África Central como misionero cristiano realizando importantes descubrimientos geográficos entre los que destacan el río Zambeze y las cataratas Victoria.

Livingstone nació el 19 de marzo de 1813 en Blantyre (Escocia), en una familia de fuertes convicciones cristianas. Su niñez, contada por él mismo, fue de una dureza que hoy nos conmociona. A los diez años entra a trabajar en una fábrica, de 6 de la mañana a 8 de la tarde. Al salir asistía a una academia que él mismo se pagaba para aprender latín, a las diez de la noche en su casa hacía ejercicios de traducción para avanzar más rápido. A las doce su madre le obligaba a dormir (ver su libro Viajes y exploraciones en el África del Sur).

Eso lo llevó a estudiar Teología y también Medicina, ya que creía que era una forma de ayudar al prójimo. Sus convicciones religiosas fueron evolucionando desde una posición de puritanismo, que se practicaba en la Iglesia de Escocia en la que militó su padre, hacia una postura más abierta y comprensiva con la naturaleza humana predicando que Dios nos ve a todos como hijos suyos, iguales y capaces de alcanzar el Cielo. Esto lo llevó directamente a ser un activo antiesclavista, una postura que Gran Bretaña lideraba en el mundo prohibiendo el tráfico de hombres (y mujeres) sobre todo en la ruta del Atlántico donde españoles y portugueses, también otros, transportaron millones de esclavos de África a América.

Ingresó en la Sociedad Misionera de Londres, anglicana, y pensaron en enviarlo a China pero la Guerra del Opio lo impidió y fue destinado a África, llegando a la actual Sudáfrica en 1840, donde se instaló casándose y desde donde inició una serie de expediciones de descubrimiento geográfico pero sobre todo de índole catequizador. Cuenta en sus memorias que en un aldea centroafricana habló con el reyezuelo que la gobernaba y le convenció de la necesidad de que los hombres renunciasen a la poligamia y tuvieran una sola mujer. En el momento de poner en práctica ese principio todo se vino abajo ya que el rey no había entendido que la medida también le era de aplicación a él y no estuvo dispuesto a renunciar a ninguna de sus veinte mujeres.

En el curso de esas exploraciones llegó al río Zambeze y encontró, podemos decir descubrió para Europa, las cataratas que los naturales del país llamaban «El humo que truena» (Mosi-oa-Tunya), y que él rebautizó como cataratas Victoria en honor a su reina. Allí tiene una estatua de recuerdo que ha sobrevivido a la descolonización del país (Zimbabue, antes Rodesia del Sur).

En 1856 regresó a Inglaterra donde fue reconocido como una autoridad moral y un excelente explorador. De vuelta a África recorrió el Zambeze, combatió el esclavismo árabe, y también portugués, acompañado por su esposa y su hermano. ambos perecieron de enfermedades tropicales.

Fracaso con las fuentes del nilo

De 1864 a 1866 volvió a su país aceptando el encargo de la Royal Geographical Society de buscar las fuentes del Nilo. En esa expedición, empresa en la que fracasó, se le perdió el rastro enviándose a Henry Morton Stanley, un periodista del New York Herald, por entonces corresponsal de su periódico en Madrid, a localizarlo, cosa que consiguió al dar con él en una aldea cercana al lago Tanganika. El encuentro entre ambos, así lo cuenta Stanley, es una de las historias más difundidas de la exploración africana. Al verle le dijo: «El doctor Livingstone, supongo (Doctor Livingstone, I presume)». Él contestó: «Yo me siento agradecido de estar aquí para recibirle». Después se estrecharon las manos. Eso ocurrió el 10 de noviembre de 1871. Stanley le llevó el correo atrasado y le puso al día de las noticias de Europa. De España le contó que Isabel II había sido destronada, la muerte del general Prim y que se había establecido la libertad de cultos (tomado del libro de Stanley En busca del doctor Livingstone: viaje al centro de Africa).

Al separarse del periodista, Livingstone estaba ya gravemente enfermo, pero insistió en su labor evangelizadora. Se adentró en Zambia donde falleció. Sus acompañantes, todos africanos a su servicio, enterraron su corazón allí mismo como símbolo del amor que Livingstone había profesado a África y trataron de preservar el cuerpo que condujeron hasta la costa del Índico de donde partió hacia Inglaterra. Recibido con todos los honores fue enterrado en la abadía de Westminster: «Llevado por manos fieles por tierra y mar, aquí descansa David Livingstone, misionero, viajero, filántropo, (...) Durante treinta años dedicó su vida al incansable esfuerzo de evangelizar a las razas nativas, explorar tierras desconocidas y combatir el comercio de esclavos...».

Su labor fue cuestionada con la óptica revisionista de los años poscoloniales, pero es indudable que a la luz de su tiempo fue un hombre bueno que dedicó su vida a mejorar la de los demás.

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