La Canarias de Gala

Archipiélago Antonio

Antonio Gala mantuvo una estrecha relación con las Islas, adonde se escapaba para desconectar junto a sus amistades o escribir |La Palma le inspira su novela ‘La regla de tres’, que presenta allí en 1996

Antonio Gala en Santa Cruz de La Palma, donde presentó en 1996 ‘La regla de tres’, novela escrita en la Isla bonita. | LP/DLP

Antonio Gala en Santa Cruz de La Palma, donde presentó en 1996 ‘La regla de tres’, novela escrita en la Isla bonita. | LP/DLP / miguel ayala

Miguel Ayala

Miguel Ayala

«¿Dónde está, muerte, tu victoria aquí?», escribía Antonio Gala en un texto titulado De Dámaso a Manrique, del año 2000, y que servía de presentación al catálogo de la exposición del mismo nombre del artista grancanario. Aquella referencia a la muerte resulta recurrente cuando se cumple una semana del fallecimiento del autor cordobés pero, también, revela la relación de afecto y conocimiento que el autor de La pasión turca o El manuscrito carmesí mantuvo con Canarias y sus gentes, un puñado de amigas, amigos y conocidos del mundo de la cultura entre los que destacan la poeta Elsa López, el escritor Orlando Hernández, el artista César Manrique, el crítico cultural Antonio Zaya, el modista Antonio Nieto o Pepe Dámaso, entre otros.

De esa pandilla canaria, que incluye a algún amigo más, sólo quedan con vida la primera y el último. Y ambos coinciden en las dos mismas cosas: Antonio Gala era un genio pero tenía un carácter muy complicado. «O se le quería o lo podías acabar odiando porque podía ser muy impertinente», recordaba con cariño la Premio Canarias de Literatura, una de las grandes amistades del escritor cordobés en el Archipiélago. «Un día que me estaba bañando en la piscina de su casa gritó desde el balcón que sacaran a esa manatí del agua, así era él», se ríe. «Nos pelábamos con cosas tontas», dice la que fue directora de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores, de donde salió precisamente de manera precipitada tras un enfado con el autor de Más allá del jardín. «No tengo ningún problema con hablar de ese tema porque luego Antonio y yo nos arreglamos y él me escribió una carta preciosa aquí, a La Palma, lamentando lo que había pasado», aclara su amiga antes de desvelar que «todo aquel enfado fue sólo por una exposición de arte».

Exposición, sin embargo, sí que fue la de inspirarse en Elsa López y su marido, Manolo Cabrera, para escribir La regla de tres, que Antonio Gala redacta en parte en La Palma a mediados de los años 90. «Sí; somos los protagonistas y aunque hay mucho de realidad también hay mucho de ficción», explica.

El libro narra el retiro a una isla del novelista Octavio Lerma, bisexual, para escribir un libro que «puede titularse» La enfermedad mortal. Todas las personas que lo amaron sucesivamente han muerto. Sobre esa amenaza de su amor mortífero se propone reflexionar con la mayor serenidad posible. Sin embargo, nada más llegar a la isla, se enamora de una mujer fascinante, Aspasia Martel. Y no tarda en caer también enamorado de Leonardo, un hombre bastante más joven, al que trata de seducir contradictoriamente. Ésta es la regla de tres que acaso resuelva los interrogantes de Octavio o acaso le plantee un problema más grave. Porque quien en esa regla multiplica ha de estar dispuesto después a dividir.

«Teníamos una relación fabulosa y vivimos muchas cosas juntos», añade López sobre una novela que Antonio Gala decidió presentar en La Palma. «La editorial fletó un avión para trasladar desde Madrid a la Isla a todos los periodistas».

En La regla de tres el novelista escribe, pasado algún tiempo, el relato de su peripecia amorosa en la isla y en otros lugares donde los tres amantes coincidieron. E intercala fragmentos del libro inacabado que entonces escribía. Tales fragmentos informan a los lectores, sobre el erotismo sufriente y complicado del escritor, pero no a éste sobre sí mismo. «Quizá porque el corazón no aprende, y porque, aunque lo hiciese, el amor no se repite nunca», escribió el propio Gala sobre aquella obra.

Amores y ‘aftersunes’

Durante los años 70 del siglo XX descubre Antonio Gala las Islas Canarias. El sol, el mar, la tranquilidad y el carácter tolerante de las y los canarios le hicieron sentirse en Tenerife cómodo en un lugar donde se paseaba con sus parejas a la vista de todos. Las piscinas de Lago Martiánez, en el turístico Puerto de la Cruz, contaban con el autor entre sus habituales clientes; igual que la Costa del Silencio, desde Ten Bel a La Tejita. Tampoco era raro verlo en las farmacias santacruceras, quemado hasta las cejas, en busca de un bote de aftersun mientras su chico esperaba en la puerta al volante de un descapotable.

«Vivió como le dio la gana», cuenta en otro momento de la entrevista Elsa López, aunque es Pepe Dámaso quien recuerda aquellas primeras visitas del escritor a Canarias. «Le gustaba mucho esto y tenía una relación fabulosa con el escritor Orlando Hernández, que era de Agüimes y verdaderamente su amigo», dice el artista.

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Antonio Gala con Elsa López. / miguel ayala

Dámaso habla de aquellas estancias «que solían ser durante los carnavales de Agüimes, que eran los más libres de todos». De esos años queda, además de cientos de recuerdos, una foto en blanco y negro donde Dámaso y Antonio Gala están fotografiados junto a Antonio Nieto, César Manrique, Enrique Lages, Aquilino Santana, Antonio Zaya...

«Era un genio», añade Dámaso, que compartió con Gala también la amistad junto a César Manrique. «El prestigio mayor de César Manrique», escribe Antonio Gala sobre su amigo lanzaroteño en el catálogo de la exposición De Dámaso a Manrique (Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2020), «es el de la obediencia. De tal modo se ha fundido con el paisaje y con la luz y con las proporciones y el color de la tierra que allí donde aparece se inaugura —por llamarlo de alguna manera— el Octavo Día de la Creación. Yo he llegado a no apreciar el mérito de sus labores ecológicas. Porque opino que César Manrique se ampara y pervive con ellas: ataca con ellas en una legítima defensa propia. Porque opino que César Manrique, en definitiva, a fuerza de ser cada día más él, se ha convertido ya en Naturaleza», dijo en 2010 —el texto de Gala en el catálogo hacía referencia a un artículo anterior suyo sobre el conejero—, demostrando su conocimiento por el creador de su adorado Lago Martiánez.

Quienes compartieron tiempo con Antonio Gala, asimismo, recuerdan su lengua afiladísima, a lo que muchos lectores y lectoras podrán sumar que su pluma también lo era. Recordadísimas y añoradísimas sus troneras en El Mundo, apenas 20 líneas escritas con la precisión de un bisturí y el efecto de una escopeta con mirilla telescópica. Eran tan crueles como divertidas; tan humanas como críticas... Polémicas. Amparándose en la crítica al Gobierno de Israel, comparó en uno de sus artículos en La Tronera al pueblo judío con los nazis afirmando también que los judíos son «una raza más que un pueblo». Metió al periódico en un follón.

«A él le daba igual lo que le dijeran y pasara por sus opiniones», recuerda la literata, que vivió de cerca aquella época. «Lo primero que hacía antes de bajarse a la piscina en verano, en La Baltasara, era leer su tronera y dejar redactada la del día siguiente para enviarla al periódico», rememora sobre los hábitos del escritor, que «prefería las mañanas» a las tardes para escribir, añade su amiga.

Elsa y Antonio se conocen en una Bajada de la Virgen de La Palma. «Lo invitan a leer un pregón en la Isla y como teníamos amigos comunes, como José Hierro, pues nos vemos aquí», rememora. Arranca una relación de amistad y cariño que duraría décadas y transcurrió en buena parte en el Archipiélago.

«Estaba muy cómodo aquí», dice sobre Gala en Canarias. «Conoció Gran Canaria, Fuerteventura, Lanzarote, Tenerife... Lo invitaban mucho a dar conferencias o presentar libros y él venía muy contento siempre», añade antes de rememorar el día a día de las estancias del escritor en La Palma. «Le encantaba escuchar y conocer a la gente de la Isla, igual fuese un pastor que un obrero. Los oía allí en casa hablando, cuando pasaban por la puerta y él ahí dejaba de lado a Antonio Gala para convertirse simplemente en Antonio; de hecho aquella gente no sabía quién era ese señor».

La autora se acuerda, asimismo, de la ocasión en la cual «lo llevé a una luchada, creo que en Tijarafe. Le entusiasmó», exclama. «Me decía: ‘esto es griego’», añade divertida sobre el comentario del autor de Anillos para una dama. «La música canaria le gustaba mucho también».

La relación entre Elsa López y Antonio Gala se consolida más y es en La Palma donde el escritor le habla a la autora por primera vez de su intención de crear una fundación. «Estábamos por la avenida de la playa y me dijo que pensaba crear una fundación donde reunir talento joven de distintas disciplinas artísticas; que intercalaran creativamente y crecieran allí», explica sobre este momento tan importante en la vida de ambos. «Poco después me dijo que todo estaba hecho y me pidió que la dirigiera».

López habla sobre todo del lado más doméstico y personal del recientemente fallecido escritor. «Era casero y muy tranquilo. Recuerdo una vez que se quedó dormido en el salón de casa y lo tapé: le di un beso en la frente porque lo vi muy vulnerable y creo», añade, «que siempre echó en falta la figura materna, con quien tuvo una relación complicada».

«La última vez que lo vi fue hace cuatro años y ya no era él; no reconocía», confiesa la Premio Canarias de Literatura sobre la enfermedad de Gala y su deterioro. «A Antonio no lo mató una enfermedad sino la desmemoria», concluye.

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Sé que no fuiste ajeno a todos los delirios

con que nos encontramos aquel atardecer

bajo la enredadera y el olor a jazmines

que trepaban tu patio hasta colgarse a golpes

en nuestro pecho infame de niños aturdidos.

Sé que tuviste miedo lo mismo que nosotros.

Y yo quizá lo tenga muy a pesar de todo.

A pesar de los brazos que sujetan mi espalda

y me dan la certeza de ser inconmovible.

A pesar de tus dedos y tu roce ligero

sobre la piel rugosa que recubre los míos.

Lo tengo cuando el mundo se mueve por tu boca

y yo me desmorono al creerte perdido

en brazos de la noche en que no me sabías.

¿De dónde, entonces, este sabor amargo

que me inunda la boca de azafrán y naranjas?

Lo sabes y lo sé.

La soledad lleva tu nombre.

‘Tránsito (Poema de Damasco)’.

Elsa López, 1995

El corazón naranja de la Baltasara A Antonio Gala

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