Pequeño pero matón
El perro que ladró en Inglés
La inclusión del ratonero palmero como grupo étnico autóctono no solo supone un reconocimiento a la riqueza natural y la biodiversidad de Canarias, también es un recorrido por una dura etapa en las Islas

(L) | T. G. / miguel ayala

Un pequeño con gran carácter es la última incorporación al catálogo de razas autóctonas de Canarias, pero más allá de enriquecer la fauna de nuestro Archipiélago, el reconocimiento del perro ratonero palmero como grupo étnico de las Islas supone también el recuerdo de una época, de una forma de vida que se remonta a finales del siglo XIX cuando esta región atlántica tenía en el sector primario y la actividad portuaria sus principales motores de crecimiento, cuando las mujeres y hombres sudaban y se deslomaban para conseguir el sustento trabajando en las plantaciones o empaquetadoras de plátano o tomate de sol a sol. En aquellas fincas, en aquellos muelles y en aquellos almacenes, batallando contra las temidas y contagiosas ratas y ratones, estos pequeños canes de pelo corto y liso y cola corta, avispados y leales, compartieron con los canarios una dura etapa del desarrollo de las Islas.
Esta historia animal llega por mar a Canarias. A bordo de barcos procedentes de Reino Unido desembarcan en La Palma, aunque también en Tenerife, Gran Canaria y La Gomera, empresarios británicos y sus familias junto a sus perros terrier, fieles mascotas con bastante carácter que en su país de origen se empleaban para la caza de conejos, ratas, zorros y tejones. En el caso de la isla de La Palma las indagaciones apuntan a dos personas, concretamente representantes de la empresa Fyffes Ltd., como introductores de este tipo de perros debido a su funcionalidad.
Ya en tierra, no se quedaron quietos estos pequeños aliados, de blanco pelaje parcheados de canelo o negro. Poco a poco comenzaron a aparearse con pequeñas y pequeños perros locales sin raza definida, «los chulitos», como los define el palmero Andrés Rodríguez Leal, presidente de la Asociación del Perro Ratonero Palmero (ARPE) y el principal responsable de la recuperación de esta raza y su reconocimiento nacional.
«A la descendencia de estos terriers la población local nunca la llamó por su nombre original, o algún otro por defecto o deformación del término como por ejemplo fusteri, fuster o teria, tal como ocurrió en algunos lugares para nombrarlos. En Canarias, por lo general, simplemente se les llamó ratoneros o ratoneros ingleses en el caso de Gran Canaria, donde existió una variante de terrier de tamaño inferior, de extremidades más cortas, orejas erectas y mantos en algunos casos uniformes negros o marrones, además de los manchados en blanco, como atestigua la familia Pérez Ramírez de Gran Canaria refiriéndose a los ratoneros que poseían los limpiadores de pozos, en la zona norte de la isla, cuyos últimos ejemplares pertenecieron a dicha familia en los años 80 del pasado siglo», señala el informe Historia, caracterización y situación actual del perro ratonero palmero, elaborado por la Asociación del Perro Ratonero Palmero, el Instituto Canario de Investigaciones Agrarias y el Cabildo de La Palma, un documento que fue clave para que se reconociera este animal como grupo étnico.
En Tenerife y Gran Canaria también existieron perros del mismo tipo que en La Palma, como se observa en algunas fotos antiguas, si bien desaparecieron gradualmente, siendo esta última la única isla donde se ha mantenido la descendencia de aquellos antiguos terriers introducidos inicialmente.
«Hasta la década de los 70 del siglo XX era raro el hogar de La Palma donde no hubiera un perro ratonero. Yo desde niño», recuerda Andrés Rodríguez, «iba con mi padre desde Tijarafe a Tazacorte para vender fruta o llegar a la escuela y por entonces ya era normal encontrártelos por el camino».
Es precisamente en Tazacorte donde tiene lugar un importante suceso en el año 1928 del cual se desprende una de las principales causas del fuerte arraigo del ratonero con la isla bonita y sus habitantes.
En la localidad, un próspero municipio comercial, más del 70% de la población obrera estaba dedicada al trabajo en los empaquetados y el cultivo del plátano; su puerto, destinado a la exportación de esa fruta, ocupaba un lugar destacado en el desarrollo económico y social.
La rata, por tanto, pasa a convertirse en un gravísimo asunto entre la sociedad palmera
En agosto de aquel año aparecen en los alrededores de los almacenes y sus proximidades «infinidad de ratas muertas y abobadas, que los obreros recogían y tiraban al mar», según el libro Historia de Tazacorte (1492-1975). En los primeros días seis operarios de los almacenes enferman y el médico de la localidad, el mazuco Manuel Morales Pérez, dictamina que se trata de la peste bubónica.
La llamada pulga de las ratas, al ser un parásito, cuando el roedor muere busca otra presa, en este caso un ser humano. Ante la noticia, los habitantes de la localidad palmera, cerca de 3.000 personas, buscaron refugio fuera de su municipio hasta que se decidió quemar los almacenes y plantas de empaquetado, con el consiguiente daño a la economía local que suponía aquel freno a la producción y la distribución.
La rata, por tanto, pasa a convertirse en un gravísimo asunto entre la sociedad palmera. Y los aliados en esa lucha, en este caso el perro ratonero local, en fieles y deseados compañeros de la vida diaria.
Aquellos ex terriers que convivieron con los palmeros durante el periodo de peste, ya se habían diluido en los especímenes protagonistas de esta historia convertidos en este nuevo grupo étnico; caracterizados por su carácter vivo y animado, sumamente inquietos, nerviosos, valientes, atrevidos y con coraje, siendo sociables al trato humano, fieles y agradecidos a su dueño, cariñosos. En definitiva: únicos.
Un estudio genético sobre el ADN mitocondrial y nuclear realizado a 58 individuos pertenecientes a la Agrupación Racial Canina Perro Ratonero Palmero, cuyo resultado se incluye en el artículo Caracterización genética, a nivel de ADN mitocondrial y nuclear, de cinco razas de perros de las islas Canarias, firmado por científicos de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), el Instituto de Medicina Legal de Las Palmas y el Hospital Nacional de Niños de Columbus (Estados Unidos), concluyó en el año 2013 que «el perro ratonero palmero constituye una raza bien definida» en la actualidad.
«La definición de la raza», según se desprende de otro estudio de carácter genético publicado sobre el ratonero palmero en la prestigiosa Animal Genetic por N. M. Suárez, E. Betancor, R. Fregel y J. Pestano, donde se compara ADN mitocondrial y de microsatélites autosómicos en animales pertenecientes a las razas dogo canario, pastor majorero, pastor garafiano, podenco canario y el can palmero, «se ve apoyada por los resultados de los análisis de diferenciación genética, los cuales demuestran que el perro ratonero palmero se diferencia claramente de las otras razas incluidas en el estudio, incluso de aquellas con las que tendría algún tipo de relación genética como por ejemplo las de tipo terrier. También hay que destacar» que el protagonista de este reportaje «no muestra ningún tipo de estructura interna en forma de variedades, ecotipos u otras formas, por ello se trata de una población canina muy uniforme y homogénea».
En las labores de defensa y guarda, actúan con energía y ahínco, pendientes de todo lo que les rodea, y ya en reposo son pacíficos, confiados y seguros de sí mismos. Cuando están en alerta su mirada es fija y penetrante.
Del todo a la nada
Entre las década de los años 50 y 80 del siglo pasado había numerosos ejemplares en el Valle de Aridane, en Santa Cruz, las Breñas o Mirca, pero, con la introducción de nuevas razas, se fueron abandonando hasta el 2000, cuando principalmente Andrés Rodríguez pero también Cristóbal Gutiérrez —secretario de ARPE—, los veterinarios Juan Capote y César Bravo, José Rodríguez Caleque o Manuel Acosta Piquito, entre otros, decidieron devolver a estos canes el favor que prestaron a los antepasados de las familias palmeras, apostando por recuperar aquella raza de animales.
«De no tener más de seis o siete ejemplares hace unos veinte años ya podemos contar con más de 400 en La Palma y otros tantos en Tenerife», cuenta orgulloso Andrés Rodríguez Leal quien, sin embargo, no habría logrado incluir a estos animales en el catálogo de grupos étnicos propios de Canarias si no hubiera encontrado a Sabrina, Chiquita, Chichi, Tuy. Laika, Chiqui o Cartucho, los últimos ejemplares de una raza isleña que ya nunca más correrá peligro de diluirse en la memoria del Archipiélago.
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