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Carla Antonelli: Senadora por naturaleza

La tinerfeña Carla Antonelli hace añicos los techos de cristal en la Cámara Alta como la primera mujer transexual que ocupa en España un escaño en el Senado

«Peleé por ser lo que irremediable era», recuerda

Carla Antonelli LP/DLP

Una guagua, dos horas y cuarto de avión y diez paradas de metro separan la localidad tinerfeña de Güímar del madrileño Palacio del Senado, un trayecto que pese a parecer muy corto la canaria Carla Antonelli, la primera mujer transexual en la Cámara Alta de España, ha tardado 64 años en transitar. Sin ser real, porque Antonelli reconoce que «jamás» pensó que acabaría ocupando un escaño de senadora, el ejemplo sí sirve para ilustrar cómo un recorrido que cualquier ciudadana realizaría en apenas seis horas le ha costado casi seis décadas a una mujer trans, llámese Carla, Valeria o Nailah.

«Yo peleé por lo que irremediable era. Tú eres una cosa básica y sintéticamente y a partir de ahí lo que estás defendiendo son tus espacios, tu propia libertad y el derecho a vivir la vida con toda la dignidad que merece cualquier persona», explicaba esta semana Carla Delgado Gómez, que es el verdadero nombre de Antonelli. «Al final es una cuestión de defensa propia; y en eso ya no eres tu sola sino que también eres parte de un conjunto de personas que se encuentran en la misma situación que tú. Casi sin darte cuenta, ya no estás hablando solo por ti pero en un principio vas a defender tu espacio, tu libertad, tu vida, tu dignidad, y el derecho a ser. Luego eso, por expansión, como se ha escrito la Historia de la democracia en nuestro país, es también la conjunción de los derechos de todo un grupo de ciudadanas pero no estás en ese momento inicial, con 17 años, en una actitud premeditada de hablar del conjunto sino que estás en esa posición legítima de defensa propia».

Por defensa propia, precisamente, Carla siendo aún menor de edad abandona Guímar, donde se sentía incomprendida y rechazada, para trasladarse a Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad bastante más moderna y permisiva en aquel 1975 que aquella localidad del sureste tinerfeño a la cual Antonelli juró no volver.

En Gran Canaria la realidad le reventó, literalmente, en la cara a base de porrazos por parte de la Policía. Con la ley de peligrosidad social en activo, la capital grancanaria tampoco la recibe con los brazos abiertos. Dice que llega a pasar hambre —«hay días en los que sólo bebo agua», recuerda— y tiene que hacer lo necesario para sobrevivir en el turístico pero también sórdido entorno del parque de Santa Catalina de 1977. Recibe palizas, la detienen, la llevan a la comisaría de Doctor Miguel Rosas... En alguna entrevista y en el documental El viaje de Carla, que sobre su vida rueda en 2014 Fernando Olmedo, rememora los golpes en la cara, la sangre, los insultos... Y lo que le dicen algunos de aquellos agentes que aún mantienen las prácticas del régimen franquista: «Ya estaréis contentos, maricones; ya tenéis democracia», le decían.

Afortunadamente logra salir de aquella esquina de su vida que, en vez del soñado cielo liberador, se convierte en otro infierno. Carla Antonelli, sin embargo, reconoce que todavía en los peores momentos tuvo claro que ése no podía ser su destino, que aquella no podía ser su vida. Es en esa época donde empieza a despertar su tendencia política y cuando la dejan se manifiesta en apoyo del Partido Socialista Obrero Español. «Quedaban muy pocos días para la celebración de las primeras elecciones en nuestro país», recordaba en 2014 en una entrevista de la provincia.

En un salto temporal, la conversación se traslada a la actualidad y a la Carla senadora en la Cámara Alta. Admite que hoy su discurso se ha «calentado», dice, si se lo compara con el de hace 20 años, cuando Antonelli llevaba a cabo un activismo soft apoyando, por ejemplo, la participación en el certamen de Reina del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria de Isabel Torres, la primera candidata transexual inscrita en el concurso, o la celebración de la primera boda gay en la capital grancanaria.

«Es que los discursos, desde entonces, se han vuelto más violentos. Hace 20 años», explica, «peleamos con uñas y dientes por el matrimonio igualitario o la ley de identidad de género y, claro que sí, también había una oposición férrea pero digamos que la virulencia discursiva en redes y en el ámbito mediático es ahora mucho más agresiva que antes».

«Todas las personas evolucionamos y también somos el producto de lo que vamos aprendiendo y sabiendo», prosigue explicando Carla Antonelli. «Yo hace dos décadas, sin ir más lejos, para hablar en una charla o en una conferencia llevaba escrito lo que iba a decir; hoy no lo necesito y eso es fruto del rodaje que te va dando la vida. Como todos los caldos, la vida te va asentando», añade antes de retomar cómo ha cambiado la situación actual en materia de derechos LGTBIQ+ con respecto a hace veinte años.

«Antes no sucedía; antes estábamos en un terreno donde se avanzaba en la consecución de la equidad social. Ahora vienen a arrebatárnoslo. Por eso, recordando una frase de Pedro Zerolo, los derechos se persiguen, se defienden y luego se consiguen. La situación actual», alerta, «debe abrirnos los ojos para que no olvidemos que en ese sentido ningún logro es perenne ni eterno».

El relato del recorrido vital de la primera mujer transexual en el Senado español vuelve a la Gran Canaria de mediados de la década de los años 70 del siglo XX cuando, en un golpe de suerte, comienza a trabajar en la sala de fiestas Britania, localizada en el entorno de Guanarteme, en Las Palmas de Gran Canaria. Allí acudían guaguas con turistas que querían disfrutar con las canciones y los bailes de «los travestis, así nos llamaban», rememora la guimarera.

Aquel nuevo escenario la anima a mudarse a Madrid, donde continúa con su incipiente tratamiento hormonal. «Eso no era un capricho, es algo que necesitas hacer por encima de todas las cosas; es casi como un camina o revienta hasta que al final lo logras».

Los comienzos no suelen ser fáciles y, de nuevo, a la canaria se le pone cuesta arriba el Madrid de aquella época. «Al principio lo pasé bastante mal, incluso peor que en Las Palmas, con varios días sin tener nada que comer», relata.

Lista, bella y tan impresionante como el Teide de su Isla natal, Carla Antonelli logra enamorar a la capital de España a partir de la década de los años 80 explotando su faceta de actriz y luego como tertuliana en programas de televisión y radio. Surge de nuevo el político socialista Pedro Zerolo en la conversación, tinerfeño como ella, que acaba siendo su íntimo amigo y la persona que, sabedor de los valores, la categoría y el activismo de Carla, la promociona hasta convertirla en la primera diputada transexual de la Comunidad de Madrid.

«Lo recuerdo en tantas y tantas ocasiones...», admite sobre el dirigente fallecido en 2015, una ausencia que en el repaso de la vida de Antonelli ella vincula a su decisión de abandonar en octubre de 2022 el PSOE, donde militó 45 años, a raíz de los argumentos «transfóbicos», dice, de la exvicepresidenta del Gobierno y exministra socialista Carmen Calvo, quien en septiembre de ese año aseguró que la ley trans, con la que se buscaba reconocer el derecho a la autodeterminación de género, podía «destrozar la potente legislación de igualdad de nuestro país». Calvo declaró que al reafirmar el género se «construye una trampa de la que el feminismo quería salir».

«Cuando se reivindica el género por encima del sexo biológico», añadió, «no me parece un avance que vaya en la dirección transformadora; me parece un retroceso».

«Estoy convencida de que eso no habría sucedido si Pedro Zerolo continuara vivo; se lo puedo garantizar», defiende Carla Antonelli. «Todo ese movimiento interno de la mano de Carmen Calvo en el PSOE le aseguro que no hubiera pasado porque él lo hubiese parado desde el minuto uno y ella no se habría sentido tan fuerte como para sacar aquel argumentario transfóbico que, por cierto, anuncia en el aniversario de la muerte de Pedro, el 9 de junio».

Finalmente, el 16 de febrero de 2023, se aprobaría la Ley para la igualdad real y efectiva de las personas transexuales y para la garantía de los derechos LGTBI, conocida popularmente como ley trans. Dos meses después la tinerfeña se decide a sumar su experiencia y activismo político a Más Madrid, grupo que en junio de este año designa a Carla como senadora de su formación.

«Llego al Senado en un momento bastante álgido donde realmente se hacen necesarias las voces y la presencia», asume la canaria, «porque hemos visto cómo en la Cámara Alta, cuando se votó por ejemplo la ley integral trans, se dijeron todo tipo de barbaridades y no hubo allí ninguna persona del colectivo LGTBIQ+ para defendernos. Todo lo contrario: la única presencia en esa sesión de un miembro del colectivo era la de Jaime de los Santos, del Partido Popular, que nos puso de vuelta y media y esparció todos los tipos de bulos habidos y por haber, que ya se habían venido soltando a lo largo de los últimos dos años sobre el borrado de las mujeres y muchas otras fake news... Y una, sentada en la grada como espectadora invitada al Senado, lo que siente es impotencia».

Reconciliación

La más que justificada relación de amor/odio con Canarias de Carla Antonelli comienza a normalizarse en noviembre de 2009, cuando recibe una llamada desde el Ayuntamiento de su Güímar natal para anunciarle que le han concedido el premio Cardón como reconocimiento a su labor en favor de la promoción del municipio.

Ese año la acompañarían como galardonados el empresario Fred Olsen y el cirujano y bodeguero Gumersindo Robayna García. Flipó. Reconoce que entró en estado de pánico «por los propios prejuicios que vas adquiriendo y que terminas por interiorizar como un techo de cristal, que no te deja avanzar».

«Volver a pasear nuevamente por las calles de Güímar le resultaba algo inaudito, inimaginable, como si su mente hubiera borrado esa imagen, y así nunca tendría la tentación de caer. Hasta ese 20 de noviembre de 2009», contaba entonces la periodista Concha de Ganzo en un reportaje publicado en la provincia, «no había vuelto públicamente a Tenerife. Sólo lo había hecho en fechas señaladas y de manera clandestina; a escondidas venía de vez en cuando a visitar a su madre y a su hermana, y así, con la misma, regresaba a Madrid para que nadie pudiera verla. Durante todo ese tiempo jamás entró en una tienda, ni en un bar a tomar café... Del coche a casa de su madre y de ahí de vuelta al aeropuerto. Como una fugitiva. La acogida de Carla Antonelli en el regreso a su pueblo fue tan sorprendente, tan sentida, que consiguió espantar sus demonios».

Un año después la invitan a dar el pregón en Güímar de las fiestas patronales en honor de San Pedro Apóstol. Al parecer, el cura «de una localidad vecina, que no diré cuál es, le pidió al párroco de mi pueblo que si podía impedir que yo leyera el pregón, y el sacerdote al parecer le respondió que era una decisión del Ayuntamiento y él no podía hacer nada. Ese religioso» que en 2010 intenta vetarla «se quedó en las primeras filas escuchando lo que yo decía. Aquel acto para mí fue muy emotivo porque allí estuvieron no sólo los vecinos sino una gran parte de mi familia», recuerda la actual senadora que describe como «un exorcismo» el hecho de que a pocos metros de su casa familiar hoy haya una calle con su nombre o que se barajase bautizar Carla Antonelli un colegio público tinerfeño. «Oye, no creas que es sencillo encajar todo eso», dice tan divertida como asombrada.

El inesperado panorama que algunas sólo podrían enmendar a base de terapias psicológicas le sirvió a la guimarera para empezar a cerrar viejas heridas. «Las personas transexuales pagamos un peaje, y en el camino se queda gente pero yo siempre busco y encuentro el lado positivo. Soy una superviviente», admite.

«Todos sabemos cuál es la idiosincrasia canaria y el hecho de que siempre hemos sido muy abiertos para recibir al de afuera, pero no nos vamos a engañar», recuerda, «porque fuimos muy tolerantes y permisivos con el turismo de los años 60 pero luego en nuestras casas eso no sucedía. Podíamos ver a mujeres en bikini en las playas de Canarias, incluso practicando el nudismo, pero líbrese el cielo de que tu hija llevara una minifalda. Es cierto que en los genes de las canarias, en la actualidad, hay un espíritu de tolerancia pero la realidad, de puertas para adentro, era bien distinta durante mi juventud. Las cosas han cambiado y todo aquello se ha traducido en que el Archipiélago sea una de las regiones más respetuosas con las personas LGTBIQ+».

«Cuando miro hacia atrás claro que no pensaba que iba a acabar metida en la política pero creo que todo ha merecido la pena. Con lo vivido, con lo sufrido, con lo disfrutado, con todo lo que he sentido... Mereció la pena. Sirvió, valió y con eso es al final con lo que te quedas. Jamás me pude imaginar que yo, de estar en la esquina de un parque al mejor postor, iba a convertirme en una señora que no solamente ha roto con lo que le tenía guardado el destino, que era no pasar de los 40 años y terminar abandonada de la mano de Dios. Al final tiras para adelante, y vives y sobrevives, incluso sobrevives a demasiadas amigas y amigos que se han quedado en el camino, y encima acabas en lo que hablábamos antes de pelear por tus derechos, siendo legisladora de esos derechos. De las manos de diputados y senadores se escriben nuestras propias leyes. Eso es lo que más increíble me parece», reconoce antes de concluir reflexionando acerca de que «todas somos producto del ayer; o sea, el hoy existe porque hemos vivido un ayer. Lo que has ido dejando es lo que vas recogiendo. Para bien o para mal. Yo lo único que he intentado a lo largo de toda mi vida es ser coherente con lo que creo y defiendo, y no saltarme nunca, nunca, esa línea porque perdido eso ya no queda nada. Si tú un día te levantas y no te reconoces cuando te miras al espejo pues, como decía mi madre, mejor enciérrate en tu casa y tira al mar la llave de la puerta».

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