A pesar de que las egipcias, a diferencia de las griegas y romanas, gozaron de una mejor situación social (podían divorciarse, gestionar sus bienes y denunciar a su agresor) fueron muy pocas las que pudieron llegar a gobernar con rango de faraón. Aún hoy se sigue investigando para determinar qué mujeres ostentaron el cargo, pero actualmente solo se puede hablar con certeza de cinco soberanas. La primera se cree que fue Nitocris que gobernó solo dos años, entre 2183 y 2181 a.C. La siguiente fue Neferusobek que reinó un año más que su antecesora, de 1777 a 1773 a.C. Posteriormente, Nefertiti gobernó solo unos meses en 1340 a.C. hasta que la sucedió su yerno Tutankamón que tenía ocho años. La última, Tausert, gobernó dos años, de 1188 a 1186 a.C.
A diferencia de las demás reinas, Hatshepsut (ca. 1508-1458) consiguió mantenerse en el trono durante más de dos décadas. Asumió la regencia tras la muerte de su medio hermano y esposo, Tutmosis II, mientras su hijastro, Tutmosis III, era menor de edad. Consiguió mantener el reino en paz y sofocó con éxito pequeñas escaramuzas de los pueblos fronterizos.
Fue su padre, Tutmosis I, quien la nombró legítima heredera al trono, algo inusual ya que existía un heredero varón. Hatshepsut tuvo que enfrentarse a los prejuicios de los altos funcionarios de la corte que no deseaban ser gobernados por una mujer y un complot urdido por el arquitecto real y el primer magistrado consiguió que nombraran faraón a Tutmosis II con quien tuvo que casarse finalmente para poder convertirse, al menos, en gran esposa real.
Al morir Tutmosis II este dejó como sucesor a su hijo con una esposa secundaria en lugar de delegar en la hija que había nacido del fruto de su matrimonio con Hatshepsut, es decir, la legítima heredera. La regente decidió desoír a las voces que la animaban a permanecer en un segundo plano y tomó parte activa en la política. Durante el séptimo año de regencia transformó su imagen hacia la apariencia de un faraón, ordenó aparecer en la iconografía como un varón y comenzó a ser representada con barba y ropa masculina. Esto no lo podía haber conseguido de no ser por el apoyo que le prestaron los funcionarios de la Corte y el clero de Amón que propiciaron una situación sin precedentes, una corregencia entre un faraón, Tutmosis III y una faraona, Hatshepsut.
Durante su largo reinado tuvo que esforzarse por legitimar su derecho al trono. Para ello reforzó su origen divino y se hizo llamar MaatKaRa «El espíritu de Ra es justo» y se nombró a sí misma Hatshepsut-Jenemetamón «La primera de las nobles damas unida a Amón». A su reino se le atribuyen obras como la Capilla Roja en Karnak, los obeliscos más grandes construidos hasta su reinado y el templo funerario Djeser-Djeseru.
A Hatshepsut le costó mucho igualar las conquistas de su padre, ya que el papel militar estaba reservado a los hombres y esta fue una barrera que no fue capaz de superar. Tras varias batallas ganadas Tutmosis se proclamó Rey Guerrero y aumentó considerablemente su popularidad. A Hatshepsut no le quedó más remedio que aceptar la pérdida de todos sus apoyos que ahora estaban embelesados con el joven faraón. Hatshepsut se alejó de la esfera de poder, permitiendo a su hijastro gobernar con total autonomía. Murió sola en su palacio de Tebas y, tras su muerte, su hijastro hizo todo lo posible por borrar y destruir todos los monumentos y grabados en los que aparecía su nombre. Con esta campaña de destrucción pretendía borrarla de la historia por completo, asemejándose al Damnatio memoriae romano. Gracias a la labor de historiadores y arqueólogos se ha podido recuperar su legado, devolviéndonos unos de los más grandiosos periodos de la Historia del antiguo Egipto.
Más de 33 siglos después de la muerte de Hatshepsut, el arqueólogo Ho-ward Carter encontró su sarcófago en el Valle de los Reyes, pero la momia de la reina no estaba dentro. Fue en 2005 cuando el director del Egyptian Mum-my Project comenzó una investigación para resolver el misterio y terminó dando con el cuerpo de Hatshepsut que había sido desenterrada un siglo antes con la denominación KV60a. Fue encontrada sin tesoros ni ataúd, lo que dificultó su identificación.
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