El pergamino de Clío

El arte como arma

El ‘USS West Mahomet’ en noviembre de 1918: el camuflaje ‘dazzle’ distorsiona  el aspecto de su proa.

El ‘USS West Mahomet’ en noviembre de 1918: el camuflaje ‘dazzle’ distorsiona el aspecto de su proa. / LP / ED

Lara de Armas Moreno

Durante los tiempos de guerra, el arte suele pasa a un segundo plano. Los artistas se convierten en cronistas del conflicto, pero no son incluidos en las acciones militares. Sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial, las potencias se dieron cuenta de que el arte tenía un poder militar sin explotar, descubrieron la utilidad de la ilusión óptica. El camuflaje está presente en el imaginario bélico desde mediados del siglo XVIII, cuando los uniformes de los fusileros se hacían en tonos verdes y marrones para ayudarles a desdibujarse con el entorno. Más tarde, los militares adoptaron estos uniformes y también camuflaron sus aviones y barcos pintándolos de colores neutros. 

Durante la Primera Guerra Mundial, contaron con artistas para usar sus conocimientos sobre la perspectiva y el claroscuro. Uno de ellos fue el pintor británico Solomon J. Solomon, miembro de la Royal Academy londinense. Desarrolló un sistema de redes de camuflaje para ocultar las trincheras que fue muy efectivo. 

El artista Norman Wilkinson, a quien le encantaban las marinas, consiguió labrarse un nombre como artista militar al desarrollar una técnica conocida como camuflaje disruptivo, dazzle en inglés, en los acorazados. La técnica consistía en pintar formas geométricas con colores que se interrumpían y cruzaban, haciendo imposible que el enemigo pudiera identificar la velocidad y el tamaño del buque a una distancia media. 

Sin embargo, hay indicios para pensar que la técnica disruptiva no fue obra de la cabeza de Wilkinson. En septiembre de 1914 el submarino alemán U-9 atacó y hundió tres acorazados británicos, terminando con la vida de más de 1.400 personas. Esta noticia entristeció al zoólogo John Graham Kerr, quién escribió a Churchill planteándole la aplicación del camuflaje disruptivo, presente en animales como las cebras. Al parecer, este tipo de animales usa sus rallas no para camuflarse, sino para confundir al depredador, alterando su percepción de la distancia y el movimiento. 

Más tarde, en 1942, mientras los aliados y el Eje luchaban en el norte de África, convocaron a los militares británicos Tony Ayrton y Geoffrey Barkas a una reunión en Egipto. Eran los encargados del camuflaje en la zona oriental y bajo su mando se encontraban dibujantes, escenógrafos y escultores, artistas que habían sido reclutados para engañar al enemigo. 

Ayrton y Barkas prepararon a las tropas para la segunda Batalla de El Alamein. Pintaron el suelo de los aeródromos con manchas grises y negras para simular las sombras que hacen las armas y así hacer pensar al enemigo que tenían más. También dibujaron los techos de los hangares para hacerlas pasar por casas civiles. 

También camuflaron cientos de tanques y crearon un señuelo de 600 vehículos militares falsos. Es decir, hicieron un trabajo espectacular de escenografía nunca visto antes, ni siquiera en el cine. Los falsos tanques se hicieron con cajas de comida, contenedores de aceite y hojas de palma como relleno. Barkas fue ganador de un Oscar en 1936 por dirigir un documental. Las artimañas sirvieron y los aliados consiguieron derrotar a las fuerzas del Eje. Los artistas ganaron la batalla. 

Más tarde surgió el conocido Ejército Fantasma, una unidad del ejército estadounidense de 1.100 unidades que debían usar su ingenio para confundir al enemigo. Estos soldados eran en realidad arquitectos, escenógrafos, actores y artistas que se adherían a tres especialidades: el engaño visual, señuelos acústicos y técnicos de radio. En cuanto al engaño visual destaca el camuflaje de la 603ª compañía que desarrolló cañones, aviones, jeeps y tanques hinchables. 

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