La radio cumple 100 años

Transmisor de sonidos de la memoria colectiva, el medio se legisló como servicio público, se usó para propaganda y logró éxito comercial mudo en la Transición

La radio cumple 100 años

La radio cumple 100 años / LP / ED

La radio cumple un siglo de expresión en España y, por su inmediatez y popularidad, ni la televisión ha conseguido silenciarla. Es un medio controvertido, apasionante, curioso, como lo son todos los inventos, y marcó varias generaciones de manera decisiva.

Si bien los primeros intentos de transmitir la voz humana a través de las ondas se habían conseguido años antes y en Cuba, Puerto Rico, Argentina o Chile funcionaban las primeras emisoras de habla hispana, en plena dictadura del general Primo de Rivera, en los locos y convulsos años veinte, surge la radiodifusión en España. 

Debido a su trascendencia en caso de emergencia nacional, la Telegrafía Sin Hilos, la radio, quedó regulada por los Estados y desde sus inicios aprovechada para fines propagandísticos, los políticos incluidos. En España, siguiendo el modelo latinoamericano, la radio se legisló como un servicio público que el Estado otorgaba en concesión a particulares adelantados a su tiempo con escasos medios técnicos y económicos. Así nacieron las conocidas EAJ’otas, indicativo asignado a la radio en España seguido del número de concesión. 

La trascendencia de la radio durante la guerra civil española no se pone en cuestión, pero quizá se magnifique, pues nuestro país sufría una crisis económica sin precedentes y un altísimo índice de analfabetismo; la electricidad estaba lejos de cubrir todo el país; los receptores de radio se consideraban un artículo de lujo y superfluo que pocos podían permitirse; las emisoras funcionaban durante un reducido número de horas al día con una baja cobertura, pues la mayoría no llegaba a los 500 vatios de potencia siendo locales y comarcales y ninguna de verdadero alcance estatal hasta la creación de Radio Nacional en Salamanca en plena contienda. 

No obstante, por sus micrófonos fueron célebres las intervenciones de Dolores Ibarruri, la Pasionaria, (Unión Radio Madrid), o el general Gonzalo Queipo de Llano (Radio Sevilla) y más tarde los discursos institucionales. En un país paupérrimo en todos los aspectos (incluido el cultural) surge un nuevo medio de entretenimiento de masas a través del espectro de ondas magnéticas sin parangón hasta entonces, pues la prensa escrita jamás lo había alcanzado antes. La radio podía sintonizarse en cualquier lugar a través de los altoparlantes o receptores de radio que también funcionaban con energía eléctrica. Por tanto, en sus inicios, los radioescuchas no fueron numerosos debido a esas carencias aludidas y acentuadas por la Guerra Civil.

A la popularidad de la radio contribuyó la prensa al publicar sus programaciones, incluidas aquellas extranjeras que podían ser captadas aquí con emisoras mucho más potentes al ser en su mayoría propiedad estatal. 

La radio nace con un marcado sesgo urbano por la ubicación de los equipos emisores y porque coincide con profundas transformaciones urbanísticas de las ciudades

En principio, las emisoras se instalaban en las capitales de provincia y en aquellas ciudades de cierta relevancia cultural o industrial, caso de Santiago de Compostela que obtuvo la primera concesión en una ciudad no capital de provincia, Reus y Alcoy, Vigo o Gijón y otras más que vendrían después. 

La radio nace con un marcado sesgo urbano y no solo por la ubicación de los equipos emisores sino también porque coincide con profundas transformaciones urbanísticas de las ciudades, pues es el momento de los ensanches, del modernismo, el art decó y el racionalismo, artes ligadas a la industria, a los cinematógrafos y teatros construidos en ese periodo. 

Además, la radio se nutría de publicidad comercial para cubrir sus gastos y nada como el medio urbano con sus ventajas para obtenerla, pues ya despuntaba la sociedad de consumo, aunque los clubes de oyentes también contribuían a su sostenimiento. La publicidad ocupó un lugar preeminente patrocinando programas de gran audiencia para atraer la atención del radioyente. Las canciones de estos productos alcanzaron cotas inimaginables de popularidad: la canción del Cola Cao, Palmolive, La Lechera, Okal y tantos otros forman parte de la historia de la radio, de nuestra memoria colectiva. 

Desde sus inicios la información, la música y el entretenimiento ocuparon espacios destacados. La música, selecta o no, era de obligada transmisión y todas las emisoras contaban con una orquesta para emitir conciertos en directo o transmitirlos desde los teatros más relevantes, poniendo de manifiesto que, en principio, la radio no iba dirigida al pueblo sino a unas élites que podían permitírsela.

Con el Teatro del Aire se inicia la transmisión de obras que de otro modo se circunscribían a ese público urbano. El programa incluso resurgió con fuerza tras la Guerra Civil en varias emisoras.

Tras la contienda, el nuevo régimen se incautó de todas las emisoras de radio que no apoyaron el golpe de Estado y el resto fueron intervenidas. Alguna no volvería a emitir. Nada mejor que controlar y difundir las bondades de un régimen dictatorial mediante un férreo y eficaz sistema de propaganda manejándolo a su antojo para sus propios fines. La prensa que sobrevivió a la guerra, en la órbita conservadora en su totalidad, sufrió también esa censura. Por si esto fuese poco, el régimen creó todo un entramado de medios propagandísticos como el NO-DO, Radio Nacional y las emisoras y periódicos falangistas en cuya cabecera figuraban el yugo y las flechas con el lema Órgano de FET y de las Jons.

Más tarde surgen las radioescuelas de las Radio Juventud y las Emisoras Sindicales. Imitando a la celebérrima Radio Vaticana que creara el propio Marconi y cuya nota de sintonía será un arreglo del director musical de la emisora, Alberico Vitalini, del canto compuesto por Aloys Kunc (Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat seguido del lema Laudetur Ihesus Christus), la Iglesia no tardaría en reclamar para sí un trozo del pastel radiofónico para llevar su mensaje a los más apartados rincones. Sobradas razones tenían para ello. Al bendecir los cañones de la guerra, contribuyó de manera decisiva, incluso más que la radio, en el desenlace de la misma. De este modo, surgen decenas de emisoras parroquiales, la de Noreña entre ellas, que serán el germen de las Ondas Populares Españolas, la cadena COPE. 

Del rezo a la opinión

Fueran o no de la Iglesia, todo eran rezos en aquellas emisoras: el ángelus, rosarios, misas… Se prohibió todo tipo de opinión e información nacional e internacional recayendo dicho cometido en los famosos partes de guerra de Radio Nacional, un reprimido diario hablado a imagen y semejanza de La Palabra, emitido antes de la contienda por Unión Radio Madrid, que más tarde sería la Sociedad Española de Radiodifusión, la celebérrima cadena Ser. Esos partes se abrían con la nota de sintonía de La Generala y se cerraban con los consabidos gritos de enaltecimiento al caudillo y a España seguidos del himno nacional o el de Falange. 

Poco a poco, la electricidad llegaría a los pueblos más apartados y los aparatos de radio se harían más asequibles. La radio siguió sumando adeptos en contraposición a la lectura de periódicos, en franco retroceso desde la República.

Entre los años cincuenta y setenta del siglo XX se produce la Edad de Oro de la radio en España. La potencia, las horas de emisión y la programación se amplían considerablemente. Las emisoras vociferaban música, novelas, publicidad y las coplas de la Piquer, Juanito Valderrama, Pepe Blanco, Antonio Molina, se convirtieron en la compañía y el pasatiempo preferido de aquella España atrasada, pobre y resignada y ultracatólica a regañadientes.

De Hispanoamérica, donde el medio alcanzaría un enorme desarrollo, llegan nombres que renuevan la radio española de pies a cabeza: Doroteo Martí, Boby Deglané. Proveniente de la radio chilena, Raúl Matas, con su voz inconfundible, nos regaló los éxitos musicales del momento y su programa será el germen de otros posteriores en su género: «La canción más dulce, la que llega al alma y la que llena de alegría, la oirá todos los días a través de Discomanía». Y Pepe Iglesias, el Zorro, un locuaz argentino, nos haría reír con sus divertidos personajes: «Yo soy el zorro zorrito, para mayores y pequeñitos». 

La publicidad ocupó un lugar preeminente patrocinando programas de gran audiencia, y sus melodías alcanzaron cotas inimaginables de popularidad

Para quienes sintonizábamos aquel espectro radioeléctrico resultaba inconfundible la sintonía de la Ser perteneciente a la Sinfonía azul del compositor catalán Federico Mompou (Vol. 1: III Placide, Música callada), sintonía que será de las más recurrentes y reconocibles entre los radioyentes: «La Sociedad Española de Radiodifusión, a través de su cadena de emisoras propias y asociadas, presenta a Matilde, Perico y Periquín» en los divertidos sketches que terminaban con el llanto de Periquín: «¡Nene nooo! ¡Nene pupa nooooo!».

Es el momento de programas emblemáticos como Rumbo a la gloria, De él para ellas, Coser y cantar… O los dedicados al deporte: Altavoz deportivo, Carrusel deportivo» o Radiogaceta de los deportes. 

Los más pequeños también tenían sus espacios. Los cuentos como La ratita presumida, La gallina Marcelina, El mono Titiritero, El gallo Quirico, El enano saltarín. O programas como Rincón de los niños, La vuelta ciclista al alfabeto… Sin olvidarnos del Consultorio de Elena Francis. Las cartas que le remitía el público, femenino en su mayor parte, estaban firmadas por «Una desgraciada», «Una esclava de sus pasiones», «Una pecadora»... 

También surgen programas culturales. Joaquín Peláez hizo famoso el Premio Holanda y Operación Plus Ultra. Y cuando la naturaleza sacudía el país con dureza, como ahora mismo, esos programas eran pro damnificados por las inundaciones de Valencia, Barcelona, Sevilla, la explosión de Cádiz, el incendio de Santander: Ustedes son formidables… 

Para informarnos sin censura sobre los acontecimientos en nuestro país se recurría a las emisiones en lengua castellana que emitían desde lugares lejanos. Eran tiempos de la Guerra fría con su propaganda: ORTF Radio París, la BBC de Londres, Radió Moscú, Radio Pekín, o la celebérrima Radio España Independiente, Estación Pirenaica.

Si bien se emitieron hasta bien entrados los años setenta, los seriales radiofónicos alcanzaron su mayor éxito coincidiendo con esa edad de oro entrando a formar parte de la vida de miles de españoles. Eran historias de amores imposibles, de hijos ilegítimos, de venganzas, odios y traiciones familiares donde se impondría la rectitud, la resignación, la virtud. La trama se desarrollaba en torno a familias «bien», de numerosa y sumisa servidumbre, como si tal división social fuese la lógica, origen de la sociedad misma, desarrollada y protegida por la gracia de Dios y el régimen. 

Durante muchos años, estas novelas fueron el buque insignia de la programación radiofónica. Célebres fueron las emitidas por el cuadro de actores de Radio Madrid, la cadena SER, que hicieron historia en un país de modistas y amas de casa en donde la mujer seguía la premisa de las 3K del nacional socialismo alemán de entreguerras (Kinder-Küche-Kirche, niños, cocina, iglesia. Cría-Reza-Ama era el lema de la Sección Femenina). Los guiones de Guillermo Sautier Casaseca y Luisa Alberca consiguieron que todo el país siguiera los avatares de Ama Rosa, Dos hombres buenos (José Mallorquí), Un arrabal junto al cielo, Lo que nunca muere, Su segunda esposa… Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa, Matilde Vilariño, María Romero, Selica Torcal, Juanita Ginzo, Eduardo Lacueva… y todo un elenco de voces que entraron a formar parte de nuestras vidas. 

Las mujeres derramaban lágrimas al hacer suyas las tragedias y las desdichas de los personajes. Incluso en algunas fábricas donde predominaba la mano de obra femenina, se sintonizaba la radio para rezar y oír los aleccionadores seriales, aunque tímidamente aflorasen en ellos las diferencias sociales. Con la radio no se interrumpía el trabajo. No era necesario contemplar el receptor y quizá en ello radicara la magia del medio. La imagen necesita contemplarse, mientras que la palabra abre todo un abanico de posibilidades. Solo requiere desatar la imaginación y nada ni nadie lo impide. A ello contribuía la voz del narrador (Teófilo Martínez, Julio Varela) y los efectos especiales (Rafael Trabuchelli) recreando en las mentes el mar, una tormenta, el galope de los caballos, el traqueteo de un tren o de un carruaje, un disparo, el fragor de la guerra, reconociendo a través de la voz de los actores, de su tono e inflexiones, su estado anímico. Un universo de posibilidades. 

Con la transición democrática, fueron desapareciendo estos programas. La radio se hizo más informativa que nunca, más comprometida. Distinta.

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