Del mundo de ayer al de hoy
Caixaforum acoge en Madrid una exposición sobre el arte y la cultura durante la República de Weimar. Permanecerá abierta hasta el 16 de febrero

‘Grupo de casas en primavera’ (1916, Johannes Itten). / LP / ED
francisco r. pastoriza
Gracias a la Constitución de Weimar de 1919 (el nombre alude a la ciudad en la que se aprobó) se alcanzaron en Alemania programas de bienestar social que incluían la jornada laboral de ocho horas, el seguro de desempleo, la vivienda pública, el derecho al voto de las mujeres, la abolición de la censura, la liberación sexual. Todo un caudal de libertades que se interrumpieron con la llegada de los nazis al poder cabalgando una crisis económica y una hiperinflación provocadas en parte por las compensaciones de guerra impuestas a Alemania por los aliados en Versalles (muy criticadas por Keynes) y agravada por la gran depresión de 1929.
Después de la Primera Guerra Mundial Alemania inició uno de los periodos más fascinantes y también más difíciles que haya vivido un país a lo largo de su historia. La guerra terminó con el imperio que había dado origen a la contienda, abriendo el país hacia un futuro democrático y republicano en el que la cultura, las artes, las ciencias y el pensamiento alcanzaron cotas difícilmente repetibles. George Grosz y Max Beckmann, Bertolt Brecht y Kurt Weil, Thomas Mann, Alfred Döblin, Stefan Zweig y Rilke, Heidegger y Krakauer, August Sander, Otto Dix, Laszlo Moholy-Nagy, Paul Klee, Kandinski y Hannah Höch, el Dadaísmo, el Expresionismo y la Nueva Objetividad, la Bauhaus y la Escuela de Frankfurt… y las nuevas expresiones como el cine, la fotografía y la prensa ilustrada, florecieron en unos años cuyas obras recoge ahora la exposición Tiempos inciertos. Alemania entre guerras (en CaixaForum, Madrid, hasta el 16 de febrero de 2025).
A pesar del auge de la creatividad cultural y científica y de los avances sociales, el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales (ente 1918 y 1933) estuvo marcado por la inestabilidad y por la incertidumbre que esta exposición trata de mostrar de forma transversal y poliédrica a través de espacios escenográficos ambientados con músicas y sonidos de la época (desde el Danubio azul de Johan Strauss a la La consagración de la primavera de Stravinsky), destinados al arte, la fotografía, el diseño, el cine, la literatura, la ciencia y la filosofía. La música también está presente en el dodecafonismo de Schonberg, el cabaret de Kurt Weil y el teatro de Brecht.

‘Doble retrato de Hilde II’ (1929, Karl Hubbuch) / LP / ED
Han colaborado con préstamos importantes museos como el Thyssen de Madrid, el Stadts Museum de Berlín y el Käthe-Kollwitz de Colonia. A través de las obras aquí expuestas se rescata el ámbito de aquella Alemania como espacio epicéntrico y experimental de las vanguardias y existen instalaciones para que los visitantes interactúen y participen en los contenidos.
La exposición se inicia con un escenario que sitúa a los visitantes en los años anteriores a la Gran Guerra, un salón burgués inspirado en la novela Los Buddenbrook de Thomas Mann, que representa la estabilidad del mundo de aquellos años. A continuación, en un espacio dedicado al cuerpo humano tanto individual como fenómeno de masas, se muestran obras que destacan los nuevos roles de género, como el de la mujer, propiciados por las libertades y promovidos por la Weimar. Como es natural, el movimiento artístico Bauhaus tiene una fuerte presencia en la exposición a través de sus aportaciones al diseño, la arquitectura, el arte y la fotografía.
Gran guerra
Un pasillo estrecho y agobiante, inspirado en una trinchera de la Gran Guerra, introduce al visitante en la nueva era de Weimar, con la presencia de Goethe y Schiller como símbolos de la Ilustración y la cultura. La filosofía de Heidegger y el descrédito de la razón preparan al visitante para enfrentarse con la incertidumbre que se prolonga hasta el mundo de hoy, con las nuevas posibilidades que se abrieron para el arte, la ciencia y la cultura y que anunciaron el inicio de la posmodernidad. Las tensiones surgidas durante la República de Weimar permanecen aún en el mundo de hoy

‘Hugo Erfurth con perro’ (1922, Otto Dix) / LP / ED
Tras la caída del káiser la política se convirtió en Alemania en un fenómeno de masas. El mismo día de 1918 en el que el socialdemócrata Philipp Scheidemann proclamaba la república desde un balcón del Reichtag en Berlín, a unos centenares de metros el agitador radical Karl Liebknecht le añadía el calificativo de socialista. Los primeros años fueron políticamente los más difíciles. Se vivieron algaradas reprimidas y episodios de violencia como el que terminó con los asesinatos de dirigentes carismáticos como el propio Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Mientras la derecha fomentaba la cultura de la violencia y agitaba el antisemitismo, la izquierda radical idealizaba la revolución bolchevique y el ejército apoyaba la formación de fuerzas paramilitares.
En febrero de 1919 el socialdemócrata Friedrich Ebert fue nombrado primer presidente de la república y en agosto entraba en vigor la Constitución de Weimar. Los graves problemas a los que tenía que enfrentarse superaban la capacidad de los dirigentes demócratas para forjar un consenso y alcanzar una mayoría. El paro y la crisis terminaron por facilitar la abolición de algunos avances sociales conseguidos por los socialdemócratas. En ese magma, el nacionalsocialismo, una fuerza política marginal, se fue haciendo cada vez más fuerte aprovechando los años en los que Alemania quedó en manos de una dictadura presidencial personalizada en el mariscal Paul von Hindenburg, que ya antes de la victoria de Hitler había ido vaciando de contenido la constitución de Weimar. En la sociedad alemana se fue instalando la idea de que el pueblo necesitaba un tercer imperio (reich) presidido por un jefe (führer) capaz de encarnar el destino del pueblo alemán. Pensadores de la derecha radical como Carl Schmitt, Oswald Spengler y Ernst Jünger fueron descalificando el sistema democrático. Los nazis aprovecharon las libertades de la Constitución y el sistema electoral republicano para hacerse con el poder, apoyados por una organización de militantes fanatizados que desplegaban una amplia actividad violenta. En las elecciones de julio de 1932 Hitler consiguió el 37 por ciento de los votos. En noviembre se repitieron elecciones, los nazis cayeron al 33 por ciento y su euforia se vino abajo. Sin embargo, aunque los partidos de la derecha moderada no habían apoyado a Hitler, se unieron a la derecha radical y a los nazis para formar una coalición anti-Weimar. A pesar de tener menos representatividad, Hindenburg encargó a Hitler la formación de un gobierno que asumió el poder el 30 de enero de 1933. Se inició una contrarrevolución que acabó con las conquistas conseguidas desde 1918 y creó un nuevo Estado basado en la pureza de la raza aria y en valores profundamente reaccionarios. La república de Weimar había llegado a su fin.
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