El color rojo, una luz para los sentidos

Aristóteles fue el primero en postular que todos los colores se derivaban de cuatro básicos, asociados con los elementos fundamentales de la Naturaleza: fuego, agua, cielo y tierra

‘Armonía en rojo’ o ‘La habitación roja’, (1908) de Henri Matisse

‘Armonía en rojo’ o ‘La habitación roja’, (1908) de Henri Matisse / La Provincia

«El rojo de la tierra, el rojo de la sangre, el rojo de las rosas, el rojo de la pasión, el rojo de la ira, el rojo de la muerte», (Gabriel García Márquez en ‘Cien años de soledad’).

Las pinturas rupestres del Paleolítico son una de las expresiones artísticas más antiguas de la humanidad. Realizadas en las profundidades de las cuevas, estas obras maestras —el bisonte de Altamira pintado en el Magdaleniense hace unos quince mil años— nos pueden servir de referencia, como una ventana al mundo simbólico y espiritual de nuestros antepasados. Y en el corazón de estas pinturas encontramos un pigmento fundamental: el ocre, un producto natural de color terroso, que va desde el amarillo hasta el rojo intenso. Su composición principal es óxido de hierro, y su fácil obtención lo convirtió en uno de los primeros materiales utilizados para la pintura en la prehistoria. El color rojo iluminaba ya a los seres humanos.

El primero que dejó escrito una teoría sobre el color fue Aristóteles quien postulaba que todos los colores se derivaban de una combinación de cuatro colores básicos asociados con los cuatro elementos fundamentales de la naturaleza: fuego (rojo), agua (verde), cielo (azul) y tierra (marrón). Además de los básicos citados, el sabio giego otorgaba un papel fundamental a la luz y a la oscuridad. El blanco, que permitía recibir a todos los demás colores, era considerado el color de la luz, mientras que el negro, que los absorbía todos, representaba la oscuridad. El rojo ocupaba un lugar especial en esta teoría de los colores. Asociado al fuego simbolizaba la energía, la pasión y la vitalidad. El rojo era visto como el color más intenso y el más representativo de todos (todavía llamamos «colorado» al rojo).

Para entender científicamente cómo se perciben y se producen los colores tenemos que esperar a Isaac Newton, quien descompuso la luz blanca hacia 1665 haciéndola pasar por un prisma trasparente dando lugar a los siete colores primarios; rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. Sin embargo, esta teoría tenía un importante defecto, ya que no explicaba cómo se producían los colores intermedios. Descartes (también del siglo XVII) estableció la teoría de la tricromía, también llamado RYB (Red-Yellow-Blue), un modelo de coloración que permite obtener una gama muy amplia de colores a partir únicamente de tres colores primarios: rojo, amarillo y azul, ya que estos colores primarios pueden mezclarse de manera adecuada para producir otros colores. La mayoría de los procesadores de imágenes digitales usan los tres colores primarios para representar todos los demás colores. Hay otros sistemas más modernos como el modelo CMYK (cyan, magenta, amarillo y negro), un modelo de color sustractivo, lo que significa que en lugar de sumar colores se restan de la luz blanca.

Actualmente entendemos que el color es un atributo que percibimos de los objetos cuando se iluminan con luz blanca. Esto significa que nuestros ojos reaccionan a la luz reflejada y no a la materia en sí. Es decir, los objetos devuelven la luz que no absorben y nosotros interpretamos estas radiaciones electromagnéticas que el entorno emite o refleja, como el color del objeto.

Púrpura, color de emperadores

Volvamos al rojo. En la Roma clásica solo el emperador podía vestir de púrpura, nombre que designa un color o coloraciones que van desde el rojo hasta el violeta. El término provenía de los caracoles marinos con ese nombre, púrpuras (Stramonita haemastoma, Nucella lapillus), de los que se obtenía una tinta muy apreciada que se utilizaba para el teñido de las telas. Esto originó su casi extinción, al menos en el Mediterráneo, debiendo encontrar un sustituto a esta fuente de teñido. Copio de M. Pastoureau : «Al faltarles esa fuente del púrpura se dedicaron al quermes, esos huevos de cochinillas que parasitan las hojas de algunos robles. Recogerlos era una tarea laboriosa y su fabricación muy costosa. Pero se conseguía un rojo espléndido, luminoso, sólido. Los señores siempre disponían, por lo tanto, de un color de lujo. Los campesinos podían recurrir a la vulgar granza, que da un tono menos brillante». El quermes o kermes es un género de insectos del orden Hemiptera.

Sabemos bien que después para lograr estos colores, cada vez más demandados, se pasó a la explotación de la orchilla, nombre popular de varias especies de líquenes pertenecientes al género Roccella. Estos líquenes contienen sustancias con propiedades tintóreas, que se alcanzan tratando la orchilla con amoniaco. En Canarias abundaban estos líquenes y fueron objeto de comercio entre los navegantes que llegaban a las Islas y los aborígenes canarios, ya que se trataba de un producto muy cotizado en los mercados europeos. Posteriormente se trajo la cochinilla de México (Dactylopius coccus) que siguió siendo en Canarias un cultivo rentable.

En el cristianismo el rojo se vincula a la sangre de Cristo, al martirio y a las lenguas de fuego del Espíritu Santo, empezando la Iglesia en la Edad Media a vestir al Papa de rojo y, con matices, también a cardenales y obispos, lo que no obsta para que el demonio y el infierno fueran representados en ese mismo color. A los luteranos no les gusta el rojo, al menos en las iglesias, y dejaron de usarlo. (Apocalipsis 18, 17: [Babilonia] que estaba vestida de lino fino, de púrpura y de escarlata).

El uso del rojo es ahora habitual en trajes, edificios, coches y objetos diversos, pero el rojo es el color que sigue teniendo un mayor valor simbólico en banderas, donde es el más usado, señales, accidentes geográficos, y mil cosas más. Recordemos además que en ruso krasnoi significa rojo pero también bonito (la plaza Roja de Moscú es la plaza Hermosa). Así, pues, celebremos la belleza del color rojo.

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