Entrevista | Manuel Alejandro Cantautor, músico, arreglista y productor
Manuel Alejandro: «Yo empecé a hacer una nueva canción española»
Es una leyenda andante. Suya es la firma de algunas de las canciones más universales de Rocío Jurado, Julio Iglesias, José José, Jeanette, Emmanuel y, sobre todo, Raphael. Un patrimonio de nuestra cultura, aunque nunca le gustó calificarse como compositor. Lo cuenta todo, a los 93 años, en ‘Manuel Alejandro. Vibraciones y elucubraciones de un escribidor de canciones: Memorias’ (Ediciones B).. Atiende la llamada con la voz afónica, pero con una lucidez envidiable

Manuel Alejandro / LP/DLP
Carlos Pérez de Ziriza
¿Cómo es que hasta los 93 años no ha publicado su autobiografía?
Nunca pensé hacerlo. Me ofrecieron desde la editorial contar con una persona para escribirme un libro sobre mis memorias, pero les dije que solo las podía escribir yo: no he salido de casa nunca, nadie sabía lo que hacía, salvo escribir canciones. Quería soltar esas elucubraciones que tengo enredadas en mi espíritu. Era importante para mí plasmarlas en papel.
El libro es muy espiritual, ya que lo menciona: habla mucho de la esencia. Su padre, que también fue muy longevo (vivió hasta los 86, algo inusual en su época), era muy religioso.
Exactamente. Quieras o no, vivir veinte años al lado de mi padre, que era creyente, un devoto absoluto, marca. La esencia que nos constituye, si hay un Dios, tiene que ser esa, nunca puede ser nada material. Imposible. La ciencia sí que tiene razón al afirmar que no puede haber algo espiritual y a la vez material.
Siempre se ha definido como un escribidor de canciones, y no un compositor.
Aquellas formas musicales, las largas, esas cantidades, aquellos bocetos de cuartetos de cuerda del conservatorio, las fugas a cuatro o cinco voces… ahí te dabas cuenta de lo que era la música: es técnica, que luego el genio, ayudado por esa técnica, es lo que hace. Pero los mejores para escribir canciones son los pájaros, ya lo digo yo. Y ningún pájaro ha ido nunca a un conservatorio.
Ha dicho alguna vez que las canciones ya están creadas cuando llegan a manos de quien las escribe.
Por supuesto. Están hechas. En el aire, en el ambiente, en el éter. Lo que hacemos nosotros es ponerle una letrilla para cantarlas y decir cómo nos sentimos en cada momento. Una canción no se compone. Rotundamente. Se escribe. Y ni se escribe, se tararea.
Tuvo una lesión en la mano que le impidió seguir tocando el piano durante años cuando era un adolescente, y que cortó su progresión como pianista. ¿Marcó su destino?
He sido un enamorado de los grandes compositores, porque mi padre me lo inculcó antes de yo estudiar. Yo empezaba a hacer mis pinitos al piano, tocaba muy bien con 16 años, ya hacía mis conciertitos, sobre todo con mi hermano José María: estábamos con Beethoven, Brahms o Chopin. Me partí el codo y me lo abrieron, y al fracturármelo me lo escayolaron: hoy en día me hubieran puesto una venda y me hubieran dicho que jugara al tenis a los cuatro días. Entonces, no. Estabas meses con la escayola. Y para la siguiente operación, que en total fueron cinco, tardabas otro par de meses. Estuve tres años sin tocar. Al cuarto, tuve que empezar de nuevo a hacer escalas. Un compositor debe tener un piano delante para saber lo que hace. Todos los grandes compositores han sido enormes pianistas.
En el libro cuenta la historia de Trapera del Arenal, canción inspirada en una joven trapera de la calle, de la vida real, que dio pie a un idilio entre ella y un compañero suyo de la residencia de estudiantes en Madrid. Una historia preciosa y un registro más costumbrista de lo que era habitual cuando escribía para Raphael, Rocío Jurado o Emmanuel.
Eso fue lindo. Siempre nos encontrábamos a una trapera que iba recogiendo trapos y cartones en las aceras de la calle Arenal, llevaba un carro tirado por una burra: era rubia, linda, y le escribí una canción. Y los compañeros con quienes compartía residencia se la sabían ya, y se la cantaban cuando pasaban a su lado. A mí se me ha olvidado totalmente, porque es de esas canciones que no sabía cómo colocarla y la dejé, la abandoné. Un muchacho, en la residencia, entró un día en mi habitación y me dijo que era su pareja, que la había conocido gracias a esa canción y eran muy felices.
Una de sus pocas actuaciones como intérprete fue en un festival de Eurovisión en el que llovió y salió empapado. No fue una grata experiencia. ¿Hace falta carisma?
Yo no tengo ese carisma. O no me lo veo. También toqué en el Teatro Real hace tres años, por complacer a fans míos, y quedé muy bien y gustó mucho, pero hay que tener un desparpajo, un ángel, algo. Yo cuando estoy delante del público, se me olvida que está ahí. Igual me pasa con las entrevistas, como la que di en El Hormiguero hace unos días. El médico que me trata la afonía me ha dicho que la disfrutó mucho. Que qué simpatía, qué naturalidad, qué sencillez. Da esa impresión porque se me olvida que hay público. Y se me olvidan hasta las canciones. Gracias a que nunca estuve sobre un escenario, escribí tantas canciones. Si no, no hubiera podido. Hoy quizás se mira desde otro prisma: para subsistir, no tienes más remedio que estar cantando delante del público. Y hoy el público se volvió poco exigente. Y cuántos cantantes hay ahora, encima de un escenario, que ni tienen carisma ni tienen aspecto de estrellas.
¿Es componer para otra persona como hacerle un traje a medida? El elenco de intérpretes al que ha surtido es de lo más variopinto.
Hay que tener un poco de profundidad en la persona. Debes escribir al cantante según lo que emana. Y saber qué es lo que a la gente le ha atraído de ese cantante. Lo que piensan, lo que hablan de ese cantante. Yo he procurado acercarme a ese perfil cuando he estado con cada uno de ellos. No puede llegar igual al público Se nos rompió el amor en la voz de Rocío Jurado que en la voz de Jeanette . Y más pensando en la Jeanette que la cantó, que era una niña encantadora, pequeña, que daba gloria verla, diciendo Soy rebelde. Eso, por ejemplo, al aspecto de Rocío Jurado no le iba.
Ya que menciona a dos mujeres: ¿le resultaba fácil ponerse en su piel y escribir desde un punto de vista femenino?
Mis dos hermanas gobernaban en mi casa cuando tenía 16 años y me vi obligado a estudiar el Bachiller con profesores particulares, y he tenido cinco hijas que me han rodeado siempre. En la casa estaban siempre las mujeres. Y creo que las conozco [risas].
He visto a Raphael varias veces en directo y en más de una ocasión ha dicho sobre el escenario que ha tenido la gran suerte de contar con usted como escritor. ¿Es el intérprete con el que más cómodo se ha sentido?
Bueno, hay que tener en cuenta que a casi todos los cantantes para quienes he trabajado, les he escrito unas 50 canciones, y a Raphael unas ciento y pico. No hace falta decir más. Son muchas. Ten en cuenta que le he escrito álbumes completos. Diez y diez y diez y diez… no hay duda de que lo he conocido muy bien. Él sabía lo que yo iba a escribir y yo sabía lo que él iba a cantar. Sabía lo que le iba y lo que no.
Se consideraba canción melódica lo que escribía. ¿Se sentía infravalorado en relación al pop y al rock anglosajones, especialmente en plena dictadura?
Los medios de comunicación de los años sesenta y setenta desterraron a lo español. No hay duda. Quizá porque pensaban que estaba hecho todo para la dictadura, que es algo que no entiendo, pero así somos. Lo quitaron de en medio. Incluso hoy en día, ¿por qué no suena la canción de aquí? La bachata de aquí es la copla. Es lo nuestro. Es la canción española. No hay duda de que yo, de alguna manera, empecé a hacer una nueva canción española. Y quizás en protesta por haber cerrado las puertas a esa canción, que todos los artistas grandes tuvieron, y que pudieron haber seguido viviendo de eso, pero lo cercenaron absolutamente, pues yo hice lo que podemos llamar la nueva canción española. Soy español por los cuatro costados, y nunca me ha influenciado absolutamente nada de lo sajón. De lo italiano y de lo francés, algo. De lo latino, en realidad. De nuestra sangre, de nuestras costumbres. Hubo una fiebre tremenda por la canción anglosajona en aquellos tiempos: todos los grupos que empezaban salían no imitando ni engrandeciendo nuestras cosas, sino imitando lo anglosajón, y para mí eso no tenía ningún mérito. Y cuando empezó Raphael, la crítica y los medios no sabían si cantaba copla o no cantaba copla. Se lo imaginaban con bata de cola y peineta. Pero así somos. Es el odio que hay al hermano en España: eso lo mezclaron equivocadamente con las ideas de la dictadura, no entiendo por qué. Los mexicanos siguen con sus chamarras y sus cosas, sus rancheras y sus sombreros, y los dominicanos, y los puertorriqueños, y los franceses y los italianos… cada uno con lo suyo, y los españoles, no. Desterraron aquello absolutamente.
De hecho, usted escribió mucho para José José y Emmanuel, dos artistas mexicanos. ¿Cree que allí el público tenía menos prejuicios?
Yo estoy vivo gracias a América [risas]. Me era difícil sacar la cabeza en España, por mi estilo. Creo que una de las cosas que ayudó a que a Jeanette la ensalzaran era que su padre era inglés. Si no, sabe Dios lo que hubiera pasado. Emmanuel, el Puma, José José, Luis Miguel… creo que ahí están mis grandes canciones. Suponían el setenta por ciento de mi obra, y lo que hacía aquí era el treinta por ciento restante.
¿Cree que hoy en día la música tiene menos relevancia social, pese a que esté en todas partes de forma más invasiva que nunca?
Todo, en demasía, cansa. Las plataformas digitales nos han regalado la música a todas horas, y ya la gente no escucha una canción completa, en general. Oye unos compases y se va a otra. A Selena Gómez la siguen treinta y tantos millones de personas y yo diría que es una ordinariez. Ha cambiado todo mucho. Y para que los derechos de autor lleguen a sus manos y viva de su trabajo… ¿quién va a protestar a la nube? Antes íbamos a las sociedades de autores y a las compañías de discos, y algo sacábamos, ¿pero quién le va a pedir los derechos a las plataformas de los treinta millones de veces que se ha oído El muchacho de los ojos tristes?
¿Volvería a dedicarse a lo mismo si pudiera gozar de otra vida?
R. Yo creo que no valía para otra cosa. Y si saliera mi misma esencia, la seguiría. Y se dedicaría a lo mismo. Me ha ido muy bien, soy muy feliz, siempre lo he sido escribiendo mis canciones, sintiéndolas hasta llegar a llorar, a emocionarme muchas veces.
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