Una fragua junto al Hudson
El centro Niemeyer en Asturias acoge hasta el próximo 21 de septiembre la exposición ‘Dear Martin’, (Querido Martín), una muestra centrada en la vinculación de Martín Chirino con Nueva York, ciudad que visitó por primera vez en 1966 y en la que realizó nueve exposiciones individuales. Nunca antes una muestra del escultor grancanario había profundizado tanto en la sorprendente relación que mantuvo con el mundo del arte en Estados Unidos

Chirino en la casa cercana al Hudson donde instaló una fragua para realizar sus escultura. / Cedidas Centro Niemeyer/Fundación Martín Chirino/Alejandro Togores
La primera vez que Martín Chirino visitó Nueva York lo hizo en 1966 como intérprete de inglés para el director Carlos Saura que asistía a un festival de cine. Algunos años antes, las obras del escultor grancanario ya habían viajado hasta aquella ciudad de la luz y los contrastes. En 1960, Frank O’Hara comisarió para el MoMA neoyorquino la exposición: New Spanish Painting and Sculpture, incluyendo la obra de Chirino.
Como recuerda Alfonso de la Torre, comisario de la muestra, Dear Martin, que estos días podrá verse en el Centro Niemeyer de Asturias hasta el 21 de septiembre, «en aquellos tiempos era normal que los artistas no viajaran con sus obras y eso le ocurrió a Chirino, después no solo viajó a Nueva York, sino que decidió quedarse un tiempo y realizó allí sus esculturas».
Martín Chirino participó en nueve exposiciones individuales en Nueva York, y otras tantas colectivas. Sus viajes de ida y vuelta acabaron en una estancia prolongada en 1973. Su amiga y galerista Beatriz Perry le dejó una casa cerca del río Hudson y allí aprovechó para instalar una fragua con la que poder transformar el hierro en esas figuras tan poéticas y reconocidas. Además, contó con la colaboración, como ayudante, de la artista Marcia Weese.
Y una vez más, Chirino se asoma a ese horizonte amplio, casi como un mar de interior: el Hudson. Desde esa orilla quizás pueda imaginar aquel otro horizonte de la playa de Las Canteras, y a esa pasión desmedida por cruzar al otro lado, siempre solo, y después al calor de la fragua pasó los días domesticando aquellos hierros que él transforma en figuras volátiles, en espirales y en arcos alados.
Seguramente esa pasión por los viajes, por adentrarse en otras veredas, en nuevas rutas le vino a Martín Chirino de la mano de su padre, cuando lo llevó a los astilleros del muelle de Las Palmas de Gran Canaria, y entonces se quedó petrificado: por las embarcaciones, con las que alcanzar otras orillas y los tesoros que escondían aquellos esqueletos. Unos hombres fornidos habían logrado extraer de un barco su sólida armadura, una coraza robusta, fuerte y tan hermosa. Tal vez fue uno de esos días cuando aquel chico silencioso y tímido decidió que quería ser herrero, un herrero capaz de dibujar figuras tan endebles como los alisios. Y así se lanzó a la aventura de hacerse escultor, cruzó el horizonte y vio lo que había detrás de aquella línea imaginaria que tanto le atraía. Y desde ese otro lado, este escultor canario dedicó su vida a explorar nuevos lugares, otros espacios, y en cada nueva parada del camino, al calor de la fragua, transformó el hierro en la delicia que supone dar forma a un poema.
En una de las múltiples ocasiones que Alfonso de la Torre pudo conversar con Martín Chirino le habló de esos viajes cósmicos. Y entonces se veía como ese caminante sin final, un hombre que busca y busca, sin permitirse sentir nostalgia alguna por lo que va dejando atrás. Pasear y viajar, recordaba Chirino al comisario de la exposición, es agradecer el regreso, al fin, a la casa alejando la condición de desamparo que siempre acompaña al artista.
En una de sus últimas entrevistas se definió como ese hombre que camina solo. Aunque también reconoció que ya había llegado a su Finisterre.
La exposición del Centro Niemeyer profundiza como nunca antes se ha hecho en la relación que Martín Chirino mantuvo con el mundo del arte en Nueva York. A través de la lectura de 1.200 cartas, documentos y hasta las músicas que lo unieron a esa otra realidad, la muestra resalta esa vinculación aportando detalles y curiosidades poco conocidos, además de la presencia siempre impactante de un conjunto de unas 27 esculturas y otra treintena de dibujos de Martín Chirino. Las obras proceden de diversas colecciones, tanto privadas como públicas, entre ellas el propio legado del artista, la Colección Azcona, la Colección Fundación María Cristina Masaveu Peterson, la Colección BBVA, el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
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