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La ciencia de los espejos en el Arte

Cómo los artistas recurren a una técnica que obliga a cuestionar lo que vemos y a reconocer la subjetividad de la mirada, a la vez que enseña a apreciar la capacidad del pintor para construir existencias que trascienden la apariencia de realidades

‘Un bar del Folies Bergère’, Édouard Manet (1881 1882), en la Courtauld Gallery de Londres.

‘Un bar del Folies Bergère’, Édouard Manet (1881 1882), en la Courtauld Gallery de Londres. / La Provincia

En la Pintura Universal encontramos diversos artificios ópticos utilizados por los artistas para construir la imagen que nos quieren mostrar. Uno de ellos es el uso de espejos y, quizá, todos pensemos como paradigma en el cuadro de Las Meninas de Diego Velázquez (hacia 1656, actualmente en el Museo del Prado). En él, un espejo plano refleja la imagen de los reyes que asisten a la sesión de pintura en la que Velázquez supuestamente retrata, una vez más, a la infanta Margarita. Probablemente el pintor quería con esta incorporación ampliar el espacio que recoge el cuadro y, de paso, hacer sentir a cualquier espectador que también está participando en él.

El estudio de las imágenes de los espejos es la óptica de reflexión y en el caso de los espejos planos sus únicos efectos observables es que producen una imagen virtual (no se puede proyectar sobre una pantalla), con algo menos de luz que el original (en el mejor de los casos reflejan un noventa y tantos por ciento de la luz que les llega) y que al ser una imagen de simetría especular «la oreja izquierda se convierte en la derecha y viceversa». Esto último lo señalo, claro está, porque Vicent van Gogh pinta su autorretrato con la oreja herida sin tenerlo en cuenta cometiendo un descuido óptico evidente.

Velázquez, en La Venus del espejo (hacia 1655, en la National Gallery de Londres) retrata a la diosa, y mujer verdadera, desnuda sobre un lecho mirándose a un espejo. Pero nuestro pintor no aprovecha ese espejo para mostrarnos la cara de la diosa sino que nos deja en él una imagen algo borrosa con la que probablemente quiso evitar que se reconociese a la modelo que había posado. Como contrapunto podríamos citar un cuadro de Vermeer, Lección de música, pintado hacia 1660, menos conocido por estar expuesto en un lugar más restringido al público, el palacio de Buckingham (Londres). Aquí vemos a una joven de espaldas recibiendo una clase de música y sobre la espineta que toca hay situado un espejo que recoge la cara de la muchacha con toda fidelidad.

‘Las meninas’, de Velázquez. | | LP/DLP

‘Las meninas’, de Velázquez. / LP/DLP

Es seguro que Diego Velázquez conoció un cuadro muy anterior que figuraba en la colección real: El matrimonio Arnolfini. Pintado hacia 1434 por Jan van Eyck y actualmente en la National Gallery de Londres tras una vida muy agitada. En esta pintura también figura un espejo, mucho más interesante desde casi todos los puntos de vista. Es un espejo circular, convexo de pequeño tamaño, apenas cinco centímetros y medio de diámetro, que aparece centrado en la parte superior y que reclama el interés visual de cualquier espectador.

Los espejos esféricos son segmentos de una superficie esférica. Son cóncavos cuando la superficie reflectante es la parte interior de la esfera y su efecto observable es ampliar la imagen virtual que recogen. Son los que tenemos en el baño para ver ampliados los defectos de nuestra cara y los que se usan en los faros de los automóviles. Por el contrario, los convexos como el que ahora nos ocupa son una superficie reflectante del exterior de la esfera, producen una imagen virtual más pequeña, pero abarcando más espacio. Los usamos en los retrovisores del coche o a la salida de los garajes ya que nos permiten ver un espacio mayor aunque nos engañan haciéndonos creer que el objeto reflejado está más alejado de lo que lo está realmente.

Pues bien, van Eyck construye una realidad aumentada pintándola en su pequeño espejo que amplía fáctica y conceptualmente la escena que representa actuando ópticamente como si fuera un gran angular de una máquina de fotos. En el espejo vemos, de espaldas al referido matrimonio, pero también al propio pintor, vestido de un llamativo color rojo, que ocupa el centro del espejito, otra persona sin identificar y toda la habitación con sus muebles y lámpara incluidos, todo ello con una cierta distorsión. Estudiado con precisión óptica, empleando todo el saber físico y la potencia de la informática, solo se ha detectado una leve deformación incorrecta en algún mueble allí representado que, seguramente, van Eyck modificó a propósito ya que estaba pintando un cuadro y no examinándose en la selectividad (todo esta óptica se enseña en la Física del Bachillerato).

Otro cuadro con un espejo interesante es el conocido como Un bar del Folies-Bergère (Édouard Manet, 1881-1882), actualmente en la Courtauld Gallery de Londres. Reproducido en esta página, en él aparece una camarera de pie ante un gran espejo que refleja la bulliciosa escena del establecimiento parisino que se desarrolla delante de ella y en el que hay una aparente «distorsión» o desalineación óptica: el reflejo de la camarera aparece a su derecha, y el cliente reflejado también está desplazado, creando una perspectiva desconcertante e inquietante. Pero es un cuadro impresionista y los artistas de esta escuela se toman muchas licencias. Manet busca más captar la atmósfera de un local de ocio parisino de moda, reflejando el glamour y el ambiente de los entornos sociales del París de finales del siglo XIX. Para ello crea deliberadamente ambigüedad, desafiando la percepción del espectador e invitándolo a formar parte de la escena, aunque, ciertamente nos desorienta un poco. La aparente «imposibilidad» óptica de la composición ha sido objeto de un extenso debate. Algunos análisis (ver Ambiguity, and the engagement of spatial illusion within the surface of Manet’s paintings, de Malcolm Park) sugieren que las «distorsiones» son, de hecho, en gran parte realistas si el punto de vista del espectador (y de Manet) está ligeramente desplazado a la derecha de la camarera, y ésta ligeramente angulada hacia el espectador/artista. Implica una compleja comprensión de cómo los espejos reflejan desde una perspectiva angulada. El espejo «lo inunda todo», dificultando la distinción entre la realidad y el reflejo.

En definitiva, el espejo en la pintura se erige como una herramienta de la propia creación artística y de la percepción humana. Nos obliga a cuestionar lo que vemos, a reconocer la subjetividad de la mirada y a apreciar cómo el arte puede construir realidades que trascienden la apariencia de la realidad. Los espejos en la pintura no solo reflejan escenas, sino que significan la búsqueda del artista por presentarnos el mundo que quiere que veamos construyendo un diálogo continuo entre su pericia en el arte y su conocimiento de la ciencia.

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