España, como en todas las convulsiones históricas, ha vuelto a romperse en dos: la gran fractura nacional la protagonizan ahora los defensores del equilibrio presupuestario y los abanderados de las políticas de déficit. La inclusión de una mención en la Constitución ha desencadenado la tensión entre dos bloques que han recurrido -uno y otro- a un arsenal argumental en el que se entremezclan criterios juiciosos con simplificaciones sesgadas. En el medio apenas se deja oír la tercera España: la de la mesura y la búsqueda de un punto de encuentro razonable entre posiciones antagónicas extremas. Las dos posiciones enfrentadas tienen pros y contras y ambas incurren en errores de apreciación. Aquí se apuntan los más llamativos.

A FAVOR

El Euro

Esta crisis ha puesto de manifiesto que el euro será insostenible si se fundamenta sólo en una unión monetaria y no lo respalda una verdadera unión fiscal y presupuestaria. Esta asimetría, que es una falla estructural del euro y que lo diferencia de otras monedas de referencia, ha actuado en esta crisis como una fisura que ha puesto a la zona monetaria al pie de los especuladores y la ha hecho muy vulnerable en tiempos de zozobra.

Eurobonos

Los países atacados han reclamado la emisión de eurobonos: títulos públicos respaldados por el conjunto de la zona monetaria para frenar a los especuladores, prevenir el pánico de los inversores y reducir la prima de riesgo que ha llevado ya a tres países a la asfixia financiera. Pero los países más ortodoxos, que en tal caso pondrían su solvencia como garantía de los demás, exigen como contrapartida el compromiso de disciplina fiscal de todos los estados para no verse arrastrados por los socios a los que avalen. Sin corresponsabilidad no hay solidaridad.

Pérdida de la soberanía

El discurso de que países como España están intervenidos por la UE no se sostiene. España decidió libre y soberanamente entrar en un club y acatar sus normas. Renunció a la peseta y a la política monetaria propia y aceptó de forma libérrima limitar el manejo de su política presupuestaria acatando dos límites: el déficit fiscal no podía superar el 3 % del PIB y la deuda, el 60 %. Fueron decisiones soberanas. Ahora se ha dado un paso más restringiendo esos límites. Pero España conserva su soberanía: puede abandonar el club.

Mandan los mercados

Los países tienen libertad para gestionar sus recursos. Con su riqueza nacional, su renta y su PIB, los gobiernos nacionales deciden cómo y en qué lo usan de acuerdo con sus programas políticos. Otra cosa es cuando usan dinero ajeno. En ese caso, cuando se piden recursos a los prestamistas y a los mercados financieros internacionales para cubrir los déficits generados, los países pierden capacidad de decisión porque el dinero no es suyo. Los prestamistas ponen las condiciones. Estar en contra de los mercados financieros internacionales y defender el déficit crónico o ilimitado es un contrasentido. Endeudarse es justo la forma más segura de ponerse en sus manos y de perder soberanía. "Es muy difícil llevarle la contraria a tu banquero", dijo Hillary Clinton en alusión a China, principal financiador del abultado déficit de EE UU.

Perjuicio popular

La afirmación de que la contención del déficit la sufrirán y pagarán los ciudadanos tendría sentido si las deudas no hubiese también que pagarlas. Pero los déficits del Estado también recaen sobre los ciudadanos: con aumento de impuestos, recorte de la inversión en infraestructuras y equipamientos, mengua de los servicios públicos o limitación de las prestaciones sociales. Cuando el Estado se endeuda en exceso parte de la riqueza nacional no se destina a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, sino que se va al bolsillo de los prestamistas en concepto de intereses de la deuda, lo que empobrece al país.

Políticas liberales

Se afirma que constreñir la libertad de endeudamiento consagrará las políticas neoliberales y conservadoras. Pero no es cierto. Los gobiernos conservarán la libertad de elegir su política económica: bien priorizando el ajuste (que puede ser de gasto, de inversión o de ambos) o bien optando por una política de subida de impuestos para compensar la expansión presupuestaria. El control del déficit no prejuzga el camino por el que se transite para llegar a él.

Daño al empleo

El endeudamiento público, se argumenta, puede generar empleo. Es cierto, sobre todo como política keynesiana anticíclica en caso de depresión de la actividad privada. Pero un exceso de emisión de deuda pública entraña subida de tipos porque cae el precio de los bonos. La deuda pública compite con la privada y sustrae recursos a la Bolsa y a la inversión productiva creadora de empleo porque los bonos soberanos son más seguros para el inversor: tienen la garantía del Tesoro. La subida de tipos encarece la financiación del consumo y de la inversión y acaba lastrando la demanda privada y la creación de empleo. El sobrecoste financiero entraña pérdida de competitividad exterior y eso perjudica la ocupación laboral interna.

EN CONTRA

Frena el crecimiento

Imponer con rigor el equilibrio presupuestario como objetivo irrenunciable impedirá acometer inversiones que sirvan para futuras generaciones y para las actuales y que, anticipándolas, rendirán beneficios desde el presente. En caso de ser útiles y necesarias, demorarlas para no incurrir en deuda ni déficit entrañará un coste de oportunidad.

Política anticíclica

Las políticas monetarias y fiscales son los dos grandes instrumentos para influir en la economía. Son herramientas y por lo tanto no deben estar bloqueadas. Existen para ser usadas. Renunciar a una de ellas estableciendo un principio dogmático de renuncia sistemática al déficit supone pérdida de capacidad de corregir los desequilibrios de la economía. Ambas políticas deben ser coherentes entre sí y no contradictorias y deben ser usadas de forma anticíclica (en contra del viento) para atenuar, con medidas restrictivas, los procesos especulativos, los recalentamientos de la economía y los crecimientos desordenados, y para aliviar, con decisiones expansivas, las fases recesivas. La actual crisis se gestó por el uso incorrecto de estos instrumentos: en plena fase alcista y eufórica del ciclo económico se echó gasolina al fuego bajando impuestos y tipos de interés de forma generalizada y prolongada en vez de aplicar medidas atenuadoras de la fuerte expansión del endeudamiento privado y del consumo exacerbados, que acabaron generando una gran burbuja. Allí donde la burbuja fue mayor (España), el paro generado también lo es.