Mariano Rajoy se ha reunido antes con los banqueros españoles que con los agentes sociales. Le corre más prisa poner en orden el sistema financiero que acometer una segura reforma laboral. El PP considera acuciante llevar a cero el cuentakilómetros de los bancos españoles, limpiarlos de la toxicidad acumulada en forma de activos y créditos durante los años de bonanza para que puedan aparecer inmaculados ante los mercados internacionales y recuperar su confianza. Es decir, conseguir que vuelvan a prestarles dinero con el que a su vez ellos puedan poner en marcha el flujo crediticio en España. La pócima mágica para conseguir el objetivo es crear un banco malo, una fosa a la que arrojar toda la hez financiera. El problema es dilucidar quién paga la cuenta. En plena época de recortes, al presidente in péctore no le resultará sencillo explicar a la ciudadanía, cuando más sujeto pasivo en la creación del agujero en el traje de las finanzas, que debe rascarse el bolsillo de las limosnas millonarias para enmendar los errores de la banca.

"Técnicamente la idea puede ser buena, pero la cuestión es saber quién va a pagar el pato", explica el profesor del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) Matías González. Fuentes del sector financiero otorgan muchas posibilidades a que "una parte de la población no entienda bien" la maniobra, pero "o se hace así" o se tardará mucho más en recuperar "unos niveles normales de actividad económica".

Otra opinión más catastrofista, también del ámbito de la banca, estima probable que si no se acomete esta socialización de las pérdidas, "quizá no se salga nunca de la actual situación", lo que alargaría sine díe las actuales tasas de paro y escaso crecimiento económico, cuando no de recesión.

En la actualidad, la banca española acumula 338.000 millones de euros en créditos problemáticos de toda índole. De ellos, 176.000 pueden recibir el nombre de operaciones completamente fallidas, la gran mayoría vinculadas al sector de la promoción inmobiliaria. Los 162.000 millones restantes no pueden considerarse como tales, pero sí presentan problemas de morosidad.

Según las primeras estimaciones, al menos 30.000 millones de euros pasarían a manos del sector bancario para dar forma a esa carencia que le permita salir de la UVI. La cuestión tiene muy mala explicación de cara a la ciudadanía en plena época de recortes e incluso amenazaría con disparar el déficit público justo cuando los parámetros a cumplir dejan muy escaso margen para las alegrías.

Rajoy lo sabe y elude pronunciarse sobre la cuestión. Incluso en una entrevista en la Cadena Ser llegó a afirmar que no le gusta el banco tóxico y prefiere esperar a una segunda oleada de fusiones que permita a la banca ganar el músculo necesario para salir adelante por sí misma.

Claro que por entonces aún no habían pasado por su despacho de la madrileña calle Génova Rodrigo Rato, presidente de Bankia; Francisco González, del BBVA, e Isidro Fainé, homólogo de los anteriores en Caixabank (la Caixa).

Sin embargo, el exministro popular Cristóbal Montoro no ha ocultado, incluso durante la pasada campaña electoral, que la creación de ese banco malo daría un empuje casi definitivo para la solución del problema.

El crash mundial de la economía ha terminado con las teorías liberales puras. Tanto como para que se imponga el intervencionismo estatalista hasta en la sacristía de la libertad de mercado. Eso sí, por el momento solo para las pérdidas.

Los populares tienen por delante una ardua labor de pedagogía. Lo primero que deben hacer es desterrar del imaginario popular el término banco malo. Lo siguiente será realizar una colecta entre los banqueros para que aporten lo que puedan a la causa de financiar ese banco estatal de pérdidas. Es decir, sumar adeptos pasa por que los ciudadanos comprueben que el sector financiero se rasca el bolsillo.

En su favor juegan conceptos que no dejan de ser ciertos. Mariano Sanginés, responsable de Renta 4 en la provincia de Las Palmas explica que en la actualidad ya existe el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) "acudiendo en ayuda de la banca". Sin embargo, esta medida se ha revelado en la práctica como un parche útil en el corto plazo pero que en poco contribuye a una solución estructural para solventar los cuantiosos problemas de toxicidad que presentan los balances de las entidades financieras.

Otro de los axiomas que manejarán los populares será el de la dicotomía entre lo malo o lo peor. Sanginés lo traduce con mayor claridad: "Habrá que reflexionar sobre si resulta más barato asumir un préstamo temporal o dejar que los bancos caigan". La historia reciente -quiebra de Lehman Brothers- reveló que es más caro el desastre total que el rescate.

Si el banco malo, con ese u otro nombre, cristaliza, "sería exigible un mayor grado de responsabilidad a las entidades", señala el profesor Matías González. Para él, "hasta el momento" los bancos "son más parte del problema que de la solución".

La vicepresidenta económica saliente del Gobierno de España, Elena Salgado, recordaba esta semana que la creación de un banco malo en Irlanda "fue muy condicionante" para que el país celta "tuviera que pedir ayuda externa". Es un modelo donde mirarse. Una de las premisas que ha de cumplir ese baúl de juguetes financieros rotos es la de no disparar el déficit público. De lo contrario, la solución se convertiría en detonante de la tragedia.

Salgado hizo esas declaraciones un día después de que el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, señalara que el país "debe continuar en la senda emprendida" y disponerse para "acometer acciones adicionales". Entre ellas, incluyó la creación de un "banco malo". Claro que el máximo responsable del regulador bancario español no precisó el modo en que debería abordarse la construcción. Esa es la incógnita y en ella trabaja Rajoy.