No están en el euro, reciben un "cheque" millonario de Bruselas por los escasos beneficios que obtienen de la política agrícola común y desde ahora tampoco participan en el nuevo pacto europeo de disciplina presupuestaria: Londres vuelve a ser la "excepción" en la Unión Europea (UE), a la que ayer partió en dos.

Tras casi diez horas de maratón negociadora en la primera jornada de la cumbre para salvar al euro, quedó patente que, una vez más, Londres tiene especificidades propias a las cuales no está dispuesta a renunciar: se repite así la historia de las siempre complejas relaciones entre Londres y el resto de la UE.

De hecho, después del bloqueo ejercido por Reino Unido, no falta quien recuerda cómo en la segunda mitad de los años 60, el general francés Charles de Gaulle fue uno de los primeros en advertir de los problemas que traería al continente la adhesión británica.

Fue necesario esperar a su dimisión, en 1969, un año después de las revueltas populares estudiantiles de "mayo de 1968", para que Reino Unido tuviera perspectivas de adhesión a la entonces CEE (en 1973).

"Cameron ha pedido todo lo que nosotros considerábamos inaceptable. Si aceptamos una derogación (del nuevo pacto fiscal) para el Reino Unido (...) sería cuestionar gran parte del trabajo hecho", comentaba el presidente francés, Nicolas Sarkozy. "No estábamos dispuestos a hacer concesiones irresponsables. Necesitamos reglas (presupuestarias) más duras", comentó la canciller alemana, Angela Merkel.

"Estamos acostumbrados", agregaba la líder democristiana germana en referencia a que en los últimos casi sesenta años de historia de la UE, desde el Tratado de Roma (1957), es bien conocida la resistencia de Gran Bretaña a sumarse a acuerdos de gran calado "paneuropeo".

El primer ministro conservador británico, David Cameron, ya advirtió horas antes de la cita que llegaba con la pistola de la negociación cargada y enarbolando la "Union Jack", como se conoce a la bandera de su país: "Vetaré todo lo que afecte a nuestros intereses", aseguraba en referencia a los temores de que el corazón financiero del país, la "city" de Londres, se viera afectada negativamente por el acuerdo fiscal.

Tradición euroescéptica

Londres retomó su tradición "tory" (conservadora) más euroescéptica: sí a Europa pero como una gran hipermercado, un gigantesco espacio comercial con cerca de 500 millones de habitantes-consumidores. No a lo que signifique más unión política y económica europea, incluida la monetaria y, sobre todo, la fiscal, extremo que reclaman los proeuropeístas como una de las fórmulas para evitar nuevas crisis de deuda soberana.

No en vano Reino Unido es campeón en desmarcarse de todo aquello que suene a cesión de soberanía a Bruselas. En este caso, Cameron claudicó ante el ala más dura de los euroescépticos, uno de cuyos mejores representantes es el eurodiputado británico Nigel Farage, de 47 años, líder de la formación Europa de la Libertad y la Democracia, quien siempre que puede arremete contra la pertenencia de su país a la UE, al que ingresó en 1973.

"Reino Unido está atrapada en la UE por culpa de unos cobardes, pero el pueblo empieza a despertar", es una de sus frases favoritas, que repite siempre que tiene ocasión.

Otra vez se ha colado en un Consejo europeo el recuerdo de la euroescéptica ex primera ministra británica Margaret Thatcher, quien en la cumbre europea de Fontainebleau en 1984 lanzaba una apuesta contra los federalistas europeos, entonces encarnados por el eurodiputado italiano Altiero Spinelli (1907-1986), que abogaba por los "Estados Unidos de Europa", con políticas económicas unidas en el ámbito monetario y fiscal.

"I want my money back" (que me devuelvan mi dinero) decía Thatcher en referencia a los cerca de 4.000 millones de euros anuales que recibe Londres (el "cheque" británico), como devolución por los escasos beneficios que obtiene de la Política Agrícola Común (PAC), un elemento considerado "anacrónico" por el comisario de Presupuestos de la UE, Janez Lewandowski.

Cameron volvió a desplegar la estrategia de las excepciones británicas, uno de cuyos mejores ejemplos se produjo con la firma del Tratado de Maastricht (1992), cuando Londres exigió no participar en el euro, nacido oficialmente en 1999.

Mientras los líderes de la UE alcanzaban en la madrugada del viernes un acuerdo sobre disciplina presupuestaria, que consagra la "regla de oro" de no mantener déficits estructurales superiores al 0,5 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), que se incluirá en las constituciones nacionales, Reino Unido exigía otra cláusula "opt out", quedar fuera del acuerdo, lo cual fue rechazado de plano por el eje-franco alemán.