Salvar al euro se ha impuesto en una Europa inmersa en su peor crisis después de la II Guerra Mundial por una sola (y poderosa) razón: un mundo globalizado lastraría per se a una de las tres grandes economías mundiales -como es la Unión Europea aún con la que está cayendo- si ésta no pudiera esgrimir y afrontar la operativa múltiple del comercio internacional de bienes y servicios, con sus factores cambiarios y demás, incluso más allá de los mercados financieros, con una moneda única y, además, fuerte.

No hay lo que los expertos llaman masa crítica para que, por ejemplo, España volviera a la peseta o Italia a la lira en 2012. Si fueran Argentina, Brasil (o Venezuela), unos países cuyo crecimiento espectacular se basa en los altísimos precios internacionales de las materias primas y los recursos energéticos a causa de las demandas china e india, pues bien. Incluso si fueran el Reino Unido, que vive de la libra porque Londres es la primera plaza financiera mundial -y una especie de paraíso fiscal paralelo a lo bestia- que, además, aporta casi un tercio del PIB británico, pues quizás también.

No en vano Londres se ha quitado de en medio en el embrollo de la deuda europea en una jugada clásica que le sirve, además, para intermediar en las relaciones trasatlánticas: la plaza financiera -la que más contamina de riesgos incalculables a la economía mundial con sus circuitos locos- ni se la toquen. Pero Europa, uno de los lugares en donde mejor se ha vivido en el mundo, es una economía avanzada que produce bienes cualificados y servicios no necesariamente financieros.

Por eso y solo por eso la Zona Euro y aspirantes o beneficiarios colaterales, incluso los que lo condicionan a consultas nacionales, apoyaron en el Consejo Europeo las medidas franco-alemanas ante la crisis de deuda y el déficit extremos de Europa. Se trata, es sabido, de una propuesta, que por el rechazo británico no podrá por ahora concretarse en un nuevo tratado, así que se formalizará como un acuerdo intergubernamental (más rápido, para bien o mal) en la primavera de 2012, y que se sitúa estrictamente en el corto plazo: un ajuste duro presupuestario y fiscal para taponar el gran agujero público y privado de la UE.

Paradojas de clase media

Un famoso filósofo italiano señalaba hace unos meses en Las Palmas el punto al que había llegado el modo de organizarse la vida económica en el sentido de que una persona sujeta a hipotecas, parada o con recortes salariales y de servicios públicos, se encuentre ahora atemorizada y rogando que quienes la han sometido a esa situación (los gobiernos, la banca, el señuelo de la publicidad y el consumo: ella misma, por tanto) se salven, sean ayudados con los dineros que sean, aún aceptando él mismo ser sometido a reforzadas y crueles exigencias laborales y fiscales. Sabe que no de otra manera los cuatro euros de su cuenta se salvarán del corralito. Sabe que, así las cosas, la vida razonablemente estable y protegida que ha vivido en décadas pasadas se acabó; y sabe que quizás no vuelva, pues habrá quien lo prefiera aunque el Estado de bienestar estuviera en condiciones de volver en algún sentido cuando, a vueltas de algunos años, se salga del túnel. O eso, o el despeñadero.... Y justamente una cierta perspectiva de evitar el despeñadero, aquella de los países con capacidad política y financiera (Alemania y Francia) para imponerla y que además más se juegan porque son los primeros acreedores de el gran agujero europeo, se va a convertir en ley.

El gato sin cascabel

Lo acordado es lo siguiente: los países de la Zona Euro deberán ajustarse a déficit mínimos, casi cero -a costa de recortar los gastos que sean- para poder pagar su deuda y evitar situaciones de quiebra que aún supondrían sacrificios mayores (difícil imaginar ya). Esto deberá estar en las leyes nacionales -la justicia europea vigilará que así sea- y en el acuerdo intergubernamental se dará potestad a la Comisión Europea para que vigile los presupuestos nacionales, debiendo ser informada antes de su debate en los respectivos países. El Tribunal de Justicia de la UE examinará las reglas fiscales y se negociará si éste podrá fijar sanciones más allá de las semi-automáticas que ya de oficio activará Bruselas a incumplidores por la vía más que previsible de las (no) transferencias.

Un binomio engrasado

De lo demás, apenas nada. La regulación del sistema financiero ni se menciona, los llamados eurobonos (de los que respondería ante los llamados mercados la UE al completo) tampoco, el famoso fondo de rescate no tendrá licencia bancaria para poder intervenir prestando o pidiendo al Banco Central Europeo (BCE) en favor de un país en dificultades; y, aunque se convertirá en mecanismo estable en 2012, antes de lo previsto, no recibe más dinero sino que, en una pirueta lacónicamente perversa: La UE prestará 200.000 millones de euros al Fondo Monetario Internacional (FMI) para que, a su vez, éste se los preste a los estados europeos con poca velocidad a cambio de exigencias añadidos que de paso Bruselas cosméticamente puede ahorrarse así exigirles.

Si ésta es la receta alemana al completo, la ganancia francesa estriba en algo no muy europeísta, pero sí muy europeo y francés: los estados siguen mandando en Europa, no hay traspaso de poder a las instituciones comunitarias sino lista de tareas para las que Alemania requiere de Francia como partenaire en el núcleo duro. Así que el BCE de Draghi sigue de actor único frente al acoso especulador en esa lógica fatídica del hagan juego, señores... Y Francia, que nunca compartió la obsesión alemana por el equilibrio presupuestario, y cuya derecha incluso recela de los mercados, se traga ese sapo a cambio de preservar su papel dirigente en la UE tan caro al chauvinismo galo.

Europa de vuelo bajo

Por lo demás, hasta hace apenas unos días había resurgido con fuerza el capítulo de los fondos de estímulo a la economía y al empleo como una dimensión inauditamente olvidada y de retorno obligado para que el ajuste no eternice la recesión: EEUU, de hecho, ya los está aplicando y una socialdemocracia europea barrida del mapa los hace suyos ahora con la energía que debió aplicar antes (Almunia, Delors...). Sin embargo, aquello sin lo que lo demás apenas hará remontar al Viejo Continente brilla por su ausencia en esta enésima refundación. Una Europa de vuelo bajo.