El Gobierno del primer ministro británico, David Cameron, defendió hoy su histórico rechazo de un tratado europeo para resolver la crisis en la zona euro, mientras en el Reino Unido crecen las dudas sobre los beneficios de esa estrategia política.

En plena conmoción nacional por lo ocurrido ayer en Bruselas, el ministro británico de Economía, George Osborne, insistió hoy en que Cameron hizo lo correcto.

"Si hubiéramos firmado el tratado -si David Cameron hubiera roto su palabra con el Parlamento y los ciudadanos, cedido sin conseguir las contrapartidas que pedía-, hubiéramos sentido toda la fuerza de esos tratados europeos, es decir, del Tribunal Europeo, la Comisión Europea y el resto de esas instituciones aplicando los tratados y usándolos para socavar los intereses británicos y del mercado único", declaró.

"No podíamos dejar que eso pasara", afirmó Osborne y aseguró que, con su decisión, el primer ministro impidió que la integración fiscal que se pide a la zona euro "afecte de rebote" a los sectores de la economía británica que comercian con Europa.

El "canciller del Exchequer", firme oponente a un impuesto a las transacciones financieras, negó además que la autoexclusión del Reino Unido de un pacto secundado por el resto de los países de la Unión Europea (UE) vaya a disminuir la influencia del país.

Por su parte, Cameron buscó el apoyo de sus correligionarios con una cena anoche en su residencia oficial campestre en Chequers, en la que, según los medios británicos, se brindó a su salud.

El euroescéptico Andrew Rosindell, que asistió a la cita con una treintena de sus colegas conservadores, dijo que el primer ministro había estado "muy relajado" y que el ambiente había sido "extremadamente positivo".

Los países de la UE menos el Reino Unido respaldaron el viernes un tratado intergubernamental para aumentar la disciplina presupuestaria en la eurozona, con sanciones a aquellos Estados cuyo déficit exceda el 3 % de su Producto Interior Bruto (PIB).

Cameron se negó a sumarse al acuerdo, imposibilitando así la unanimidad, debido a que no se aceptaron las exenciones que pedía para la City de Londres, el principal centro financiero europeo y que aporta un 9 % al PIB británico.

El viceprimer ministro y líder liberaldemócrata, Nick Clegg, intentó en un primer momento respaldar a su socio de coalición al explicar que las salvaguardas exigidas eran cuestiones técnicas que hubieran permitido al Gobierno regular con más mano dura su sector financiero.

Sin embargo, ante el aluvión de críticas de miembros de su partido -el más europeísta del país-, cambió de tono para advertir a los conservadores euroescépticos "que se están frotando las manos" del peligro de que el Reino Unido quede marginado en una Europa de dos velocidades.

La evolución de la relación entre conservadores y liberales en el Gobierno de coalición dependerá de cómo se manifieste el aislamiento del Reino Unido en Europa, y quedaría especialmente dañada si, tal como piden algunos "tories", llegara a celebrarse un referéndum sobre la pertenencia de este país a la Unión Europea.

Al margen de una minoría de euroescépticos eufóricos con la actuación de Cameron, en lo que parecen coincidir diputados de todos los partidos es en que el primer ministro erró en su estrategia política, al no buscar alianzas en Europa que hubieran evitado su aislamiento.

El líder de la oposición laborista, Ed Miliband, escribe hoy en "The Guardian" que la maniobra del jefe de Gobierno, al que acusa de haber dado portazo a la negociación sin obtener beneficios, tendrá efectos "catastróficos" para el país, que quedará excluido de reuniones que pueden determinar su futuro.

El "Financial Times", periódico de referencia de la City, señala por su parte que, aunque el nuevo tratado intergubernamental tal vez no funcione -puede toparse con obstáculos legales, por ejemplo el Reino Unido intentará impedir que se sirva de las instituciones de la UE-, el resultado para Londres es una pérdida de influencia. "Lo que está claro es que lo que no resuelve nada es una silla vacía", concluye el rotativo.

Reunión de Cameron con su partido

Mientras, el primer ministro británico, David Cameron, recibió anoche en su residencia oficial campestre a unos 30 diputados conservadores para tratar sobre su polémico rechazo a un nuevo tratado europeo para resolver la crisis en la zona euro.

Al encuentro, del que hoy informa la BBC, asistieron parlamentarios de todas las corrientes de su partido, incluidos euroescépticos, el sector que más satisfecho está con la actuación de Cameron en Bruselas, que se ha traducido en un aislamiento del Reino Unido.

El euroescéptico Andrew Rosindell declaró a la cadena pública que Cameron había estado "muy relajado" en la reunión y que el ambiente había sido "extremadamente positivo".

Los países de la Unión Europea (UE) menos el Reino Unido respaldaron el viernes un nuevo tratado intergubernamental para aumentar la disciplina presupuestaria en la zona euro, con sanciones a aquellos Estados cuyo déficit exceda un 3 % de su Producto Interior Bruto (PIB).

Cameron se negó a sumarse al acuerdo, imposibilitando así la unanimidad, debido a que no se aceptaron las exenciones que pedía para la City de Londres, el principal centro financiero europeo y que aporta un 9 % al PIB británico.

Uno de los "tories" más proeuropeos, Michael Heseltine, que fue ministro en varios gobiernos conservadores, dijo hoy en Radio 4 de la BBC que Cameron no podía suscribir el pacto porque no tiene "una mayoría parlamentaria para llevarnos por ese camino", pese a que sus socios de coalición, los liberaldemócratas, son europeístas.

No obstante, Heseltine subrayó también que la decisión del primer ministro no protegió en realidad los intereses de la City, como era su intención, ya que ahora "ellos podrían crear normas para la zona euro que dificultaran las transacciones financieras con el exterior". "No se pueden proteger los intereses de la City flotando hacia el Atlántico", añadió.

Por otra parte, el viceprimer ministro británico, Nick Clegg, líder del Partido Liberaldemócrata, ha advertido a los euroescépticos "que se están frotando las manos", que "tengan cuidado con lo que desean (por si se cumple)", ya que hay un "claro riesgo de una Europa de dos velocidades en que la posición británica quede más marginada".