Las alarmas que saltaron esta semana en Canarias a propósito del anuncio de un posible nuevo Tratado de la UE, otro más, forman parte del ritual con el que las regiones ultraperiféricas han gestionado -con éxito- su trato especial en el Viejo Continente en razón de desventajas ancladas en el orden geográfico. Un trato que, de ahí la alarma, ha logrado constitucionalizarse en la Carta Magna europea. Claro que es también ese orden geográfico el que instaura la condición de posibilidad de su principal medio de vida: el turismo. Los beneficios y los perjuicios de las coordenadas geográficas insulares se complementan con el modelo de integración de las Islas.

Europa paga y permite de forma permanente ayudas y medidas al conjunto de la estructura productiva insular que en el resto de la UE siempre son temporales y decrecientes. Y, a cambio, tiene en ellas a una región con servicios y estándares europeos como plaza turística de referencia en plena zona subtropical atlántica (que no es poco eso hoy en día) y a cinco o seis horas de París, Berlín, Francfort... Una región europea excéntrica, en el sentido de fuera del centro pero nada ajena a éste, que es cada vez más un lugar tranquilo para el descanso temporal y el retiro (semi o) permanente de miles y miles de europeos, que incluso buscan ser intervenidos en hospitales isleños para un pos-operatorio al sol... Es casi el lander subtropical.

La suma que Europa paga o deja de ingresar por Canarias (las más poblada y cara) es nimia en clave comunitaria. Pero le sale a cuenta, como se ve. Es cierto que la ampliación al Este y la crisis hace que no haya suma pequeña. Pero sea como fuere la enorme suerte histórica de Canarias es que Francia tenga regiones ultraperiféricas (Martinica, Guadalupe y Reunión) y que haga de ellas dispositivos de su razón estratégica en el Caribe y África. París siempre ha sido talismán de la ultraperiferia.