De tener un buen trabajo a quedarse en el paro. Magdalena Vallés vio cambiar su vida de un día para otro sin poder hacer nada al respecto. No obstante, le plantó cara a la situación y decidió convertirse en empresaria montando un original negocio de golosinas.

Licenciada en Ciencias del Mar por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), esta catalana afincada en las Islas desde hace 30 años, cuenta además en su currículum con un doctorado y tres másteres. "Después de la licenciatura estudié una ingeniería y me especialicé en realizar estudios sobre desalación, en el tratamiento de las aguas y en prevención de riesgos laborales", explica. Asimismo, domina idiomas como el inglés y está perfeccionando el francés.

Tras desarrollar su profesión de manera continuada en lugares tan diferentes como Lanzarote o Barcelona, en 2011 dejó de recibir llamadas para trabajar. "Nunca estuve en una empresa en concreto sino que siempre eran contratos temporales, con varías compañías, según las necesidades que les fueran surgiendo", comenta Vallés.

El paso de los meses y la escasez de oportunidades laborales en su sector hicieron que esta mujer de 46 años diera un giro a su vida y se lanzara a abrir su propio negocio. "Tras ocho meses sin encontrar nada pensé que ya no podía quedarme más en casa y que tenía que dedicarme a algo que me gustara, que fuera relajado y que no tuviera nada que ver con mi formación, porque en eso no había salida", relata. Así nació Un mundo de chuches, una tienda de golosinas en la que Vallés se dedica, sobre todo, a crear originales tartas hechas con gominolas. "Me di cuenta que en la Isla no había ningún establecimiento dedicado a montar este tipo de tartas y eso fue lo que me empujó a dar el paso", añade

En febrero de este año Vallés vio su ilusión hecha realidad. Para ello tuvo que realizar una inversión inicial de 20.000 euros. "El dinero lo saqué de mis ahorros y también me ayudaron mi familia y mis amigos", apunta. El local está situado entre un colegio, un instituto y un parque, una ubicación perfecta para captar a sus demandantes principales: los niños. "Como es una cosa diferente ha tenido mucha aceptación y la gente me pide las tartas para tener algo original en sus fiestas". El mes de mayo ha sido el que mejores ventas ha registrado, gracias a las comuniones. "También me las piden para bodas o cumpleaños, y no solo en los de los más pequeños de la casa", señala entre risas.

Vallés utilizó Internet para cambiar el chip de su formación científica y especializarse en un oficio más artesanal, al que nunca pensó que iba a dedicarse. "Navegando en la Red descubrí diferentes modelos de tartas que podía hacer con chuches, consejos para crear las estructuras y todas las posibilidades que ofrece este mundillo", explica.

Armada con corcho, palillos y multitud de pastillas de goma, no hay diseño que se resista a su pericia y paciencia. "Me piden campos de fútbol, dibujos e ídolos infantiles, símbolos deportivos... hay de todo, y a mi me encanta hacerlos porque me siento como parte de la fiesta", afirma con orgullo. Hasta cuatro horas seguidas ha llegado a dedicar a una sola de sus creaciones. "En esos casos siempre me ayuda alguien a encargarse de atender a los clientes en la tienda mientras yo me pongo con la tarta, si no, sería imposible", confiesa.

Vallés espera recuperar su inversión en el próximo año y medio. Los precios de sus tartas de golosinas oscilan entre los 15 y los 70 euros, de manera que pueda ser un producto "asequible para a todos los bolsillos". "He pedido una subvención y por ser mujer emprendedora me darían unos 7.000 euros con los que podría cubrir los gastos, y empezar entonces a obtener beneficios de la tienda", señala.

Magdalena se siente muy realizada siendo su propia jefa, a pesar del esfuerzo y el atrevimiento de abrir un establecimiento en plena crisis. "Es la parte más gratificante porque sabes que tus horas de trabajo repercuten directamente en tu propio negocio y eso te hace querer mejorar cada día", asegura. Eso sí, no descarta el volver a trabajar de su profesión si le surge la ocasión. "Aunque ahora estoy centrada en la tienda y en que funcione bien, reconozco que me gustaría terminar mi vida laboral en lo que realmente sé hacer y para lo que he estudiado tanto", afirma.

África y Sudamérica son los destinos que aparecen en la mente de Vallés cuando piensa en su futuro. "Creo que en lugares como Senegal o Guinea Ecuatorial las empresas pueden solicitar mi experiencia en estudios de depuración de aguas o en protección de riesgos laborales, porque son áreas que aún están por desarrollar en esos países", añade. Hasta el momento no se había planteado en serio la opción de iniciar una nueva vida en el extranjero "porque tampoco mi situación personal me lo permitía". Mientras llega la oportunidad, asegura que ser empresaria es "una gran aventura" de la que no se arrepiente.