Es media mañana de un día de entresemana. Mari Carmen Artiles, de 38 años, está sentada en el sofá de su salón con el pijama aún puesto. La decena de fotos que adorna una mesa central muestra la amplia familia que le arropa. El constante tictac de un reloj de pared le avisa de que el tiempo pasa y se lleva consigo las esperanzas de encontrar un trabajo. Ella, madre soltera con cinco hijos es una de las 168.200 personas que llevan más de dos años en el paro en Canarias. En su caso, ese tiempo se eleva a tres años y desde hace un mes ya no recibe prestación alguna con la que hacer frente a las necesidades de las tres hijas que viven con ella. "Estoy desesperada", apunta. Desesperada por encontrar un empleo con el que llevar el pan a su casa del barrio del Polvorín, en Las Palmas de Gran Canaria.

La ayuda que aporta su madre Juana es esencial en la vivienda de Mari Carmen. A sus 61 años, la progenitora mantiene su empleo como limpiadora de un colegio. "Cobro unos 300 euros al mes por tres horas de trabajo al día", apunta Juana, que reconoce que cada día se toma seis pastillas para así poder acudir a su puesto de trabajo. "Tengo una hernia y la columna destrozada", dice entre los sollozos por los dolores que sufre cada vez que se levanta del sillón en el que se sienta. Pronto tendrá que ser operada y, a partir de entonces, desconoce qué pasara su familia porque su sueldo sirve para pagar las facturas. "Me da para pagar la luz, el agua, la hipoteca...", comenta, y añade que no puede hacer frente a otras obligaciones. "Ya le debo 600 euros a la comunidad y 3.000 a Hacienda", cuenta Juana, que muestra las cinco multas que le ha enviado la Agencia Tributaria por no hacer frente a los de pagos.

Con este panorama, Mari Carmen se ve obligada a buscar soluciones por todos lados para dar de comer a las niñas de 16, 13 y 12 años. "Hay veces que me llega el reparto de alimentos y el sindicato me da leche, garbanzos, judías, arroz, macarrones...", indica. Para los estudios de las menores, "Cruz Roja me dio un cheque de 150 euros para el material escolar y unas mochilas". Sus dos hijos mayores, de 21 y 18 años, tampoco le pueden ayudar. "El mayor tiene el título de electricidad, pero no consigue ningún trabajo; y el más pequeño está estudiando ahora lo mismo", dice.

"La situación es límite", comenta en su pequeña vivienda del populoso barrio capitalino. Tanto, que reconoce que más de una vez ha pensado en entrar a un supermercado para hurtar alimentos para sus hijos.

Para esta vecina del Polvorín, la única solución para salir adelante pasa por lograr un empleo cuanto antes. La última vez lo hizo en 2011 en una empresa situada en el barrio de El Secadero, donde limpiaba las instalaciones. "He trabajado cuidando niños, personas mayores, limpiando en casas, en comisarías, también barriendo en la calle, he trabajado de todo para intentar sacar adelante a los chiquillos y sólo pido eso: un trabajo". Con ello quiere salir de una situación límite, sacar a su familia adelante y también conseguir el deseo de una de su hija mayor: convertirse en profesora de colegio.