La cochinilla (Dactylopius coccus) quiere alzar el vuelo como antaño. Atrás quedaron las décadas de esplendor de un cultivo que se introdujo en el Archipiélago durante el primer tercio del siglo XIX para sustituir a las plantaciones de azúcar y viñedos en declive. La calidad de su ácido carmínico (E120) condujo a Canarias a ser líder en la exportación de este producto en 1935, año en el que las Islas enviaron al exterior 2.130 toneladas. La decadencia del subsector agrícola y el progresivo abandono del campo ha reducido esta cantidad hasta las cinco toneladas anuales. El 16 de febrero del ejercicio pasado, la Unión Europea (UE) concedió a la cochinilla isleña el sello de calidad Denominación de Origen Protegida (DOP), una ráfaga de aire fresco para una actividad que busca un nuevo pasaporte para conquistar el mundo: un plan estratégico de exportación.

“Competir en calidad no es problema, pero sí lo es competir en precios debido a la globalización de los mercados”, expone el portavoz de la Asociación de Criadores y Exportadores de Cochinilla de Canarias (Acecican), Lorenzo Pérez. Más aún, insiste, por la condición de región ultraperiférica de Canarias y su fragmentación territorial. A principios de esta semana, la entidad se reunió con el consejero de Agricultura y Ganadería del Ejecutivo regional, Narvay Quintero, para solicitar apoyo al sector.

El Gobierno canario se ha comprometido a elaborar el documento del plan, un estudio con el que se busca dar impulso al sector y recuperarlo. En él, se incluirá un análisis exhaustivo del coste que conlleva producir un kilo de cochinilla en el Archipiélago ­para constatar la diferencia que existe con Perú, el principal productor mundial de este producto, puesto que exporta 2.500 toneladas al año. Pérez estima que obtener carmín en Canarias es hasta 60 euros más caro, un hecho que explica que cada vez se cuenten menos productores en las Islas. En la provincia oriental, tan solo queda una veintena en Gran Canaria y un centenar en Lanzarote.

El sector exige “medidas adicionales” para consolidar la actividad, incrementar la producción, fomentar el desarrollo rural y generar empleo ya que, según defiende, la política comunitaria actúa a favor de las producciones locales de las regiones ultraperiféricas. “Nuestro sector jamás tuvo apoyos de ningún tipo desde la Administración Pública; ahora mismo es prioridad, los necesitamos y nos urge”, sostiene Pérez.Sin recompensa

El abandono de la actividad ante la imposibilidad de competir en precios es el principal síntoma de la agonía del cultivo. De ahí también que la Denominación de Origen Protegida solo cuente en la actualidad con un único asociado, pues el esfuerzo que supone cumplir con los parámetros de obligado cumplimiento para obtener este distintivo de calidad no se ven, a posteriori, recompensados. Es por ello que muchos están a la espera de recibir ayudas y poder apostar, de forma más profesionalizada, por esta actividad.

El carmín de la cochinilla, que parasita en las pencas de las tuneras, se utiliza como tinte en la industria textil, en el sector de la cosmética para las barras de labios y en el sector de la alimentación, donde se emplea como colorante en yogures, helados, golosinas o embutidos. Las escasas cinco toneladas que se exportan al año tienen como principal destino Francia y Alemania. Estos países eran compradores habituales de la producción isleña en la época dorada de un sector que incluso llegó a hacer envíos a Japón.

La cochinilla mira a la producción tomatera y platanera de las Islas para lograr el apoyo del Ejecutivo regional y de la Comisión Europea. “Nuestro sector tiene muchos años de historia y también pretendemos que se nos proteja para continuar con la actividad”, explica Pérez. En este sentido, los productores tildan de “vital” la incorporación inmediata de la cochinilla bajo el paraguas financiero del Programa Comunitario de Apoyo a las Producciones Agrarias de Canarias (Posei).