La Provincia - Diario de Las Palmas

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De enfriamiento leve a dolencia severa

La desaceleración es inoportuna porque España acumula todavía mucha deuda (pública y privada) y fuertes débitos aún con el exterior, un paro desmedido (propio de economías devastadas) pese a encadenar cinco años de crecimiento, y otros desequilibrios macroeconómicos, y porque el crecimiento es la mejor receta para generar recursos, crear empleo y diluir las acusadas tasas de apalancamiento.

Sin embargo, una suave atenuación de la fase expansiva del ciclo, dentro de unas tasas apreciables de crecimiento, puede contribuir a prolongar y dilatar el periodo de prosperidad y a aplazar el agotamiento inevitable de la recuperación. La economía tiene un comportamiento cíclico y el fin de la fase expansiva sobrevendrá antes o después.

Lo importante es postergar ese momento lo más posible y no haber incurrido en desafueros y excesos tan gravosos que obliguen al ciclo productivo a un profundo hundimiento para poder depurar y digerir los quebrantos acumulados, como ocurrió en 2008 por los comportamientos temerarios colectivos de la etapa precedente.

También es vital no alimentar las expectativas recesivas. Dramatizar de forma tremendista la desaceleración contribuye a transformarla en un frenazo contundente y con daños severos.

Confianza

En economía, las expectativas tienden a confirmarse, y lastrar la confianza de los agentes es la mejor formar de desencadenar aquello que se anuncia. El alarmismo es, pues, corruptivo.

Los economistas Nicola Gennaioli y Andrei Shleifer sostienen que lo terrible de la crisis en 2008 no fueron precimente sus causas económicas sino la "crisis de creencias" y de percepción que se produjo en los mercados. A Mario Monti, primer ministro y ministro de Economía de Italia entonces, le preguntó un periodista el 5 de diciembre de 2011 cuándo acabaría la crisis. Monti replicó: "Cuando lo digan ustedes".

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