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Recuerdo bajar por una calle que olía a chocolate, pero no sabía de dónde venía el aroma. Al tiempo, cuando me ofrecieron trabajar aquí, ya me di cuenta. Sin saberlo, caminaba cerca de donde estaba la fábrica. Es como si el olor del chocolate me hubiese estado avisando que más adelante iba a formar parte de mi vida.

Desde 1991, año en el que empecé a trabajar en chocolates La Candelaria, he visto cuánto han cambiado las cosas. Ahora tenemos más maquinaria y los procesos se han industrializado. Ha sido una gran mejora. El salto definitivo fue en el 2010 cuando nos mudamos a la fábrica actual.

Antiguamente se traía el chocolate en pipa y la descarga se hacía manualmente. Se seleccionaba por tamaño, se tostaba, luego se descascarillaba y se molía con el molino de piedra. La cascarilla muchas veces venía la gente a buscarla para guardarla para las alfombras de las festividades religiosas.

Empecé a trabajar como repartidor, era una época de mucho trabajo y nuestro chocolate se venía muchísimo en el pequeño y mediano comercio, al que no podíamos dejar sin atender. Íbamos hasta los pueblos más pequeños y más lejanos para que nadie se quedara sin nuestro chocolate.

El clima marca nuestro ritmo de producción. En octubre empiezan a sentirse los primeros días frescos y se nota la demanda de chocolate, ¡y desde que cae un pizco de nieve tenemos que ponernos a producir más! Es una seña de identidad para todos, el drago milenario de Icod y el Teide están en su etiqueta. En Tenerife es donde más se vende, pero también conocen nuestro chocolate en La Palma, en La Gomera y en El Hierro.

Me gusta mucho el chocolate, soy muy goloso. El que más me gusta para la taza es el verde y el amarillo.