Parte de las vacaciones de verano de 2018 las pasé en Flandes. Ya conocíamos mi esposa y yo Brujas, por lo que nos decantamos por visitar las otras ciudades con mayor atractivo turístico e histórico en Bélgica: Gante, la ciudad donde nació Carlos I, hecho que no tiene relevancia alguna en la actualidad en su historia local, y Amberes, la rica población del interior, pero también por darnos un chapuzón en la arenosa costa del mar del Norte. Elegimos para ello la pequeña localidad de Ostende, de poco más de 70.000 habitantes, conectada fluvialmente con Brujas, y sede del más importante puerto marítimo belga. Su atracción principal es la extensísima playa de arena dorada, sus instalaciones portuarias y su excelente gastronomía a base de productos frescos extraídos del mar, incluyendo los populares mejillones acompañados de papas fritas. Por la noche la línea del horizonte se ve sutilmente tamizada de múltiples luces saltarinas de los barcos artesanales de pesca que por la mañana entran en alegre procesión a la bocana del puerto.

Como elementos históricos más notables de esta ciudad quedan en la actualidad la neogótica iglesia de San Pedro y San Pablo, las fortificaciones alemanas de la II Guerra Mundial situadas a la derecha de las instalaciones portuarias: baterías, nidos de ametralladoras y refugios subterráneos que protegían la costa, y sobre todo, un pequeño fortín en medio de las dunas construido por mandato de Napoleón Bonaparte.

Cuando luce el sol y prevalece el buen tiempo, guarda Ostende un cierto parecido con los resorts canarios, por lo que la industria turística es allí significativa, más dada la cercanía con la costa inglesa. Sin embargo, existe una conexión mucho más estrecha entre el Archipiélago y Ostende, que desconocía cuando la visité y que es la que hoy explico.

En las investigaciones que llevo a cabo sobre los orígenes y evolución del REF para redactar el Tomo III dedicado al siglo XVII reparé que en 1638 comenzó la Corona a exigir al Archipiélago su contribución en hombres para los tercios de Flandes, lo que se denominaron levas de reclutas. El contingente impuesto en cada leva era de hasta mil hombres, cantidad elevada para la época y la demografía de las islas, más cuando las levas fueron recurrentes en el tiempo, simultaneándose con otras a Extremadura y hacia los presidios indianos. Las levas a las Indias fueron siempre más voluntarias que las destinadas a Flandes, donde los hombres iban directamente a la guerra, con escasas opciones de regreso, por lo que fue necesaria la coerción por parte de los particulares que en comisión realizaban la recluta y los capitanes generales. Para evitarla, muchos hombres se echaban al monte hasta que terminase el abanderamiento. Las autoridades canarias, representadas por los concejos, actuales cabildos, fomentaron unas veces las levas y en otras ocasiones se opusieron con vehemencia a ellas. En casos de hambruna y escasez de granos las levas sirvieron como válvula de escape de la presión demográfica, siendo fomentadas por los concejos; mientras que cuando no existía la suficiente mano de obra para el cultivo de la vid y los salarios que los terratenientes tenían que pagar se incrementaban, los regidores se oponían en la Corte a las levas exigidas.

Y la relación con las levas y el REF con Ostende es que precisamente el bonito puerto de esa localidad, salpicado de pequeñas casetas en donde degustar un amplio surtido de mariscos y pescados frescos, recibía a los agotados reclutas canarios que en largas travesías a bordo de los navíos que transportaban la malvasía a Inglaterra se acercaban a su dramático destino final en Flandes.

Muchos marquesados de la isla de Tenerife, la más relevante económicamente en el siglo XVII, se obtuvieron vía financiación de los costes de manutención, uniformes, armas y flete de los reclutas canarios. También ayudaron a esa financiación los concejos insulares y las rentas reales, especialmente la del almojarifazgo. A pesar de ello, siempre tuvo que ser penosa la travesía desde el archipiélago hasta Ostende, más cuando era habitual hacer escala en la costa inglesa a la espera del definitivo cruce del canal de La Mancha hacia las arenosas costas belgas. Algunos historiadores cuentan las calamidades y la alta mortandad que sufría la tropa canaria en la localidad inglesa de Las Dunas, donde se hacinaba en antiguos edificios con frío, hambre y miedo, teniendo incluso que vender las armas para adquirir alimentos y desertando un número importante de hombres.

Es una parte desconocida y emotiva de nuestro REF, cuando la Corona comenzó a exigir a partir de 1638 lo que no había pedido con anterioridad: la contribución de hombres para las perennes guerras que mantenía en Flandes. Hasta ese año el mayor interés de la Corona fue siempre el fomento de la población en el Archipiélago para que no cayese en manos de potencias enemigas, para que siguiese siendo la principal encrucijada en las rutas de ida y vuelta de la metrópoli a las Indias; pero la exigencia de hombres para las levas, y la posterior obligación de 1678 de emigrar cinco familias canarias por cada cien toneladas de carga a América, supusieron un notable quebranto en la evolución del REF como institución creada para cubrir las necesidades de la sociedad canaria. No obstante hay que ser conscientes que tanto las levas como el denominado tributo de sangre (la señalada obligación de emigrar cinco familias) cumplieron como factor positivo en las épocas de hambrunas en el Archipiélago.

Esa puntual relación de Ostende con los reclutas canarios de los tercios de Flandes en el siglo XVII y con el REF como institución que forma parte del patrimonio histórico de Canarias, no debe quedar en el olvido y ha de servirnos de recordatorio del estatus económico y social alcanzado en el Archipiélago. De haber conocido esa estrecha conexión el verano pasado seguro que no hubiese disfrutado tanto de los típicos mejillones con papas fritas.

Salvador Miranda Calderín. Director de la Cátedra del REF de la ULPGC