Cada vez son más las voces que alertan de la necesidad de variar el actual rumbo del capitalismo y construir un nuevo orden de cosas en el que las empresas no tengan en el beneficio su único objetivo. Ayer lo hizo en la capital grancanaria el catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona, Antón Costas, dentro del Foro nueva economía, nueva empresa patrocinado por la Fundación CajaCanarias y dirigido por la Asociación Española de Directivos (AED).

Con el paso del tiempo, el actual sistema ha tomado una deriva "amoral", por lo que Costas, también miembro de la Comisión de Ética, Valores y Buen Gobierno de la ADE, señaló la necesidad de afrontar una "regeneración del capitalismo".

Para entender el tipo de deformación que han adquirido las actuales relaciones de las empresas con la sociedad, el catedrático recurrió a un sencillo ejemplo. Se comprometió la semana pasada a recoger a su nieto en la guardería, pero confundió la hora y se retrasó. Alertado de ello por su hija, aceleró con la intención de llegar cuanto antes, pero la madre del niño le disuadió de estresarse, porque el problema se podía solventar "pagando una multa".

Esta práctica se ideó en Israel, con el aparentemente sorprendente resultado del incremento de las demoras. La explicación, según Costas, es la "quiebra moral" que se produce siempre que el "criterio monetario" es la base y se prescinde "de todo lo demás". Lo que Adam Smith, como él mismo recordó, llamaba "la quiebra de los sentimientos morales de los ricos. En buena parte, creo que es lo que nos ha pasado", concluyó.

Por ello alabó que la AED haya aceptado el "reto" de elaborar un código ético. Un movimiento que tiene pleno "sentido" cuando crecen las "presiones para moralizar las conductas" y que vienen tanto de dentro como de fuera de las empresas.

La sociedad lo exige

La presión externa parte del conjunto de la sociedad, que exige "conductas más éticas". Al respecto, Costas señaló que las empresas cotizadas están obligadas a presentar sus "cuentas no financieras". Entre estas se encuentran las escalas salariales existentes dentro de la compañía. "Pueden incomodar más o menos, pero esas nuevas exigencias se multiplican" y toman forma muchas veces tras ser recogidas e impulsadas por el poder legislativo.

Algo que se revela más necesario aún en un momento en el que surgen movimientos populistas. "La frustración se instala en la gente por cómo han evolucionado sus condiciones de vida", relató Antón Costas. "No es de recibo que los salarios estén congelados durante largo tiempo o que el empleo no sea estable, hay razones para la frustración". Un sentimiento que se multiplica y se mezcla con la ansiedad cuando se dice que las "nuevas tecnologías o la transformación energética van a destruir el 50% de los puestos de trabajo", remató el catedrático de Economía.

"En la medida en que los gobiernos no dan respuesta eficaz a estos problemas, las personas vuelven la vista hacia las empresas en cuestiones sociales y políticas que hasta el momento no iban con nosotros", reafirmó. A esas exigencias que llegan desde fuera se suman las que surgen en el seno de la propia empresa. Costas puso sobre la mesa las críticas que desde la sociedad se lanzan contra determinadas empresas o sectores. Por ejemplo, la imagen de "ladrona" que acompaña a la banca. "Este es otro motivo para explorar el mundo de la ética", expuso.

De tal modo que ya no es suficiente con tener una cuenta de resultados brillante, sino que es necesario definir un "propósito". Una idea que "se aleja de la rentabilidad a corto plazo" y que nada tiene que ver con "lemas ni campañas de marketing".

"Probablemente se tomó mal de [Milton] Friedman aquello de que el único objetivo del directivo es maximizar el valor", expuso el catedrático. No obstante, calificó de "perversidad" que desde el final de los 70 y durante los 80 se priorizara únicamente la rentabilidad "y mirando tan solo a los accionistas".

Una situación que en los 90 se intentó comenzar a corregir con la aparición de la responsabilidad social corporativa, pero aquello fue solo como "arreglar el escaparate", matizó. Tuvieron que pasar aún más de veinte años para que las empresas empezaran a plantearse que la "desigualdad social sí es en gran medida" algo que fomentan. Como ejemplo, citó los salarios de CEO que multiplican por cien los de la media de la empresa.