La epidemia del coronavirus ha suscitado una oleada de incertidumbre y de alarmismo en los mercados cuyo pronóstico es tan impredecible como el de la enfermedad. Sin embargo, ninguno de los presagios más pesimistas y catastróficos que se emitieron en los últimos años sobre la economía española por otras causas se ha cumplido y esto permite pensar que quizá ahora pueda pasar lo mismo con el Covid-19, como de hecho ocurrió con otras epidemias precedentes que al final supusieron impactos graves pero transitorios tanto en la salud colectiva como en la economía. No obstante, la acumulación de tremendismo podría lograr sus objetivos si no se atempera el tono fatalista y apocalíptico. La consternación puede ser más destructora que la enfermedad.

Antecedentes. La celebración de cuatro elecciones generales y una moción de censura en sólo cuatro años (2015-2019), la ausencia de mayorías parlamentarias estables en ese tiempo y los diecinueve meses y medio de gobiernos en funciones con Rajoy y Sánchez más las tensiones secesionistas de Cataluña (con dos referéndum soberanistas y una declaración unilateral de independencia), las subidas del salario mínimo interprofesional del 22,3% en 2019 y del 5,5% en 2020, el brexit y la fortísima desaceleración económica global y europea desde 2018 a causa de la guerra comercial (el año pasado la UE, principal mercado de exportación de España, creció a la menor tasa desde 2012) indujeron a una concatenación de pronósticos funestos sobre la economía nacional cuya materialización, lejos de haberse producido, ha ido postergándose.

Pese a la ralentización económica (que en España comenzó en 2015 y que podría explicarse por la convergencia natural del PIB con el potencial de la economía nacional sin necesidad de buscar otras causas), España aún creció el año pasado el 2% (sólo superada por EE UU y Canadá entre las grandes economías occidentales) y los datos del empleo de febrero -y que fueron sorprendentemente positivos-, han vuelto a aplazar la hecatombe anunciada.

Pese al coronavirus -y aun cuando los principales riesgos de la economía española proceden del exterior, según dijo en diciembre el Banco de España-, las nuevas proyecciones a la baja de organismos multilaterales y centros de predicción privados mantienen para el país un diferencial de crecimiento favorable respecto a la media europea y las grandes economías del área. El catastrofismo aún no ha ganado la partida.

Gobierno. Entre 2016 y 2019, diversas patronales, economistas y analistas aseguraron tener pruebas fehacientes y signos inequívocos de un fuerte enfriamiento de la economía española a causa de la inestabilidad política, la ausencia de Gobierno efectivo durante los 360 días de interinidad de Mariano Rajoy en 2016 y los 254 de Pedro Sánchez en 2019, y las graves perturbaciones por el desafío separatista catalán. Pero contra tales certezas, la economía española siguió creciendo y creando empleo, y lo hizo en tasas superiores a la eurozona y la UE.

El año pasado, frente al avance del 2% de España (dato adelantado por el Banco de España y el Instituto Nacional de Estadística), la UE creció el 1,4% y la eurozona, el 1,2%. En tasa intertrimestral, España fue la única gran economía del área que aceleró en el cuarto trimestre: creció el 0,5%. Es decir, lo mismo que EE UU, una décima por encima del comportamiento español en los dos trimestres anteriores y cinco veces más que el conjunto de la UE y del área monetaria, que progresaron en promedio el 0,1%. Alemania se estancó en los últimos tres meses (0%) y Francia (-0,1%) e Italia (-0,3%) retrocedieron. "La crisis como la copa de un pino" en la que España ya estaba inmersa el 7 de noviembre -según proclamó entonces el presidente del PP, Pablo Casado, en Cartagena- está lejos de haberse producido. Tres meses después, a mediados de febrero (una semana antes de que el coronavirus se detectase en Italia y España) los índices de sentimiento económico de los consumidores persistían sin desfallecer, y la demanda interna seguía tirando del PIB.

Predicciones. Todas las predicciones económicas difundidas entre fines de 2019 y febrero de 2020 sobre la economía española (tanto de organismos públicos y multilaterales como de agentes privados), y que ya incorporaban ajustes a la baja por la desaceleración general global, barruntaban crecimientos para el país en 2020 aún sólidos (entre el 1,5% y el 1,8%) y por encima de los países europeos comparables en tamaño.

El 20 de enero (un mes antes de que se detectara el Covid-19 en Europa) el Fondo Monetario Internacional (FMI) atribuyó a España una previsión de avance para este año del 1,6%, el tercer mayor crecimiento de las grandes economías occidentales, y esto pese a que, a causa de un ajuste técnico para acomodar sus proyecciones al cambio metodológico realizado en septiembre por el Instituto Nacional de Estadística, el Fondo aplicó a España a mayor rebaja de sus predicciones realizada a países desarrollados.

El 10 de febrero la OCDE apuntó a "una estabilización" del crecimiento nacional y el 20 (víspera de los primeros casos en Italia) la patronal CEOE dijo que no se apreciaba "riesgo de recesión en el corto plazo" en el país.

Entre fines de febrero y comienzos de marzo, y ante la eclosión del Covid-19, la agencia de calificación crediticia S&P y la compañía de asesoramiento financiero Arcano aventuraron recortes de una décima en el crecimiento español, Bank of America anunció una minoración de dos y Goldman Sachs estimó una rebaja de cinco décimas (lo mismo que hizo la OCDE el 2 de marzo para el planeta), pero en todos estos diagnósticos quedó ratificada la mayor resistencia española respecto a la media de países avanzados.

Interés de la deuda. El 31 de mayo de 2018, en pleno debate de la moción de censura que lo apartó de la presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy profetizó una escalada del interés de la deuda y de la prima de riesgo si caía el Gobierno del PP. Tampoco esto se cumplió. Ese día, último de su Presidencia, el tipo de interés del bono español a diez años estaba en el 1,5% y de ahí cayó progresivamente hasta situarse el pasado viernes, 3 de marzo, en el 0,23% (mínimo histórico).

La prima de riesgo (el interés diferencial que se le exige a la deuda de España en relación con la alemana) se comportó también a la baja hasta el estallido del coronavirus. Cuando Rajoy se fue del Gobierno estaba en 115 puntos básicos y durante los dieciocho meses siguientes (hasta que la epidemia llegó a Italia el 21 de febrero) se redujo hasta los 66 puntos básicos. Desde entonces aumentó el 50% (hasta los 99 puntos básicos del viernes 6 de marzo) pero no por un incremento de la percepción de riesgo de España (el tipo de interés siguió a la baja) sino porque el rendimiento exigido al bono alemán (considerado como un activo refugio por excelencia) aún se hundió más por la elevada demanda que disparó su precio y redujo su rendimiento, de manera que mientras el bono español cotiza con interés negativo en plazos de hasta cinco años, el alemán lo hace a vencimientos de diez a treinta años.

Pensiones. El sistema público de pensiones es otro ejemplo de presagios negativistas no cumplidos. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef) pidió en los últimos años análisis menos tétricos y "previsiones menos dramáticas". Su expresidente y ahora ministro, José Luis Escrivá, repitió el 5 de marzo en el Congreso que las numerosas predicciones "alarmistas" emitidas desde los años 90 sobre la sostenibilidad del modelo y las proyecciones demográficas regresivas no se confirmaron. "Los problemas" del sistema "son manejables y reconducibles", señaló.

Salario Mínimo. La elevación en enero de 2019 del salario mínimo interprofesional (SMI) en el 22,3% (pasó de 735,9 a 900 euros mensuales, la mayor subida en 41 años) y la adicional del 5,5% el pasado enero (hasta los 950 euros en catorce pagas) suscitaron predicciones muy fatalistas sobre el impacto negativo de estas decisiones en el empleo.

El Banco de España calculó que la contundente actualización de 2019 iba a destruir 125.000 empleos, Airef lo estimó en 60.000 y el BBVA pronosticó que dejarían de crearse 45.000. Airef rectificó en mayo de 2019 y dijo que no había tenido "efecto negativo" alguno, y el Banco de España, que tiene pendiente un estudio específico, ya indicó en diciembre que no hay "pruebas claras e irrefutables" de que la desaceleración en la creación de empleo obedezca a esta causa.

España creó el año pasado 402.300 empleos y redujo el paro en 112.400. Fue la mejora menos intensa desde 2013, pero no cabía esperar otra evolución cuando a la ralentización española desde 2015 se sumó en 2018 una fuerte desaceleración global. De hecho, no se aprecia impacto del salario mínimo (salvo quizá en determinados colectivos y territorios) en la medida en que la creación de empleo en 2019 (+2,06%) y la caída del paro (-3,4%), según la EPA, fue igual o superior al avance del PIB (2%), de modo que la economía española sigue convirtiendo la totalidad del aumento de producto en creación de empleo. Una tasa superior de transformación del PIB en ocupación conllevaría un deterioro de la productividad, lo que en las últimas décadas fue causa decisiva de la portentosa capacidad española de destruir ocupación laboral en las crisis.

El final de 2019 fue el mejor cuarto trimestre para el empleo desde 2006 según la EPA. Y si el paro registrado y la afiliación a la Seguridad Social arrojaron síntomas muy negativos en enero de 2020, en febrero (y pese al impacto del coronavirus y sin que se haya corregido la desaceleración global y europea), ambos datos fueron sorprendentemente buenos. Que España siga creando empleo y reduciendo el paro con un PIB menos pujante y pese a los graves problemas mundiales (el proteccionismo, el brexit y la epidemia) evidencia que el efecto del alza salarial no fue catastrófico y quizá ni tan siquiera dañino. Y más cuando, a diferencia de lo que ocurrió con Rajoy (una parte de la caída del paro entre 2014 y 2017 no fue por la creación del empleo sino por la caída de la población activa), ahora la fuerza laboral (personas que trabajan más las que quieren trabajar) lleva dos años aumentando, lo que explica que el paro caiga más despacio de lo que crece el empleo. Con Rajoy la población activa se redujo en 606.100 personas. Desde entonces aumentó en 324.600.

A diferencia de otras opiniones, OCDE, S&P, Moody's, Goldman Sachs, Bank of America, FMI y algunos economistas no objetaron e incluso respaldaron la gran subida del SMI de 2019 tanto por su efecto en la mejora de la equidad social como por su capacidad de estimular la demanda interna merced a la ganancia de capacidad adquisitiva de las capas de bajo ingreso.

Deuda, déficit e igualdad. Sobre el efecto del salario mínimo hay debates académicos desde hace años y experiencias contradictorias. Las tesis que sustentan las posiciones más cautelosas sobre esta y otras cuestiones pueden ser correctas pero, aun así, no existe certeza de su cumplimiento porque depende del contexto, de la intensidad (no mata la bala sino su velocidad), de cómo interactúen otros factores concurrentes, de la situación de partida (no es lo mismo un incremento intenso a partir de un niveles bajos que sobre una base alta) y de cuánto se sobreponderen los efectos positivos de una determinada medida sobre los negativos o a la inversa.

Ocurrió igual con la tesis de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff en 2010 sobre el impacto de la deuda en el crecimiento, con la teoría sobre la relación entre desigualdad y crecimiento, y con la dosis de austeridad fiscal impuesta (también en 2010) para salir de la última crisis y que motivó rectificaciones posteriores de FMI, BCE y OCDE.

Reinhart y Rogoff admitieron errores de cálculo pero también denunciaron que su tesis (según la cual la deuda pública frena el crecimiento si supera el 90% del PIB) fue utilizada "de forma exagerada o tergiversada" porque en torno a ella se dirimió una batalla ideológica militante. En ocasiones, la ideología petrifica el pensamiento y las reflexiones se usan como bandera.

Otras veces el catastrofismo está motivado por el sesgo subjetivo de muchos analistas que, cuestionados por no haber sido capaces de anticipar la última crisis, e incluso por haber desacreditado a quienes sí la anunciaron (como le ocurrió a Raghuram Rajan cuando en 2005 predijo que la desregulación financiera abocaría a una crisis como la que estalló en 2007-2008), ahora propenden a curarse en salud.

La actitud preventiva y cautelosa es meritoria para no incurrir en alegrías imprudentes (del crecimiento económico cabe decir lo que los pesimistas predican de la salud: es un estado transitorio que no augura nada bueno), pero la actitud apocalíptica puede ser tan dañina -o incluso más- que la euforia entusiasta.