"Hay que hacer una labor fundamental de políticas públicas para que la transformación hacia el teletrabajo sea en beneficio del conjunto de la sociedad, y para que aquellos que quieran hacerlo y no puedan, puedan hacerlo". José Manuel Campa lanza una advertencia respecto al teletrabajo, una rutina que se ha impuesto durante el confinamiento por la crisis sanitaria y que ha llegado para quedarse, a juicio de Campa y de Mauro Guillén. Aunque con limitaciones y peligros.
"La estimación es que aproximadamente una de cada tres personas que trabajan pueden hacerlo desde su hogar. Dos terceras partes tienen que ir a sus puestos de trabajo, hay un límite muy claro", aclara Guillén. Es decir, el teletrabajo puede alcanzar, como mucho y salvo que cambie el modelo económico actual, a un tercio de los trabajadores. En Europa, "entre el 10 y 20% de las personas que pueden hacer teletrabajo lo estaban haciendo antes de la crisis", explica Guillén. Más datos: "Como mucho un 6% de la población estaba haciendo teletrabajo al menos parcialmente, uno o dos días a la semana". Este economista cree que este modo de empleo "es eficiente, porque no hay traslados, reducimos consumo de energía y contribuimos a mejorar calidad del aire; pero, por el lado de la eficacia, hay resultados ambiguos de los estudios". Así, "algunos dicen que los empleados están motivados y tienen gran productividad, y otros, al contrario, señalan que el teletrabajo genera a los empleados gran estrés, difícil coordinación, cansancio, desmotivación?"
Además, Guillén apunta al mismo problema señalado por Campa: "Esta tendencia al teletrabajo puede generar desigualdad en acceso a tecnologías de la información, a la banda ancha...". Y puso un ejemplo clarificador: "En un país como EEUU hay un debate sobre su efecto en las minorías: en el caso de los afroamericanos, solo entre el 5 y el 8% pueden hacer teletrabajo. Hay que vigilar muy de cerca un posible repunte en la desigualdad económica".