- Bruselas ha advertido a España hoy [por el pasado viernes] que no va a poder cumplir con la contención del déficit comprometida. Le señala que es fundamental que se aleje del vagón de cola de los países de la UE, pero le retrasa hasta 2012 la mejora del ritmo de crecimiento, a causa del desempleo masivo. ¿Cómo ve la crisis en España?

- Bueno, de producirse lo que advierte Bruselas, sería grave. La situación económica en España sigue siendo muy inquietante, porque la crisis ha sido muy dura, durante mucho tiempo ésta se ha ignorado, luego se han dado muchos palos de ciego con gran derroche y las medidas de ajuste han llegado ya muy tarde y casi siempre a medias. Esto hace que el panorama sea todavía de incertidumbre acerca de si vamos a cumplir con los compromisos de déficit o si tendremos una cotización razonable en los mercados de capitales para nuestra deuda y lo demás. Y los organismos internacionales, como el FMI, nos siguen metiendo en el paquete de países problemáticos. No estamos en la situación grave de Irlanda, Portugal y Grecia, e incluso tenemos menos deuda que Bélgica e Italia. Pero en España está el problema fundamental de que el sector de la construcción sigue con una tónica muy baja. En 2010 se iniciaron 60.000 viviendas, lo cual respecto a la punta de 2006, en que se iniciaron 650.000, significa que estamos ahora en menos el 90 por ciento de caída de actividad, lo que es una brutalidad. Y naturalmente recolocar al millón y medio de parados de la construcción a través de la industria y de los servicios será una operación hercúlea que llevará años.

- ¿Cree usted que ese paro, que va a ser un problema gravísimo, puede acabar en una protesta social a gran escala?

- Estar en el entorno de casi cinco millones de parados, como dice la EPA del primer trimestre de 2011, es una situación dramática. Es cierto que no tenemos un buen estudio del mercado laboral y que puede haber gente no inscrita entre los parados y que están trabajando en la economía sumergida y parados incluso con prestaciones por desempleo, que paga el Inem, trabajando. Entonces los amortiguadores de una crisis laboral tan fuerte como la que tenemos siguen siendo la familia y el Estado del Bienestar. Aunque la gente esté sin trabajo, sus hijos siguen yendo a los colegios [públicos], la cartilla de Sanidad sigue funcionando, incluso el sesenta por ciento de los parados tienen prestaciones todavía. Pero todo eso son explicaciones para saber por qué no hay tumultos e inquietud social, que se transformen en manifestaciones como las que estamos viendo en Grecia. En España, con el paro más voluminoso de Europa, y sobre todo con un 43 por ciento de paro juvenil, pues se puede ya decir, claro, que si se alarga la crisis, porque la recuperación del empleo será lentísima, las prestaciones del desempleo se agotan y los recursos del Estado -con su política de déficit- se encogen, la situación en 2012 y 2013 puede ser en muchísimos aspectos peor que la de ahora.

- ¿En tensión social también?

- Sí, claro, en tensión social también. Y sobre todo es que no se han hecho las reformas de fondo, todavía están deshojando la margarita con la reforma laboral...

- ¿Cuáles son las reformas importantes que, en síntesis, cree usted que faltan?

- Las más importantes se han iniciado pero van a medias. El recorte del déficit, por ejemplo: se podrá discutir si política keynesiana [estimular la demanda con gasto y déficit público para generar actividad] o política de contención del déficit, pero es que la discusión no sirve, porque nosotros estamos en un club, que se llama el euro, nos exigen que cumplamos los compromisos de [reducción del] déficit y hay que cumplirlos. Porque, además, si no, nos sancionan. Y tampoco nos favorece porque los resultados de una política de indisciplina respecto al euro se reflejan en los mercados de capitales, que te castigan con los tipos de interés, y pasa lo que pasa en Grecia. Claro, cumplir con esos compromisos de déficit provoca una cierta recesión inducida, claro, frena las posibilidades de crecimiento. Y luego el problema del stock de viviendas sigue sin resolverse.

- ¿Y qué hacer al respecto?

- [El principal stock] sigue en manos de los bancos, que no quieren bajar los precios, porque tienen muchas viviendas. Y si bajan los precios tienen que provisionar y, por lo tanto, desviar recursos no sólo para dar menos beneficios [a los accionistas] sino para cumplir con sus compromisos de capitales [provisiones obligatorias reforzadas por el Banco de España]. Y luego la reforma laboral siguen a medias, porque lo que se ha hecho en términos de indemnizaciones por despido y contratación laboral es poca cosa. Y quedan los convenios colectivos, en la idea, primero, de que no se prolonguen cuando caducan, porque luego resulta que se está dos o tres años en situaciones de aumentos salariales obligados en plena crisis; luego el absentismo laboral es brutal y dramático, aunque ha disminuido un poco como consecuencia de la crisis; y, por último, están las pequeñas y medianas empresas, que tienen que seguir convenios que ni han visto ni han firmado, pues son acuerdos provinciales o a escala de todo el país y eso ya no se puede mantener. El IPC, por el que en España se rigen los salarios, se quitó en Italia por referéndum, y lo que hay que hacer ahora es asociar los salarios a la productividad. Y punto.

- ¿No cree que el absentismo y la baja productividad guardan relación con los bajos niveles salariales de los sectores capitales de la economía?

- Pues claro que sí. Son muy bajos en relación con Francia o Alemania, toma, y también tenemos una productividad que es la mitad de la de Estados Unidos y el sesenta por ciento de la de Alemania... O sea, que mientras no subamos la productividad, no podemos subir salarios. Y tanto que guarda relación, lo que hay que hacer es estimular el trabajo, su intensidad y el trabajo bien hecho.

- ¿Y no cree que una persona bien pagada trabaja más y mejor que otra mal pagada y con peores condiciones laborales? Es que la impresión que se da, si no, es que la falta de productividad española tiene que ver sobre todo con el hecho de que los españoles somos unos gansos...

- No, no, no... El español trabaja en función de dónde esté, según el marco que tenga. En Suiza son trabajadores estupendos; en cambio en otros sitios, como es Andalucía, se apuntan al PER [Plan de Empleo Rural] y no dan golpe. Pero es que el PER existe en Andalucía, no existe en Suiza, que es donde está ahora el Rey hablando de no se qué... Ya hemos visto el pacto que se ha hecho en Iberdrola, donde se asocia por vez primera los salarios a la productividad y se abandona el IPC que no ha gustado a los sindicatos. Porque esto del IPC es que suben los precios y, hala, a subir los salarios aunque el país esté arruinado. Esto lo aguantan sólo algunas grandes empresas, pero la inmensa mayoría no lo aguantan. Y luego yo diría que la competitividad célebre depende aparentemente de dos cosas: de la productividad del trabajo y del tipo de cambio. En lo segundo no podemos intervenir porque se marca [en la UE] por el euro en los mercados mundiales con el dólar, con el yen, con el yuan, etcétera.

- Pero el índice de competitividad de un país computa muchas más cosas, para empezar el del World Economic Forum...

- La competitividad es fundamentalmente productividad y tipo de cambio. Y punto. Pero yo digo que hay una tercera cosa, que son las marcas. Una corbata que yo llevo ahora mismo puesta, de un fabricante español que se llama Idas, está comprada por treinta euros. Esta misma corbata hecha por Hermès, de la misma calidad y de un diseño no mejor, cuesta 160 euros. Claro, los vinos españoles que salen, pues exportamos mucho vino, salen con una media de 1,10 euros el litro. En cambio los franceses están exportando a un media de 3,5 euros el litro... ésas son las marcas. Todo esto es porque hemos tenido una política de marcas absurda. Y eso que ahora ya vamos teniendo algunas marcas, como Telefónica, el Real Madrid, el Barça, que son en servicios sobre todo, pero en productos de exportación tenemos pocas marcas y poco prestigiadas. Y ése un factor muy importante al que hay que dar ahora una importancia muy grande.

- ¿Y ve marcas industriales españolas, además de las de servicios, potencialmente prestigiables en unos plazos, vamos a decir, razonablemente cortos?

- Claro que hay potencial. Zara es una marca que se ha impuesto en quince años. Y Mango es otra marca que se ha impuesto en quince años. Y si existen ejemplos es porque puede funcionar.

- Usted vivió los Pactos de La Moncloa, ejemplo de acuerdo entre grandes partidos ante una situación de emergencia nacional. Ahora el Gobierno socialista y el PP andan a la greña, acusándose mutuamente de deslealtad, y no sólo en estas semanas preelectorales. ¿Cómo valora usted el comportamiento de ambos?

- Los partidos están en plan de cinismo y de cara dura. Y lo que dice hoy el PSOE de que el PP no acompaña y no ayuda es una solemne majadería; porque cuando todo era bonanza y crecimiento, y el Banco de España y los economistas avisamos de que eso no iba a ser perpetuo y de que había que hacer ajustes, no hicieron caso. Y siguieron diciendo, como también en tiempos Carlos Solchaga e incluso de Rodrigo Rato [ministros de Economía de ambos partidos en etapas anteriores], que como se vendían todas las viviendas y los créditos se lograban a muy buenos precios en el extranjero, para qué vamos a intervenir... Pero, claro, un día dejaron de venderse las viviendas y los créditos empezaron a tener que pagarse. Entonces, el resultado: el señor Zapatero es un vanidoso. Y yo tengo la experiencia el 12 de marzo de 2009: fue en una reunión en la Fundación Amberes para presentar el programa de la presidencia española [en la UE, semestral]. Y yo le dije, durante la copa de vino posterior: "Presidente, hay que hacer unos Pactos de La Moncloa. Esto no puede seguir así, vamos al desastre. Y le expliqué todo". Y él me respondió: "Ramón, no os enteráis. Somos los que estamos mejor y los que mejor vamos a salir de la crisis". Claro, ahora anda diciendo que es la crisis más grave de la historia y que el PP no ayuda. ¿Pero cómo va a ayudar? Sería como abrazarse al oso moribundo, que te lleva al abismo y te caes con él.

- Los temas que últimamente le han ocupado -con sendos libros de éxito- han sido el cambio climático y el desarrollo sostenible y la nueva China. Justamente inaugura en Las Palmas de GC el miércoles el Centro Confucio.

- Sobre medio ambiente y sostenibilidad publiqué en 2010 El grito de la Tierra, que ya va por la tercera edición. Y mi segundo libro sobre China [El siglo de China, de Mao a nueva potencia mundial], que tuvo cinco -estoy preparando ahora una nueva versión-, es de 2008... A mí me interesa muchísimo China desde que estaba en La Granja [haciendo el servicio militar] y leí en francés un libro de Claude Roi llamado Claves sobre China. Mi primer viaje a China lo hice en 1972. Desde los años noventa he sido profesor en la Universidad de Macao y, por último, el pasado verano me hicieron doctor honoris causa de la de Pekín.

- En 2008 usted dijo en Las Palmas que le preocupaba mucho la "bajísima eficiencia energética". La contraponía a la eficiencia de Holanda, que triplicó toda su producción desde 1973 con igual consumo. Y que la salida "a las necesidades energéticas brutales" en el mundo era el Protocolo de Kioto. China sigue a todo tren, ¿ha habido avances?

- Sí, desde aquellas jornadas que tuvimos en Las Palmas [el III Seminario Atlántico de Pensamiento, Exceso y escasez en la era global] China ha avanzado mucho. Ya está negociando en la Conferencia del Clima, en Naciones Unidas, y se ha comprometido a aumentar sustancialmente su eficiencia energética en proporciones importantes, lo cual es esencial, porque se puede reducir enormemente el consumo sin reducir la actividad. Incluso EE UU reconoce que China es el país que está haciendo inversiones más importantes en temas como la mejora del carbón, convirtiéndolo en gas o en líquido, y aprovechando el CO2 para otros usos. En segundo lugar, en hidrógeno se encuentran a la cabeza del mundo.

- Lo curioso es que la energía nuclear la han puesto en un discreto lugar. Van a duplicar su capacidad para que en 2020 éste represente sólo el cinco por ciento de su consumo. ¿Por qué?

- Tienen veintiocho centrales nucleares y, en efecto, van a duplicar. Pero si le otorgan un papel menor es sólo porque tiene una cantidad ingente de carbón: 2.500 millones de toneladas, que es como 200 veces España. Además prácticamente la mitad del carbón consumido en el mundo se consume en China. Y como han cerrado minas en malas condiciones, con muchos accidentes laborales, están importando carbón de Indonesia, Australia y van a hacer ahora un canal terrestre en Colombia para importar 200 millones de toneladas: un ferrocarril desde Cartagena de Indias hasta Puerto Esmeralda, en el Pacífico, para evitarse el Canal de Panamá, que les encarece mucho. Y de ahí por mar a China. Ellos son voraces, pero el carbón lo van a consumir de otra manera. Y luego están haciendo ciudades ecológicas, como Dong Tan, junto a Shanghái. Es una ciudad de 500.000 habitantes con emisiones de gases de invernadero cero, con emisiones de contaminantes de agua cero... Se trata de un modelo que quieren replicar en China continental por todas partes. Lo están haciendo muy bien, es que son gente muy lista. Y además tienen ahora una tecnología que va creciendo y que es lo que más preocupa a EE UU. El PIB chino [la riqueza bruta generada] no preocupa tanto, lo que preocupa mucho a Washington es que Pekín se está poniendo a la cabeza en tecnologías de todas las cosas. Y en Defensa: ha creado ya su avión silencioso y está ahora haciendo un portaaviones que no tendrá que envidiar en nada a los de EE UU, en fin... Y eso que no se están preparando para la guerra.

- Ahí mantiene usted su idea de hace unos años: no ve que pueda haber un imperio chino mundial, ni tampoco un imperio ruso-chino ni la llamada Chindia [una fusión de China e India].

- No, ellos están en la política de armonía universal, la prefieren y la están respetando. En efecto, creo que China no será un nuevo imperio mundial como lo ha sido EE UU, ni tampoco lo será en las otras variantes que cita; además, sencillamente no se toleraría.

- Hay otros países emergentes en el mundo, que a Occidente y al Atlántico tocan más de cerca. Es el caso de Brasil, por ejemplo. Y también el de México.

- Sí, Brasil. Y en cierto modo también lo son México y Argentina. En efecto, está el fenómeno incluso de las multinacionales latinas, las multilatinas, que se han vuelto muy potentes y están saliendo ya de compras [a adquirir empresas] por el mundo. Pero en materia de compras, aún como los chinos nada. Entre 2009 y 2011 los chinos han comprado cinco de las mejores bodegas francesas de burdeos y están en negociaciones con Moët & Chandon para crear una empresa propia y plantar de viñedos una parte importante de Mongolia. Es que entran en todas partes, los fondos soberanos chinos manejan 600.000 millones de dólares. Con eso puede comprar medio mundo. Esa cifra es diez veces la capitalización del Grupo Santander, para que se hagan una idea. Y en Latinoamérica han de tener mucho cuidado con China porque, al igual que ésta ha convertido a África en una provincia económica suya, el peligro de una desindustrialización de Brasil, México o Colombia no es menor; más aún con los tipos de cambio, con unas monedas [latinoamericanas] que han subido mucho, lo que fomenta la importación y castiga a la industria nacional [exportadora, como a la exportación de materias primas]. Y China, insisto, está muy metida en todos estos países. Daré un último ejemplo, quizás anecdótico pero significativo: el noventa por ciento de las vestimentas, disfraces, adornos, etcétera, del Carnaval de Río son made in China. De hecho, Lula, antes de irse, ya se lo advirtió públicamente a Dilma Rousseff [su reciente sucesora en la presidencia de Brasil]: "Ten cuidado con China, porque acaba con nuestras industrias..."

(*) Ramón Tamames | Catedrático emérito de Estructura Económica