La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

REFLEXIÓN

Precariedad, financiarización y desigualdad fiscal

Desde hace bastante tiempo el principal problema que afecta a los jóvenes es la precariedad. Para acceder a empleos estables y bien remunerados, que permiten la compra de una casa mediante una hipoteca y otras cuestiones que en nuestro entorno se consideran ritos de acceso a la edad adulta a los jóvenes se les pone hoy un listón mucho más alto del que se les puso a sus mayores para acceder a lo mismo. Yo, que ya tengo una edad, puedo decir que para acceder a la docencia universitaria se me pidieron unos méritos que 40 años atrás habrían bastado para ser titular o catedrático, y sé que quienes vienen detrás se enfrentan a condiciones aún peores.

¿Por qué las empresas no pueden dar mejores condiciones laborales, empleos estables y bien remunerados a los jóvenes? Porque han de ser competitivas. Y eso significa, en la sociedad financiarizada global en que vivimos, que si las empresas destinan una parte demasiado elevada de sus excedentes a pagar salarios pagarán menos beneficios a sus accionistas. Y como las empresas se orientan a 'crear valor para el accionista', todos sabemos qué es lo que acaba pasando: que conviven malas condiciones laborales y buenos resultados para los accionistas. Actualmente los accionistas a menudo son fondos de inversión, lo que se llama 'inversores institucionales'. Pensemos en un señor mayor que trabajó durante muchos años en Telefónica, y que con los ahorros de su trabajo ha invertido 75.000 euros en un fondo que, entre otros activos, invierte en Movistar. Quizá ese señor tiene ahora un hijo de 30 años, que no se va de casa porque trabaja para Movistar, que le va haciendo contratos, pero no lo dejan fijo (conozco también profesores de secundaria de la privada con contrato de septiembre a junio y en julio los mandan dos meses al paro, y médicos a quienes les renuevan el contrato anualmente). Si el señor que trabajó en Telefónica aceptara que por sus ahorros le pagaran un 3%, en vez de un 7%, quizá Movistar tendría menos presión y su hijo podría tener un contrato fijo. Pero nos cuesta mucho ver cómo nuestras pequeñas acciones cotidianas condicionan el mundo global.

La solidaridad intergeneracional se tiende a plantear en términos de ayuda, de forma que se ha vuelto casi indispensable que padres y abuelos, con los ahorros de su trabajo, den ayudas a hijos y nietos para que éstos puedan empezar su vida adulta. Cuando eran jóvenes muchos de quienes hoy son nuestros mayores ganaron mucho dinero trabajando muchísimo, por ejemplo, construyendo hoteles y carreteras, sirviendo cafés o montando restaurantes. Y pudieron ahorrar dinero, entre otros motivos, porque ganaban 3 y declaraban 1, porque en aquella época nadie pedía factura, y había precios 'con' y 'sin'. Quienes, en aquella época, quizá por haber estado en contacto con nórdicos y alemanes, y verse influenciados por su estricta moral fiscal, decidieron que no iban a trabajar en negro, porque eso implicaría peores carreteras, hospitales y escuelas, y no era ése el mundo que querían dejarle a sus hijos tienen ahora motivos para enfadarse. Porque ahora se encuentran que quienes, por ejemplo, montaron un imperio a partir de una ferretería en que se movía todo en negro tienen algo que dejarles a sus hijos, mientras que quienes respetaban las normas sólo les pueden dejar a sus hijos un estado de bienestar maltrecho, vituperado y maltratado.

Resulta sorprendente que el grupo de edad en que más parece calar el discurso de "el Estado no tiene dinero porque los políticos son unos ladrones que se lo llevan todo" no se pare a reflexionar en que, especialmente en ese grupo de edad, muchas personas han construido su posición económica actual gracias al fraude fiscal generalizado. O, dicho de otra forma, también es cierto, al menos en parte, que "el Estado no tiene dinero porque muchos de tu generación se pasaron toda su vida laboral cobrando 3 y cotizando 1". Y, eso sí, ahora piden servicios y prestaciones propias de un estado de bienestar potente al que intentaron defraudar durante casi toda su trayectoria laboral. Uno de los discursos más comunes entre la gente mayor al respecto es que "los jóvenes ya no tienen valores, ya no saben comportarse". No estaría de más recordar algunos de los valores evangélicos que dicen defender muchos de nuestros mayores "hay quien ve la paja en el ojo ajena y no ve la viga en el propio" o "quien esté libre de todo pecado que arroje la primera piedra".

La idea, atribuida a Adam Smith, de que "vicios privados producen virtudes púbicas" está cuestionada en esta pandemia en que parece obvio que pequeños vicios privados lo que producen son males públicos enormes. Esperar que, de repente, el señor mayor acepte que Movistar le pague menos por sus ahorros para que pueda hacer indefinidos a sus hijos y nietos (y éstos por fin se vayan de casa) me parece ser demasiado optimista. En los últimos decenios el voto de los mayores se ha convertido en uno de los objetivos principales de los partidos y, en último término, de las políticas públicas. Ningún partido se atreve a hacer una política que pueda hacerles perder votos entre los mayores, y parece que el voto de los jóvenes les preocupa menos. Por eso, la principal esperanza son los jóvenes. En la medida en que éstos luchen porque se defiendan sus intereses y puntos de vista, quizá la situación pueda cambiar.

Compartir el artículo

stats