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De los concursos de belleza a la Subasta de Rondas Múltiples Simultáneas

La obra de los Nobel de Economía 2020, Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson

Paul R. Milgrom

Los matemáticos Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson (ambos en la Universidad de Stanford; en su momento, el segundo fue el director de la tesis doctoral del primero) han sido galardonados con el Premio del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel (el denominado Nobel de Economía) del año 2020 “por sus mejoras en la teoría de las subastas y la invención de nuevos formatos para las subastas”.

Aparentemente, las subastas son cosa del pasado o, en todo caso, algo marginal. Así, las subastas sólo nos vienen a la mente cuando las noticias nos hablan, por ejemplo, de la subasta de un Picasso o, en un plano más regional, cuando en Asturias se habla de la rula de Avilés. Sin embargo, las subastas siguen siendo muy importantes en la actualidad, pues, por ejemplo, están detrás de eBay, Google o los teléfonos móviles. Son, pues, muy importantes, y, por otra parte, los resultados de las subastas (que, como se verá, dependen de su formato, esto es, de cómo se realicen) nos afectan en nuestra calidad de ciudadanos que pagamos impuestos (si el Estado obtiene más en las subastas que realiza, podrá realizar los mismos gastos con menos impuestos). A continuación, se resumen las aportaciones de los premiados sobre la base de la información proporcionada por la Fundación Nobel y comenzando por el final (la aplicación) y terminando con lo inicial (el análisis previo que permitió dicha aplicación).

La aplicación

Las frecuencias del espectro radioeléctrico permiten la comunicación sin cables (por ejemplo, las llamadas vía teléfono móvil) y, por ello, son algo muy valioso, y los gobiernos, en su calidad de gestores de la propiedad de las mismas, pueden gestionarlas de formas muy diferentes y obtener más o menos ingresos. En principio, los gobiernos asignaban el acceso a las bandas de frecuencia vía “concursos de belleza”, denominados así porque cada empresa oferente tenía que demostrar que, por así decirlo, era “la más guapa” y, consecuentemente, debía ser la que lograse la correspondiente licencia. El resultado obtenido con estos concursos de belleza fue que los gobiernos lograban pocos ingresos. En los años noventa, en Estados Unidos, la asignación de las bandas de frecuencia vía los “concursos de belleza” se sustituyó por una asignación vía lotería, pero de nuevo se obtuvieron pocos ingresos y, encima, se generó mucho descontento. Dado que la lotería se realizó al nivel local, los operadores del nivel nacional trataron de resolver el problema de la discontinuidad de sus redes comprando licencias en el mercado de segunda mano. En ese momento, se observó la gran diferencia existente entre lo poco que valían las licencias en la asignación inicial y lo mucho que valían en el mercado. A estas alturas del viaje, estaba claro que se precisaba mejorar el sistema de las subastas de frecuencias del espectro radioeléctrico. Aquí es donde aparece la magia de la ciencia básica, cual es que, de pronto, se convierte en aplicada. La labor de ciencia básica que habían ido realizado Milgrom y Wilson, y que veremos posteriormente, lleva a un nuevo formato de subastas: la Subasta de Rondas Múltiples Simultáneas (SMRA en inglés), que desarrollaron ellos mismos (junto con McAfee) y llevaron a un aumento espectacular de los ingresos de los países (la aplicaron muchos) procedentes de las licencias vendidas a las empresas ganadoras en dichas subastas. La clave de la SMRA estuvo en resolver un problema complejo (pues se subastaban muchas cosas, bandas de frecuencia en distintas áreas geográficas) simultáneamente. Como indica la Fundación Nobel, “los nuevos formatos de subasta son un ejemplo precioso de cómo la investigación básica puede generar posteriormente invenciones que benefician a la sociedad”.

El análisis

Cuando se habla de las subastas, se suelen considerar cuatro clases. Dos de ellas son “abiertas” (todos los participantes pueden ver lo que está pasando durante la subasta) y se diferencian en que en una el precio va subiendo (la inglesa) y en otra va bajando (la holandesa). Otras dos son “cerradas” (van en sobre cerrado y, consecuentemente, los demás participantes no las ven durante el proceso de subasta). Dentro de las “cerradas” se incluyen la de primer precio y la de segundo precio (esta última se denomina también subasta Vickrey, por el Nobel de Economía que la analizó). La diferencia entre las “cerradas” es que, aunque en la subasta del segundo precio gana de nuevo la mejor oferta, sólo paga lo que ofrece la segunda.

El punto de partida del análisis de las subastas es el mundo de los “valores privados”, en el que el valor que cada participante da al objeto subastado es independiente del valor que le dan los demás. Por ejemplo, el valor que tiene para una persona cenar con una premio “Princesa de Asturias” no depende del valor que tiene dicha cena para otra persona. Este es el mundo en el que se movía William Vickrey, que, a pesar de que es muy limitado (la gracia de las subastas está justamente en la interdependencia entre los participantes), era un paso necesario en el análisis, y de ahí que le llevara al Nobel en 1996.

Frente a los “valores privados”, en el otro extremo están los “valores comunes”. Para introducir estos últimos, supongamos que una empresa participa en una subasta por los derechos para extraer petróleo, que, además de un “valor privado” (vinculado a lo que cuesta extraer el petróleo, que depende de la tecnología con la que cuenta dicha empresa), tiene un “valor común” (vinculado a las reservas disponibles en el mismo). Pues bien, Robert Wilson fue el primero en el análisis de las subastas con valores comunes, y de ahí que esta labor le llevara al Nobel. Concretamente, “describió la estrategia óptima respecto a la oferta de una subasta de primer precio cuando el valor verdadero es incierto”. Lo que descubrió es que, tal como suele pasar en la vida real, la realidad de cada participante era menor que su deseo. Su realidad era la cifra (menor) que decidía ofrecer en la subasta y su deseo era la cifra (mayor) correspondiente a su mejor estimación del valor de lo subastado. Esta diferencia se relaciona a su vez con lo que se denomina “la maldición del ganador”, que, como su nombre indica, nos dice que al ganar se pierde (en este mundo incierto, el ganador paga más de la cuenta y de ahí la maldición).

En la mayor parte de las subastas se combinan los “valores privados” con los “valores comunes”, y, consecuentemente, era necesario ir más allá de lo que ya había avanzado Robert Wilson sobre la labor inicial de William Vickrey. Y esto es justamente lo que hace Paul Milgrom. Concretamente, Milgrom muestra que podemos enfrentarnos a la “maldición de los ganadores” contando con más información. Esto significa que los resultados de las subastas mejorarán cuando los participantes en la subasta cuenten con información adicional (por ejemplo, la facilitada por expertos externos independientes). En este sentido, dentro de las subastas “abiertas”, la subasta inglesa es mejor que la holandesa porque la primera va arrojando información conforme va subiendo el precio, cosa que no ocurre en la holandesa.

En este caso de magnífica conexión ciencia básica-ciencia aplicada-tecnología hay, como también señala la Fundación Nobel, un “rasgo inusual”, cual es que “la misma gente desarrolló la teoría y las aplicaciones prácticas”. Esto es, Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson han hecho casi todo lo necesario (desde la ciencia básica a la tecnología) para que seamos ricos (al ¬aumentar los ingresos de las subastas y, con ellos, bajar al final nuestros costes vía impuestos) y, por ello, es justo que sean famosos (premios Nobel).

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