La tensión con China ha marcado el mandato del presidente de Estados Unidos , Donald Trump. Después de un inicio de legislatura encaminado a tensionar las relaciones con el gigante asiático para reducir el déficit comercial y generar más empleos industriales en EEUU, según sus tesis, se ha impuesto el silencio. Apenas habla de ello, tras convertir esa pugna en protagonista en las elecciones del 2016.

Usando la terminología de algunas entidades de análisis como la Brookings Institution, visto en perspectiva, su estrategia ha causado más pain que gain, es decir, más dolor que beneficios. Además, China ha salido ya de la crisis del coronavirus y, sobre todo, de la económica, ya que en el tercer trimestre se anota un crecimiento del 4,9%.

A pesar de las promesas del presidente de EEUU, la brecha entre las importaciones de la primera potencia mundial y las exportaciones con el resto del mundo superó los 67.100 millones de dólares en agosto, el mayor nivel mensual en 14 años. No es esta vez culpa de China porque el desfase comercial se redujo el 7% desde julio, pero todavía se sitúa en torno a los 26.400 millones de dólares, según el US Census Bureau.

El déficit comercial con China, que en el 2016, al inicio del mandato de Trump, era de 347.000 millones, el año pasado fue de 345.000 millones. En lo que va del 2020 (hasta agosto) se acerca a los 200.000 millones. Y si algo se reduce, se debe sobre todo a los efectos de la pandemia.

En esencia, lo que ha sucedido es que, a la vez que bajaba el déficit comercial con China, crecía con otras zonas del mundo, como la Unión Europea (UE), con la que Trump mantiene otra batalla arancelaria ligada a la pugna entre los consorcios aeronáuticos Airbus y Boeing.

La estrategia de Trump contra China iba en dos direcciones: imponer aranceles y limitaciones fronterizas a los productos y servicios chinos, con el objetivo teórico de generar más empleo en casa; y eliminar la ventaja y el poder de Huawei en la red 5G, destinada a generalizar a escala global las hiperautopistas de los datos. Washington ha logrado imponer el veto a la tecnología de la compañía china en varios países, pero esta no se arredra.

Negociaciones

El pacto firmado entre China y EEUU en enero de este año, que Trump calificó como el mejor acuerdo comercial alcanzado por EEUU en la era reciente, se ha ido diluyendo por los efectos de la pandemia. Y la tensión no se ha rebajado.

No parece que el demócrata Joe Biden vaya a propiciar relaciones de hermandad con el gigante asiático, si gana las elecciones; aunque se espera un cambio de talante o, como mínimo, en las formas. “China debe rendir cuentas por prácticas comerciales y medioambientales injustas”, reza el programa de Biden. Pero en lugar de aranceles unilaterales, el candidato demócrata ha propuesto una coalición internacional con otras democracias que China “no puede permitirse ignorar”.

El mandato de Trump ha tenido dos partes: la primera, con rendimientos económicos inmediatos, recortes de impuestos y desregulaciones. Todo ello generó un elevado crecimiento entre 2017 y 2019, mayor que en los mandatos de Barack Obama, más empleo y mayores cotizaciones bursátiles. La otra parte ha sido la pandemia, un tsunami que ha arrasado buena parte de los logros en los que se apoya Trump para auparse a un segundo mandato si esta noche gana las elecciones presidenciales contra Biden.

El coronavirus ha dinamitado buena parte de los avances y disparó el desempleo, después de que este hubiera caído hasta niveles de hace medio siglo. Un gobierno federal más endeudado; crecimiento, pero menor del que predijo Trump; empleo industrial, pero sin llegar a las cotas que prometió en 2016, y un déficit comercial en niveles récord, no tanto con China como con el resto del mundo; al contrario de lo que se comprometió, como un bumerán.