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Consecuencias de la crisis sanitaria | Estrategias contra el desplome económico

La gran rectificación

Gobiernos y organismos supranacionales renuncian a la receta de la austeridad que aplicaron en 2008 contra la crisis y optan ahora por el gasto masivo

La gran rectificación

El gasto público de los gobiernos contra la crisis causada por la pandemia sumaba hasta mediados de octubre 11,7 billones de dólares (10,4 billones de euros), casi el 12% del producto interior bruto (PIB) mundial.

El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) han movilizado recursos cuantiosos adicionales. La Unión Europea –contraviniendo todas sus reservas y resistencia atávicas– se ha erigido por vez primera en un magno emisor de deuda, ha dado barra libre a los gobiernos para que gasten cuanto puedan y se salten las limitaciones del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, y ha comprometido fondos de reactivación por 1,29 billones de euros. Y los bancos centrales han relanzado o retomado, según casos, sus beligerantes políticas de expansión monetaria y de gigantesco bombeo de recursos a la economía.

Sin distinción de credos, ideologías y países, las autoridades han abrazo la fe del gasto contracíclico para combatir la recesión más aguda en 70 años. La receta de la austeridad que se aplicó en la anterior recesión como vía de superación de las crisis económicas ha quedado orillada, en la mayor rectificación que se haya visto en décadas. Las grandes propuestas que dominaron el debate en la crítica coyuntura de 2008 a 2013 están silenciadas y esta vez no se invocan ni la “austeridad expansiva” de Alberto Alesina y otros, ni el riesgo amenazante de que la deuda pública supere el 90% del PIB (Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff) ni el “santo temor al déficit” que el ministro de Hacienda José Echegaray esgrimió en el parlamento en 1905.

Los mercados financieros apoyan con alzas el estímulo fiscal de los países

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La mutación súbita de creencias por gobiernos, partidos políticos y agentes y organizaciones económicas que antaño abogaron por los ajustes y los recortes en pleno desplome económico, y su conversión a la estrategia de los estímulos fiscales masivos, se produce tras haber constatado que la triple austeridad (fiscal, monetaria y salarial) que se aplicó en la eurozona en la última crisis financiera llevó al área a una doble recesión que no padecieron aquellas otras jurisdicciones en las que el rigor fiscal fue mucho más condescendiente, y tras haber verificado que la recuperación europea no empezó a producirse hasta finales de 2013, una vez que la Comisión Europea aflojó las exigencias de consolidación presupuestaria y corrección de los déficits, y de que el Banco Central Europeo (BCE) se internó por la senda de la relajación monetaria tras dos infaustas subidas de tipos de interés en 2011.

Que ahora no se discuta la pertinencia de no regatear en gastos, y que sí se hubiese hecho entonces, es tanto más esclarecedor del cambio de posición en la medida en que el espacio fiscal disponible hoy es mucho más reducido del que se tenía en 2008. La deuda pública española estaba entonces en el 36% del PIB y hoy supera el 110% (un nivel no visto desde 1902), la de la eurozona pasó del 66,3% al 95,1%, el endeudamiento soberano de las economías avanzadas está en tasas sin precedentes desde la II Guerra Mundial y el volumen de endeudamiento total (público y privado) de la economía planetaria escaló entre 2008 y 2019 del 275% al 320% del PIB global.

FMI

Pese a esta extrema concentración de riesgos, el FMI ha hecho sucesivos llamamientos a los gobiernos desde la eclosión del coronavirus en marzo para que desplieguen toda su capacidad de estímulo, no limiten el calibre de la munición y no reduzcan la ofensiva mientras no se consolide la recuperación. El Fondo, en una evidente revisión de sus tesis tradicionales, mantuvo en su monitor fiscal el pasado 14 de octubre que “la respuesta contundente de los gobiernos ha salvado vidas, apoyado a personas y empresas vulnerables, y mitigado los efectos sobre la actividad económica”. El director de su departamento europeo, Alfred Krammer, señaló el pasado día 21 en un reconocimiento explícito de yerros no tan lejanos: “Las autoridades deben hacer lo que sea necesario y no retirar el apoyo prematuramente para evitar así repetir el error de la crisis financiera mundial”. Lo dijo en la presentación del informe de Perspectivas económicas regionales para Europa, en el que el FMI adujo que el coste de la crisis habría sido mucho mayor de lo que está siendo “si no se hubiera producido la respuesta contundente y multifacética sin precedentes”. “Gasten todo lo que puedan”, había reclamado el 15 de mayo Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI. Y Olivier Blanchard, execonomista jefe de la institución, sostuvo que “podremos sobrellevar la deuda que vamos a tener que asumir de aquí al final de la crisis”. Y agregó: “Ahora la prioridad es que ni personas ni empresas entren en bancarrota. Es más importante gastar dinero en eso que el coste extra que los países tengan que pagar después”.

Banco Mundial

El presidente del Banco Mundial, David Malpass, se sumó en marzo a los llamamientos a los gobiernos para que “se muevan rápido”, y su economista jefa, Laurence Boone, explicó que “no gastar no es una opción” porque “el apoyo fiscal es necesario para asegurar que el crecimiento se recupere rápido”. Boone alertó de que “no podemos repetir los errores de la última crisis y consolidar demasiado rápido”.

Unión Europea

Un giro no menor fue el protagonizado por la Unión Europea (UE), con mayoría conservadora. Liberó a los países de la disciplina fiscal (una decisión impensable en la trayectoria de la Comisión Europea); su presidenta, Ursula von der Leyen, descartó en septiembre la pronta vuelta a la senda del equilibrio fiscal, al igual que hizo el Eurogrupo en esa misma fecha, y su comisario de Economía, Paolo Gentiloni, avisó en julio contra la tentación de “adoptar reglas fiscales más estrictas demasiado pronto”. En una inequívoca referencia a la crisis de 2008-2013, emplazó a “evitar una doble recesión a toda costa”. Ya en marzo, la UE había reclamado a los ejecutivos nacionales “una respuesta económica a todos los niveles”.

Las crisis evidencian que deben invertirse las políticas procíclicas por las anticíclicas

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Fed y BCE

La Reserva Federal de EE UU (Fed) ha hecho llamamientos a las autoridades de su país para que redoblen esfuerzos: “Un mayor apoyo fiscal puede ser costoso, pero merecerá la pena si ayuda a evitar un daño económico a largo plazo y nos deja una recuperación más sólida”, dijo su presidente, Jerome Powell, en mayo.

El BCE, mucho más timorato que la Fed en la Gran Recesión, ha sido más beligerante esa vez y ultima nuevas acciones para diciembre. Su presidenta, Christine Lagarde, se congratuló en septiembre de las “enérgicas respuestas fiscales nacionales y europea” como un “factor crítico” y demandó la continuidad del apoyo gubernamental. El alza rauda de la deuda pública “no es el problema actual”, dijo en octubre. Y, como su antecesor, Mario Draghi –quien reclamó a los gobiernos que “desplieguen sus balances” y aumenten deuda–, Lagarde vienen pidiendo desde marzo “una respuesta fiscal ambiciosa y coordinada”. Su economista jefe, Philip Lane, también se congratuló del aumento del gasto público durante su intervención en la conferencia de Jackson Hole (EE UU) en agosto.

OCDE

Ángel Gurría, secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), abogó en septiembre por prolongar los estímulos después de que en marzo hubo demandado un “plan Marshall”.

Alemania

La ortodoxa Alemania de Angela Merkel, que en 2010-2013 impuso en la UE la lógica de las restricciones, suspendió temporalmente la regla del equilibrio presupuestario para poder endeudarse y anunció que volverá a hacerlo en 2021. Alema0nia, Japón y EE UU, con gobernantes conservadores, aprobaron los mayores planes de estímulo desde la II Guerra Mundial.

Infografía

Banco de España

En España, el Banco de España, que demandó austeridad en la anterior crisis, ha sido muy activo esta vez –ahora, bajo la dirección de Pablo Hernández de Cos– en postular el gasto: “No hay otra alternativa sensata a la expansión presupuestaria”, dijo De Cos en mayo. En todas sus intervenciones ha reiterado sucesivas veces la necesidad de mantener las políticas expansivas y de demorar el retorno a la disciplina presupuestaria hasta tanto se entre en un “crecimiento sólido”. “Su retirada prematura causaría unos perjuicios que exceden los posibles costes de mantenerlas”, dijo el pasado día 20. “Es crucial mantener los estímulos” repitió el jueves.

De Guindos y Maroto

Luis de Guindos y Cristóbal Montoro, los ministros de Economía y Hacienda, respectivamente, que aplicaron políticas de ajuste desde la última semana de 2011, mantienen hoy lo contrario. Montoro, que aún el 30 de marzo de 2017 afirmó que España había entrado en la senda del crecimiento en 2013 no a pesar sino gracias al recorte del déficit, señala ahora (lo dijo el 28 de junio) que si en las actuales circunstancias de crisis “se hace ajuste fiscal, hundimos más la economía”. Y el 15 de octubre agregó que antes de cumplir los objetivos de déficit y deuda, “lo más importante ahora es salir de la crisis”. Y De Guindos, vicepresidente del BCE, postula en 2020 una tesis bien diferente a la de 2012: “La respuesta de la política económica esta vez sí ha estado a la altura del shock”, dijo el 1 de septiembre. Y diecinueve días después precisó: “Cuando hay una caída brutal del PIB y de la renta del sector privado, el sector público tiene que intervenir de forma temporal para frenar ese desplome. Era una política ineludible. La primera línea de defensa es la política fiscal”.

FMI, UE y Banco Mundial llaman a no repetir el error que se cometió en la última recesión

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Mercados

Los mercados y sus intérpretes han hecho causa con el respaldo del gasto soberano desorbitado y la vorágine del incremento de deuda. “Las autoridades deben evitar repetir el error de retirar el apoyo de forma precipitada, como lo hicieron después de la crisis de 2008”, escribió el pasado 22 de octubre Martin Wolf en Financial Times, una de las biblias del liberalismo.

Las Bolsas (caso de Wall Street) celebraron los anuncios de gasto de los gobiernos con fuertes remontadas y retrocedieron cuando se demoraron los estímulos presupuestarios o se puso en duda su continuidad. Y lo mismo ocurrió con los tipos de cambio.

Numerosas entidades y sus dirigentes (Santander, BBVA, Pimco, Naturgy, Deustche Bank, Lombard Odier, J P Morgan, Black Rock, Julius Baer, S&P, Funcas, Liberbank, Unicaja... y otras) defendieron los estímulos, y patronales europeas (ERT) y españolas (CEOE, Cepyme, AEB...) apoyaron las medidas de estímulo contracíclico mientras perdure la crisis, e incluso se quejaron (como hizo Antonio Garamendi, presidente de CEOE, el 30 de marzo) de que España esté gastando un porcentaje de PIB inferior a lo que destinan Alemania y Francia: “Nadie está discutiendo ahora el tamaño que tendrá la deuda. El problema ahora no es meterse en gastos si son coyunturales y no estructurales. Es la única manera de que este país se ponga en marcha. Ahora hay que salvar los muebles”, sostiene Garamendi.

La beligerancia del gasto se aplica pese a que el espacio fiscal es menor que hace 12 años

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Rectificaciones

Las rectificaciones comenzaron mucho antes de la pandemia. El FMI ya había alertado en 26 de marzo de 2018 contra ajustes presupuestarios que llevasen a la recesión “como pasó entre 2011 y 2013”. A partir su intervención en Sintra en 2018, Draghi reclamó más gasto público en los años finales de su mandato. Vítor Constâncio, vicepresidente del BCE entonces, admitió en 2018 errores en la gestión de la crisis en 2011 y lo mismo hizo en 2019 quien fuera comisario europeo de Economía Pierre Moscovi. Tanto el FMI como la UE admitieron haberse excedido en las exigencias de austeridad para frenar la crisis soberana de 2010 tras el fracaso griego.

Deuda pública

Conclusiones

La crisis actual y su tratamiento evidencian, por lo tanto, los errores en los que incurrieron quienes en la anterior crisis abogaron por la disciplina presupuestaria como objetivo prioritario, en la creencia de que de ella dimanaría un impulso regenerador, sin haber tomado en consideración el posible efecto contrario: la llamada paradoja de la frugalidad, por la que la contención desencadena un proceso regresivo.

Por lo mismo, la necesidad de movilizar ingentes recursos ilimitados cuando sobreviene un desplome feroz de la actividad económica, como ocurrió este año, pone de manifiesto la inoportunidad de la llamada Teoría Monetaria Moderna (TMM), que aboga por convertir los estímulos monetarios extraordinarios y de emergencia en políticas ordinarias convencionales. En derrumbes como el causado por la Covid-19 se hace ver la necesidad de preservar la artillería para las grandes batallas. De hecho, la política monetaria (con los tipos en el 0% y los balances de los bancos centrales sobredimensionados) llegó ya exhausta a 2020 y esto ha hecho aún más necesario el despliegue fiscal.

Esta crisis y la anterior ejemplifican a su vez la necesidad de invertir las políticas económicas (habitualmente procíclicas) para adoptar estrategias anticíclicas: de contención en las fases de crecimiento y en las euforias, y de fortísimo estímulo y gasto público en las recesiones. Los niveles de deuda no son indiferentes y los déficits fiscales tampoco son inocuos. De hecho, habrá que ir pensando ya en las estrategias de repliegue. Pero ahora se trata, como hacía San Agustín, de implorar el don de la virtud, aunque “todavía no”.

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