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La viña canaria se muere de vieja

El envejecimiento de los viticultores y la falta de relevo generacional ponen

en jaque a una actividad que ha perdido 2.400 hectáreas de cultivo en diez años

Domingo Martín, viticultor y propietario de Bodegas Marba, en su finca situada en Tegueste. | | MARÍA PISACA

La vejez está acabando con la viña en Canarias. Pero no por los años que suman ya muchos viñedos de las Islas, sino por el envejecimiento de las manos que los trabajan. El aumento de la edad media de los viticultores en el Archipiélago y la falta de sabia nueva que quiera dedicarse a esta actividad preocupa mucho a un sector, que ve como los vinos isleños obtienen cada vez un mayor reconocimiento, no solo a nivel regional, sino incluso internacional, mientras la superficie cultivada no deja descender. Algo que les hace temer que llegue el momento en el que la demanda de vino canario no pueda cubrirse con la uva cultivada en el Archipiélago.

El abandono de superficie de cultivo de viña o su reconversión para dedicarla a otros más rentables no ha parado en los últimos años. En solo una década, Canarias ha perdido algo más de 2.400 hectáreas, es decir, un terreno equivalente a 2.400 campos de fútbol. Pero la caída es mucho mayor si solo se tienen en cuenta las explotaciones declaradas por los viticultores a los Consejos Reguladores de las Denominaciones de Origen de las Islas, –los organismos encargados de canalizar las producciones de mayor calidad y elaboradas solo con uvas producidas en el Archipiélago–, que desde el inicio del siglo y hasta 2019 han registrado una merma de 6.900 hectáreas cultivadas.

Este es una de las conclusiones del Diagnóstico de la Viticultura en Canarias, –elaborado por la Consejería de Agricultura, Ganadería y Pesca del Gobierno regional–, que señala a la avanzada edad media de los agricultores y a la falta de relevo generacional como uno de los principales factores de que se estén abandonando muchas parcelas. El documento añade que el envejecimiento de los viticultores hace complejo introducir cambios en las técnicas de cultivo de muchas superficies, algo que reduce la productividad y genera que las explotaciones sean hoy muy poco o nada rentables. Además, señala que la incorporación de jóvenes agricultores es muy poco frecuente y los que se atreven, suelen hacerlo solo si también están vinculados a la actividad como bodegueros.

«El principal reto que tiene el sector en el futuro es mantenerse vivo», expone Andrés Acosta, viticultor y propietario de la bodega Mirador de Adra, en El Hierro, para quien los elevados costes necesarios para llevar a cabo una inversión desde cero en este sector ahuyentan a los jóvenes que pudieran estar interesados en sumergirse en esta actividad. «Es un cultivo caro y hay que esperar cuatro años para tener cosechas aceptables y esto hace que la gente joven apueste por cosas más seguras y menos sacrificadas», valora. Por lo que apunta a que quizá deberían existir incentivos para poner en marcha nuevas explotaciones de viña.

Para Sandra Armas, viticultora de Gran Canaria, se debe mejorar el pago de la uva «para que los jóvenes vean que es rentable», ya que mantiene que hasta ahora la actividad se ha seguido desarrollando «casi como algo romántico» y las nuevas generaciones que se mantienen en el sector lo hacen con un esfuerzo titánico por sostener las fincas que heredaron de sus padres o abuelos.

Este fue precisamente el caso de Alejandro Rodríguez y su hermano Mario, que luchan para mantener viva la explotación familiar en Hermigua, en La Gomera, de donde obtienen la uva necesaria para elaborar los caldos de la Bodega Montoro. «Se ha transmitido la idea de que el campo era para los que no servían para otra cosa y eso ha perjudicado mucho», valora.

Las particularidades de la orografía de las Islas hacen difícil la tecnificación de la actividad, que continúa siendo muy artesanal, lo que aumenta los costes de producción. «Tiene que existir un equilibrio, porque ahora mismo no salen las cuentas por ningún lado», reconoce.

«Uno de los problemas más graves que tiene el sector es la carencia de profesionalidad», indica Domingo Martín, productor tinerfeño con décadas de experiencia en el sector y propietario de Bodegas Marba. Un déficit que acaba redundando en la cuenta de resultados de los viticultores, ya que «muchas cosechas se malogran», precisamente por la falta de conocimientos necesarios para poder sacarlas adelante. «Hay un abandono generalizado y si ocurre es porque no es tan atractivo como debería», lamenta.

El cambio climático amenaza los vinos de las Islas

La viticultura en Canarias hace años que se enfrenta también a un nuevo reto que está poniendo al límite este cultivo en las Islas, el cambio climático. Al menos durante los últimos tres años, las precipitaciones se han reducido de forma significativa, mientras que el ritmo natural de las estaciones se trastoca, lo que tiene consecuencias en la viña, un cultivo muy sensible a las temperaturas y la humedad. «La sequía presenta un gran problema para la actividad», sostiene Sandra Armas, viticultora de Gran Canaria. Su finca de Tejeda, a través de la que obtiene la uva necesaria para elaborar los vinos de la Bodega Bentayga, no ha dejado de sufrir los efectos de la falta de precipitaciones. «La merma de producción es constante año a año y hemos perdido un 50% de algunas variedades en los últimos cinco años», explica. Para Andrés Acosta, productor herreño, las Islas tienen que ampliar las zonas de regadío, que deben llegar también a las medianías y las partes altas, donde antes no eran necesarias por los elevados niveles de precipitaciones. «Será obligatorio si se quiere mantener el cultivo en los años de sequía», recalca. | D.G.

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