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Exclusión financiera

Cómo sobrevivir en un pueblo sin cajeros automáticos

Los vecinos de Cornudella de Montsant, en El Priorat, llevan años protestando por una dificultad de acceder al dinero en metálico que perjudica sus negocios

Una clienta paga en efectivo en un comercio de Cornudella de Montsant.

Acceder a dinero en efectivo se ha convertido en una odisea para casi 210.000 catalanes que residen en 443 pueblos y pequeños municipios donde las entidades bancarias han optado por desconectar sus cajeros automáticos y convertirlos en algo del pasado. En Cornudella de Montsant, en el corazón de El Priorat, están acostumbrados, pues su última máquina fue eliminada en 2017.

Aunque de eso hace ya cinco años, el vivir sin tener un cajero se ha convertido en un problema perpetuo para una población de 944 personas. Para retirar dinero en metálico los vecinos tienen que ir hasta Ulldemolins, a 20 kilómetros de este valle de interés turístico y enológico. “Eso perjudica principalmente a los mayores, muchos no saben como usar la aplicación móvil y les toca ir a otros pueblos”, lamenta Iolanda Espasa, dependienta en el estanco. “Esto parece el tercer mundo, todo va avanzando y aquí estamos perdidos”.

El pueblo cuenta con dos pequeñas oficinas de Banco Santander y BBVA que están abiertas unas pocas horas durante los días laborables. La segunda es, en realidad, un pequeño despacho dentro del estanco donde una mujer atiende trámites y dudas de los clientes. El ayuntamiento estudia ahora una propuesta de Prosegur para instalar un nuevo cajero en el pueblo. "Realizaremos una consulta y si el pueblo decide que quiere volver a tener un punto de retirada de dinero en metálico veremos como hacerlo", asegura Salvador Salvadó, alcalde de Cornudella de Montsant.

Un problema para los negocios

Tras el cierre en 2017 de su último cajero automático los vecinos de Cornudella reunieron hasta 400 firmas en protesta, pero nada cambió. "Nos dijeron que era inviable", apunta Salvadó. “A los bancos no les interesa ponerlo porque pierden dinero, pero nos perjudica a los del pueblo y a los que vienen de fuera”, explica Josefina Porqueres, dependienta de Queviures Porqueres. El impacto de la pandemia del covid ha acelerado una digitalización forzosa que los bancos han aprovechado para aplicar recortes que, según el Banco de España, amenazan con crear un riesgo de “exclusión financiera”, especialmente para los más mayores. Un 5,6% de la población de Tarragona (unas 45.425 personas) tienen que desplazarse al menos cinco kilómetros para retirar dinero, siendo la tercera demarcación catalana más afectada detrás de Lleida y Girona.

Esa dificultad para acceder al dinero en metálico también perjudica a los negocios del pueblo. “Nos afecta muchísimo porque aquí vienen muchos turistas”, señala Xavier Estivill, responsable de Celler Gritelles. La falta de cajeros afecta especialmente a los comercios donde se realizan pequeños pagos del día a día, como el bar, la panadería o el estanco. “Hay productos como mecheros o sellos que tienen un coste muy bajo y que no podemos cobrar con el datáfono”, asegura Iolanda. “Con las comisiones que te cobran nos es imposible”. Además, estos negocios necesitan el dinero en efectivo de forma constante para poder devolver el cambio.

El problema va a más cuando hay fuertes tormentas, poco habitual en la zona. “Cuando llueve más de la cuenta las operadoras no funcionan, cae la red y la gente no puede ir a comprar porque el datáfono no funciona”, señala Estivill. Esa carrera de obstáculos ha llevado a los vecinos a intentar buscar alternativas, aunque imperfectas, de pago. “Cuando los vecinos de toda la vida se quedan sin dinero lo podemos apuntar en una lista y ya nos pagarán cuando puedan”, explica Anna Cortiella, panadera. “Pero eso no lo podemos hacer con los de fuera porque no los conocemos. Y eso son clientes que perdemos”.

Un recorte que crece

Este pasado julio las alarmas sonaron en Calafell cuando se informó del cierre de varias oficinas bancarias y de los cajeros automáticos de un municipio con más de 27.601 habitantes. Los vecinos y el Ayuntamiento protestaron por una decisión que desconectaba la zona del pueblo y Segur de Calafell, dos de sus tres núcleos.

Pocas semanas después, CaixaBank anunciaba que a pesar del cierre generalizado mantendría una sucursal recién inaugurada en El Vilarenc, cerca del área de la playa. Ahí, una decena de personas esperan a ser atendidas. El plan de reducción ha hecho que se concentren colas más largas en su única oficina. “No hay nadie en los despachos”, protesta una señora. Otros critican que solo haya un chico atendiendo, tan rápido como puede, las demandas.

“Les damos igual”, lamenta Luís, resignado a sus 74 años. La fuerte lluvia de final de verano obliga a los clientes, la mayoría gente mayor, a esperar dentro de las oficinas. “Con el cambio de oficinas nos obligan a movernos aquí y eso para los que son mayores puede ser un problema”, asegura.

Desde la oficina explican que la mayoría de gestiones presenciales son de gente mayor que no sabe como usar internet para mirar sus cuentas o hacer transferencias. “Hay que resolver problemas que la próxima generación ya gestiona desde el sofá con su móvil”, apuntan. Sin embargo, los jóvenes también están molestos. “Si necesitas sacar 20 euros para ir a tomarte unas cañas tienes que venir desde Segur o Cunit hasta aquí”, protesta Sonia, de 26 años. “Han quitado todas las otras oficinas y cajeros”.

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