La variante ómicron del virus SARSCoV-2 ha golpeado a los países occidentales como una gran bofetada que, de golpe, nos ha devuelto a la realidad. Espoleados por la vacunación masiva y por los planes de recuperación, nos estábamos organizando ya un final de pandemia que ahora, abruptamente, hemos descubierto que era completamente irreal. Una mutación aún no suficientemente estudiada ha bastado para retroceder muchos meses en un camino que queremos recorrer cuanto antes para dejar atrás esta pandemia.

Hace muchos meses, cuando las vacunas apenas se intuían, nosotros ya habíamos escrito que frente a una pandemia global, la salida solo podía ser global, y que la ansiada vacunación no sería eficaz hasta que la inmunidad de grupo hubiese llegado a todas las regiones del planeta, tuviesen o no esos gobiernos y esas sociedades menos favorecidas la capacidad de pagar el tratamiento para proteger a su población.

Ahora los mercados tiemblan y vuelven las dudas, y con ellas la debilidad económica, las vacilaciones en las decisiones de inversión, los confinamientos más o menos generales y el cierre de fronteras nuevamente. Las prometedoras previsiones económicas, la mayoría ya eran más voluntaristas que reales, han quedado en entredicho, y ómicron ha explotado cuando los principales organismos, el último la OCDE, ya venían rebajando esas expectativas de crecimiento para este año y el siguiente. Nuestro servicio de estudios, MAPFRE Economics, revisará en breve su expectativa de crecimiento de la economía española a la baja, en línea con la OCDE (en el entorno del 4,5% para este año y del 5% para 2022) alertando sobre los efectos reales que pueda tener sobre el devenir económico otra amenaza que ha reaparecido en los últimos meses: la temida inflación, situada a finales de noviembre en el 5,6% y con pinta de que va a ser más persistente de lo inicialmente se anticipaba, es decir, que tendremos precios altos durante mucho tiempo, lo que sin duda va a suponer una merma en las rentas de los hogares y beneficios empresariales.

Esta situación pone además en un brete a los bancos centrales. La política monetaria se halla ante el desafío de actuar para controlar la inflación, primer mandato de estas instituciones, y la necesidad de no frenar la reactivación económica. Y mientras tanto, en la economía real, de nuevo las incertidumbres sobre los ingresos y sobre el empleo, especialmente en las economías emergentes donde no han tenido esta ventana de oxígeno temporal que han supuesto las vacunas en los países avanzados.

Pero si hemos llegado hasta aquí no ha sido por casualidad, estamos a tiempo de aprender de los errores y afrontar la pandemia como lo que es, una epidemia global, y atendidas las emergencias y siendo más solidarios con la vacunación, los países podemos y debemos centrarnos en la recuperación económica y en emplear, con transparencia y eficacia máximas, las oportunidades en forma de fondos europeos que nos llegan para transformar, modernizar y con ello fortalecer el país.