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La esperanza no mata el hambre

Una improvisada tertulia vecinal revela las carencias que soportan quienes viven en el barrio con menor renta anual de Canarias

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La Rambla de Jinámar, el barrio con menor renta disponible per cápita de Canarias Andrés Cruz

Acabar con el paro es necesario, pero también orientar a jóvenes y mayores para explicarles la necesidad de formarse. También poner a su alcance instalaciones deportivas y guarderías para la conciliación laboral. Todo eso que puede tener casi cualquier barrio y de lo que carecen donde más escasea el dinero.

«¿Abandonados?» repite la pregunta Antonio Cruz antes de resoplar y elevar la mirada en señal de hastío. Una venda oculta los 20 puntos de sutura que le ha costado el accidente laboral que sufrió días atrás, pero no los callos y la erosión que la vida en el andamio ha regalado a este trabajador de 61 años. Tres trillizas de 20 años y «un niño de 15» dependen de su salario. «A ver lo que me dan este mes», señala preocupado en referencia a la situación de incapacidad laboral en que se encuentra.

A veces en su casa son más a la mesa, porque en la Rambla de Jinámar no hallan razones para no compartir lo poco que tienen. Que viene el novio de alguna de las muchachas, pues otro plato que se sirve. Con los «índices de paro tan altos» que se soportan en la zona, apunta Jaime Pascual, jubilado de 72 años y pariente directo del pintor Joaquín Sorolla –es su segundo apellido–, los jóvenes poco aportan al puchero.

«Aquí no hay nada», insiste Antonio. A pocos metros, las obras de una instalación deportiva «llevan paradas 20 días». Si alguien quiere hacer deporte, «tiene que irse a Telde o a Las Palmas» de Gran Canaria. Aparte de que tener las máquinas apagadas supone que unas decenas de personas estén mano sobre mano.

Unos pasos más allá, Juan Hernández se queja de que no le dejen trabajar en la construcción. Tiene 63 años y hace cinco logró superar un infarto, pero se acabó la llana para él. «Yo he sido yesista toda la vida. Pues no sé, que me pongan a barrer», sugiere. Se lo ha dicho así a la asistente social, «pero de momento nada».

Su pareja, Yanira Jiménez (38 años) sí tuvo experiencia con el escobón, pero fue algo pasajero. Ahora no tiene empleo y se dedica a criar a la niña que Juan y ella tuvieron hace pocos años. De relaciones anteriores tienen otros cuatro hijos él y tres ella. La pequeña, sentada en el carrito se queja porque le han quitado el helado que, derretido, cubría ya gran parte de su pequeña manita. «No tenemos ni guarderías cerca», se queja Yanira. Si lo de la conciliación laboral es utópico en muchos otros lugares, en la Rambla de Jinámar suena a chiste.

«Las ayudas» aparecen una y otra vez en el debate. «Te piden un viaje de papeles y tardan mucho», asegura Juan. A que le llamen del paro no puede esperar, porque «en 30 años nunca jamás me ha pasado eso». Con las limitaciones que le impone su dolencia cardiaca, recibir dinero público es una tabla de salvación, aunque la esperanza no mata el hambre.

«La mala fama es enorme y en Jinámar vivimos mucha gente buena», advierte Basilio Hernández

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En estas llega el cartero del barrio. «El que nos trae las malas noticias», comenta divertido Antonio. El empleado de la compañía de reparto sonríe y se encoge de hombros mientras entrega un certificado a uno de los integrantes de la tertulia espontánea que se ha gestado en los soportales del Bloque 1 de la vía que el INE sitúa como la más pobre del Archipiélago.

«Cuánto rollo», afirma el receptor de la misiva sin elegir destinatario para sus palabras y mientras intenta encontrar qué quiere decirle ese papel del Gobierno de Canarias. «Ve al final», le recomiendan. Eureka, le conceden la Prestación Canaria de Inserción. «Menos mal, la había pedido desde junio», apunta.

Saben que es solo un parche y que no pueden vivir toda la vida de este goteo de dinero. «Al comportamiento de la gente le falta orientación», sostiene Jaime en referencia a las mejoras estructurales que habrían de introducirse con el fin de revertir una situación de carencia que se ha enquistado. Además, de todo tipo, incluido «el uso de las drogas».

Abundan los jóvenes que no estudian ni trabajan. Sus familias necesitan dinero, les sale un empleo y ni se lo piensan. Para cuando termina esa experiencia laboral, ni están formados ni el hogar puede prescindir de sus aportaciones mensuales. Para convertir en virtuoso ese círculo vicioso, Yanira Jiménez señala la necesidad de que proliferen las escuelas taller. «No les sirve solo aprender, también necesitan cobrar», detalla. Su hija Yanitza la observa a pocos metros.

En espera de tiempos mejores, varios de los tertulianos integran la plantilla de 25 voluntarios de la Asociación Guaxayra Aguax. Cruz Roja y el Banco de Alimentos llenan sus almacenes con víveres en virtud de un programa de la Unión Europea y ellos los reparten entre los hogares que señalan los servicios sociales.

«Unos 900 ahora mismo», explica el presidente, Basilio Hernández. Tiene 75 años y ha pedido algún crédito cuando escasean los productos. Él apunta otro problema a resolver cuando los jóvenes buscan empleo. «La mala fama es enorme y en Jinámar vivimos mucha gente buena», advierte.

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