Las canas invaden al campo canario y se queda sin relevo generacional

Más del 85% de los productores de las Islas tienen más de 55 años y se jubilarán en diez años | Los pocos jóvenes que se animan apuestan por la tecnificación

El agricultor Manolo Hernández en su finca de plataneras en Arucas, Gran Canaria.

El agricultor Manolo Hernández en su finca de plataneras en Arucas, Gran Canaria. / José Carlos Guerra

Pelo cano, marcas en la cara de la edad, alguna que otra herida de guerra y toda una vida de experiencia. Es el perfil mayoritario de los agricultores canarios debido al envejecimiento del sector. Así lo reflejan los datos de la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Canarias (Asaga), que apuntan a que entre el 85 y el 90% de las explotaciones en las Islas están ahora en manos de personas que ya superan los 55 años, lo que se traduce en que en tan solo diez años nueve de cada diez agricultores estará en edad de jubilación y sin recambios, ya que la incorporación de mano joven al sector no logra cubrir la que se retira. Ni mucho menos.

El presidente de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos de Canarias (COAG), Rafael Hernández, va más allá y asegura que el 70% ya ha cumplido los 60 años, lo que todavía reduce más el margen para «buscar una solución a la falta de relevo generacional». Según Hernández apenas entran unas 100 personas cada año, una cifra que queda muy lejos de la cantidad de salidas previstas para la próxima década. «Llevamos 20 años preocupados por este tema y ahora vemos que nos quedamos sin tiempo y que vamos destinados a que desaparezca gran parte del sector», lamenta el secretario general de Asaga, Theo Hernando.

El agricultor Manolo Hernández sufre este problema en primera persona. A sus 62 años todavía no quiere hablar de la jubilación porque, según sus palabras, los productores solo se retiran cuando se mueren. Él y sus tres hermanos pertenecen a una quinta generación de cultivadores de plátanos en una finca propia en Arucas, pero no hay voluntarios para formar parte de la sexta. El único heredero, a sus 18 años, prefiere, por el momento, las matemáticas y la economía antes que ponerse a labrar la tierra. «Si no tiene la chispa desde pequeño no creo que quiera cambiar de opinión en el futuro», lamenta Hernández a pesar de que su hermana Carmen confía en que el joven despierte el interés por los cultivos con el paso del tiempo. «A mi me pasó, ya de mayor aprendí de mi hermano y me enamoré del sector», reconoce la agricultora.

Vocación

Lo que ambos tienen claro es que se trata de una profesión vocacional. «Volvería a dedicarme a esto sin ninguna duda, vale la pena acabar manchado hasta los topes y con algún que otro dolor», asegura Hernández mientras disfruta del piar de los pájaros que se amontonan cerca de las plataneras. «Esto no lo escuchas en otro lado, solo en el campo, y eso es una auténtica maravilla», asegura.

A tan solo tres años de los 65, el agricultor continúa recogiendo racimos de más de 60 kilogramos con la misma ilusión que hace 40 años ya que asegura que a pesar de las «complicaciones» se trata de un sector precioso. La dureza de las labores le ha provocado incluso una lesión de cadera que le ha obligado a bajar un poco el ritmo en los últimos meses, pero pararse no es una opción para Hernández. «Deshojar, recortar, limpiar. En la finca siempre hay cosas que hacer», afirma.

Además, encontrar mano de obra no resulta sencillo. «Vienen cinco días y se cansan y nos estamos salvando gracias a la inmigración porque con la gente de las Islas es imposible», afirma Hernández, quien recuerda que hace quince años los coches con candidatos se agolpaban en su puerta. «Creo que el exceso de pagas del Gobierno también influye en que la gente no se anime a trabajar», apunta el agricultor, quien asegura que la modernización y tecnificación del sector ha avanzado muchísimo facilitando la labor de los productores. «Ahora hay unas facilidades que antes no teníamos, los jóvenes tienen una percepción equivocada del sector», lamenta.

Y en esto coincide el secretario general de Asaga, quien insiste en que la tecnología ha mejorado «muchísimo» las condiciones de los trabajadores. Hernando anima a los productores a apostar por profesionalizar las empresas y reconoce que no cualquiera puede dedicarse a ello. «No se puede vivir de la agricultura con desconocimiento y cero inversión», afirma.

El cuerpo manda

Si alguien sabe de sacrificio e inversión es Juan Hernández. Este agricultor de 58 años lleva desde los 23 dedicado en cuerpo y alma al sector. Ha pasado por varias cooperativas y actualmente tiene un acuerdo con una empresa nacional que le permite disfrutar de la actividad con «más tranquilidad». En varias fincas familiares de la zona de La Calzada planta papas, coles, lechugas y brócolis muy cerca de donde vive su madre, quien le enseñó que la jubilación no la marca la edad sino el cuerpo. «Ella estuvo cuidando vacas hasta los 83 y ahora con 88 tiene la cabeza en su sitio y no le hace falta ni usar gafas», explica entre risas Hernández.

El agricultor Juan Hernández recogiendo coles en su finca de La Calzada.

El agricultor Juan Hernández recogiendo coles en su finca de La Calzada. / ANDRES CRUZ

El agricultor confiesa que siente un «amor especial» por la profesión y que se le hace imposible desconectar. «Cuando salgo de viaje a algún hotel no puedo estarme quieto, me levanto a las seis y me dan ganas de bajar a ayudar al jardinero», asegura. Tiene muy claro que lo que le queda de vida lo pasará con las manos manchadas de tierra aunque reconoce que a medida que se acerque a la jubilación bajará el ritmo. ¿Cómo se ve en un futuro? Con un trocito de terreno para «trastear» unas cuantas horas al día.

Sus tres hijos se criaron entre frutas y hortalizas, pero solo uno de ellos decidió encaminar su futuro vinculado a la agricultura. El mayor, Gilberto Hernández, es ingeniero agrónomo y dirige una empresa que produce pepino y pimiento ecológico para venderlo al exterior. «Mi hijo está en una oficina por sus responsabilidades, pero lo combina con el campo porque es lo que de verdad le gusta», aclara el agricultor, quien reconoce que es muy «complicado» que los jóvenes se inicien en el sector por la inversión «tan grande» que hay que hacer desde el principio. Un tractor de 40.000 euros , insumos, sistema de riego o más de mil euros mensuales de gasóleo son solo algunos de los costes a los que hay que hacer frente.

Y la cosa se ha complicado más durante este año en el que la guerra en Ucrania ha provocado una ola inflacionista que hunde al sector. «Tengo un compañero que llevaba toda su vida plantando papas y ha tenido que cerrar y dedicarse a conducir un camión», lamenta. Y es que los precios se han disparado. Solo las semillas de 200 sacos de papas cuestan 5.200 euros, lo que según Hernández, ha provocado que la producción de este producto caiga más de un 60%.

Tampoco ayuda que, en muchos casos, se siga incumpliendo la Ley de Cadena Alimenticia, que impide que ningún eslabón venda por debajo de lo que ha pagado. Al saltarse la norma no se garantizan precios justos para los productores. Los beneficios muchas veces no llegan ni a cubrir los costes. «No puede ser que yo venda la col a 22 céntimos el kilogramo, me cueste 18 producirla y después en el supermercado se venda a casi dos euros», critica Hernández, quien lamenta que las administraciones no hayan puesto remedio a esta problemática.

Las ayudas tampoco convencen a los productores que exigen que las partidas lleguen «mucho antes» a las fincas porque el «agua ya les llega al cuello». Lo cierto es que el presidente de Coag reconoce que durante el 2022 muchas explotaciones «se han quedado por el camino».

Entre los que abandonan y las futuras jubilaciones, el campo de Canarias tiene un futuro bastante oscuro en el que son muy pocos los jóvenes que se animan a participar. Uno de los valientes es Alberto Arencibia que a sus 25 años se dedica a plantar zanahorias, puerros y papas en dos fincas alquiladas en Moya y Guía. Su jornada comienza a las seis de la mañana y acaba a las once de la noche, por lo que no tiene ni tiempo para gastaste el poco beneficio económico que recibe por su trabajo. Reconoce que la tierra es «muy dura» y que lanzarse al sector es una auténtica «locura» pero apuesta por enfocar el trabajo en el campo desde la modernización y la tecnificación.

Alberto Arencibia Ramos, joven agricultor de Fontanales, en su cultivo de puerros.

Alberto Arencibia Ramos, joven agricultor de Fontanales, en su cultivo de puerros. / ANDRES CRUZ

Antes de dedicarse al campo estudió dos ciclos superiores de Robótica y Mecatrónica industrial lo que le ha servido para innovar en la maquinaria que utiliza día a día. «Sin maquinas es imposible dedicarse a esto porque la mano de obra está muy cara y la verdura muy barata», añade entre risas. El joven no sabe si aguantará hasta la jubilación pero prefiere no pensar en el futuro y «vivir día a día».

Otro valiente es Moisés Guerra, un canario de 37 años que decidió hace solo siete meses utilizar una finca familiar para comenzar un nuevo proyecto: plantar aguacates. Estudió ingeniería de diseño industrial y un master en diseño 3D pero la pandemia redujo las ofertas de trabajo y la agricultura se convirtió en una opción. Tras investigar los cultivos y ver cual podía ser más rentable, Guerra apostó por lanzarse a una aventura que dará frutos dentro de cinco años.

La teoría la aprendió estudiando y consultando a agricultores veteranos de la zona que le dieron algunas claves, pero teme que su «gran inversión» no le de resultados. «Fue una decisión un poco kamikaze, pero me permite combinarlo con otros trabajos y poder salir para adelante», reconoce Guerra que también dedica parte de su tiempo a la artesanía en madera.

Desde Asaga aseguran que llevan años trabajando en proyectos cuyo objetivo es la atracción de jóvenes canarios hacia el sector. «Intentamos atraerlos dando una visión de sector de vanguardia, con tecnificación y transformación», explica Hernando. Otro incentivo que señalan las asociaciones es la nueva Política Agrícola Común (PAC) que incluye la modificación de la figura de «agricultor activo» que permitirá que más canarios reciban las ayudas europeas. Ahora solo será necesario que los ingresos agrarios representen un 5% del total para poder cumplir con ese requisito para optar a las ayudas, mientras que en la Península el porcentaje es del 25%.

Para el presidente de COAG lo importante es transmitir a través de los medios y las asociaciones las bondades y aspectos positivos vinculados al sector. «Solo salimos cuando nos ocurren cosas negativas y parece que todos son problemas, lo que provoca que la gente no se anime a entrar en la actividad», aclara Hernández.

La jubilación y la falta de relevo generacional no es el único problema del sector. Desde Asaga insisten en estar sumamente preocupados por el retroceso de los cultivos en el Archipiélago ya que han desaparecido cerca de 2.200 hectáreas entre 2010 y 2021. Esta superficie equivale a una pérdida del 5,3% de suelo cultivable y , es más, el cómputo total de la agricultura en las Islas cae por primera vez por debajo de las 40.000 hectáreas.

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