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¡Albricias! ¡Estamos que nos salimos!

La pesada herencia económica que nos deja la pandemia debería evitar una euforia desbordante

¡Albricias! ¡Estamos que nos salimos!

Seguro que cuando la vicepresidenta Calviño dijo esta semana aquello de "no hay precedentes en nuestra historia económica reciente de una recuperación tan rápida", no esperaba la tremenda revisión a la baja que el INE ha hecho del PIB del segundo trimestre. Tampoco lo esperaban todos aquellos organismos, como la OCDE, o el Banco de España que habían mejorado, también esta semana, las perspectivas de crecimiento para este año. Antes de esta revisión (alguien del INE debería explicar cómo es posible una revisión tan profunda en dos semanas) Calviño dijo esperar recuperar ya a fin de año el nivel de PIB "diario" (sea esto lo que quiera que sea) que teníamos antes de la pandemia. Para una ministra caracterizada por el rigor, la contención burocrática y la prudencia, la cosa es para pensar.

¿Estamos, de verdad, que nos salimos? Vamos a ver, el proceso de vacunación ha funcionado muy bien y los resultados son visibles en términos de caída en las cifras de contagiados y fallecidos por la covid. Ello, está permitiendo relajar las restricciones a la movilidad antes de lo previsto, con el consiguiente repunte del consumo privado, de la actividad económica y del empleo. 

Es razonable que previsiones hechas sin tener en cuenta el éxito del proceso de vacunación, se revisen al alza. Incluso es entendible que después de la dureza del año pandémico, la ministra considere que un poco de empatía y ánimo no está fuera de lugar e, incluso, puede ser necesario y de agradecer. Hemos estado tan ayunos de buenas noticias, que parece razonable que desde el Gobierno se quiera dar una alegría al personal. Pero, estoy seguro de que la vicepresidenta, persona seria y competente, no se cree la literalidad de lo que ha dicho. Y que es consciente de los negros nubarrones que tenemos ya en el horizonte y los problemas que la pandemia ha dejado a la vista en nuestro país, siendo el más notorio, la ineficiencia de un aparato administrativo incapaz de gestionar el Ingreso Mínimo Vital o las ayudas directas a empresas. Sobre todo, cuando vamos a hacer pasar por sus manos, los millones de euros de los fondos Next Generation en los que tantas esperanzas se han depositado.

Señalé ya la pasada semana el efecto estadístico de "regreso a la media" que está detrás de la recuperación económica actual. Si estamos creciendo a tasas históricas cercanas al 7%, es porque lo comparamos con al año anterior en que nos desplomamos, también a tasas históricas próximas al 11%. Y dado que no hemos padecido una crisis "económica", sino una crisis sanitaria producto de una pandemia, con repercusiones en la economía, no es correcto hacer comparaciones con crisis anteriores que sí tuvieron su origen en la propia marcha del ciclo económico.

Si nos olvidamos de este hecho fundamental y aplicando la misma lógica con que celebramos la fuerte recuperación, también se puede decir, sin mentir, que acabaremos 2021, con más paro, más deuda, mas déficit público y más inflación que en 2019. Incluso, que estas magnitudes no volverán a ser las precovid hasta, por lo menos, 2023. Y esa pesada herencia económica que nos deja la pandemia, debería evitar una euforia desbordante. Sobre todo, porque no podemos conformarnos con volver a 2019 y dar tres años por perdidos.

Mientras tanto, apenas si hemos avanzado en la corrección de ninguno de los problemas estructurales que arrastra nuestra economía desde hace varios años. No son “culpa” de este Gobierno, pero muchos pensamos que debería ser este Gobierno quien empezara a corregirlas. Por ejemplo, la escasa capacidad de creación de empleo que sigue manifestando nuestra corta oferta productiva, los problemas de una baja productividad vinculada a un tamaño medio de las empresas muy pequeño, la vergüenza de la tasa de pobreza que empieza ya a ser estructural y el maltrato a los jóvenes que significa la mayor tasa de paro juvenil de Europa, lo tarde que pueden emanciparse y tener hijos o las dificultades para acumular ahorros a lo largo de su vida en forma de vivienda.

Como no se puede exigir a ningún gobierno que resuelva en una legislatura todos los problemas que colean décadas, prefiero centrarme en dos asuntos claves, por si mismos, y por la cantidad de efectos secundarios negativos que están generando. Ambos, además, está en manos del Gobierno abordar su resolución. Me refiero al mercado laboral y a las cuentas públicas. Si algo hemos aprendido de la pandemia es que ambos asuntos son fundamentales para la salud económica y cívica de los españoles.

Todavía no hemos resuelto los problemas laborales pendientes del siglo XX, cuando ya nos están atropellando los del siglo XXI. No me refiero a la estrecha y aburrida perspectiva leguleya de quienes creen que basta con cambiar leyes para que la realidad cambie en el sentido deseado. Mientras sigamos concediendo al trabajo el valor real de ser el principal sustento para la mayoría de las personas y el simbólico de forjar nuestra inserción social e, incluso, el sentido a la vida, no podemos abordar sus problemas en exclusiva desde la normativa. España no es capaz de crear los empleos que necesitamos, ni en cantidad ni en calidad. 

Arrastramos desde hace cuarenta años, una tasa de paro que duplica a la europea y un nivel de precariedad laboral que abochorna a los países con los que queremos competir. Y quienes más sufren esta situación son las mujeres y los jóvenes. Podríamos decir, en la época de los adjetivos, que tenemos un mercado laboral escaso, machista y viejuno, que no permite a una parte importante de nuestros ciudadanos llevar adelante el proyecto de vida que deseen y para el que se han preparado. Y todo esto, antes que las empresas-plataforma, la Inteligencia Artificial y el Internet de las Cosas le acabe por dar un revolcón completo para el que no nos estamos preparando.

Nuestras cuentas públicas, por su parte, son fiel reflejo de tres hechos: el importante papel que desempeña el Estado para consolidar una sociedad democrática cohesionada; la incapacidad demostrada para asegurar que se cumpla los principios constitucionales de equidad horizontal (las rentas del trabajo pagan más que las del capital) y vertical (no todo el que tiene más, paga más) y escasa capacidad redistributiva, es decir, problemas para focalizar ayudas eficaces en quien lo necesita. Todo esto se traduce en elevado déficit estructural, ingresos fiscales sobre el PIB por debajo de la media europea y aumento de la desigualdad social, incluyendo una pobreza enquistada a niveles inaceptables. Situación que se agravará cuanto más tarde en aprobarse el factor de equidad intergeneracional de las pensiones y antes vuelva el BCE a una política monetaria que eleve el coste de endeudarse.

Ante ese panorama, sobra la euforia autocomplaciente si encubre falta de voluntad para resolver estos problemas complejos que ya han puesto a prueba a gobernantes anteriores, de todos los partidos. Entre lo que se hace y lo que necesitamos hacer, la brecha es tan grande, como para helarle la sonrisa a cualquiera. Albricias. Dejadme la esperanza.

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