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Opinión

2022 no es bisiesto

Este tampoco será un año "normal" y la alerta sanitaria seguirá condicionando la actividad económica

Una agenda del año presente.

Son tantas las cosas que están pasando a la vez y tantas las que se esperan para el año recién estrenado, que resulta muy difícil decir nada con seguridad excepto que no es un año bisiesto, ni capicúa. Entresacar de un mundo tan fluido e incierto como el que vivimos, donde los cisnes negros forman parte del paisaje, algunos asuntos sobre los que prestar especial atención es un riesgo que sólo nos atrevemos a asumir quienes nos dedicamos a ello.

Con tanta cautela, con la información de que disponemos en estos momentos y con toda la prudencia, creo que en este año deberemos seguir, de una forma especial, los siguientes fenómenos que, en muchos casos, se superponen:

Una pandemia que ha renacido tantas veces, como la hemos dado por muerta. Algunos datos conviene recordar para anticipar lo que podemos esperar: entrando en su tercer año, ya hay 5 millones y medio de fallecidos por el covid en el mundo. Al menos, estas son las cifras oficiales, aunque muchos expertos asumen que podrían ser, fácilmente, el doble. Una cifra nada despreciable, pero a comparar con los cincuenta millones de muertes atribuidas, por lo bajo, a la pandemia de gripe entre 1918- 1920. Una de las diferencias esenciales ha sido, sin duda, la vacuna. De hecho, hoy hay más de 4.500 millones de personas en el mundo con, al menos, una dosis, el 60% de la población mundial, aunque con grandes desigualdades por continentes ya que África sólo ha vacunado al 15% de su población.

Esta disparidad en el ritmo de vacunación hace que no sea descartable el surgimiento y difusión de nuevas variantes del virus. Por tanto, sería prematuro asegurar que 2022 será el año en que se declare el fin del estado de pandemia, lo que quiere decir que estemos preparados para restricciones recurrentes que impactaran, de forma negativa, sobre el crecimiento.

Este tampoco será, pues, un año "normal" y la alerta sanitaria seguirá condicionando la actividad económica, con mayor impacto en los países más dependientes del sector servicios y del turismo. Y eso agudizará las contradicciones con los datos económicos que estamos viendo: por ejemplo, con un PIB inferior todavía al de 2019, entre otras cosas por el desplome del turismo a un tercio de lo que representaba, tenemos ya más ocupados que antes de la pandemia, aunque mantengamos una elevada tasa de paro.

La evolución de los precios seguirá estando en el centro de la atención. De momento, seguimos diciendo que se trata de una subida temporal (¿cuánto tiempo?) de determinados precios, motivada mucho más por estrangulamientos de oferta consecuencia del rápido auge de demanda inducido por las fuertes inyecciones presupuestarias a una economía enferma de covid, y que se calculan en el equivalente al 10% del PIB mundial, que por la fuerte inyección de liquidez que vienen aplicando los bancos centrales, al menos, hasta este año, donde empezaran la desescalada gradual. Sin embargo, esta subida de algunos precios ha provocado ya la pérdida de poder adquisitivo de millones de trabajadores cuyo salario ha crecido, en España, un 1,6% de media frente al 5,5% del IPC. Resulta difícil, en estas circunstancias, evitar un movimiento para vincular salarios con precios y, entonces, sí que tendremos asegurado el regreso de la inflación, en un contexto de crecimiento lánguido, y elevado endeudamiento público y privado.

En 2022 ha entrado en vigor la reforma pactada de la reforma laboral de 2012. Esperando que el Congreso la convalide -no entiendo la postura del PP, cuando le hubiera sido más fácil y perjudicial para el Gobierno apoyarla, con el argumento de que no se ha derogado la reforma de Rajoy gracias a la CEOE- no se espera grandes transformaciones que afecten al núcleo esencial de nuestras empresas. En realidad, lo más destacado de la última reforma se orienta a intentar poner coto, otra vez, a los abusos y fraudes detectados en temporalidad y subcontratación, con algunas lagunas y temor a que acabe en maquillaje estadístico en la administración y con los fijos discontinuos.

Situar la negociación del salario en el convenio de sector, manteniendo lo importante en el de empresa, así como recuperar la ultraactividad, no es nada que preocupe a las empresas serias que suelen retribuir por encima del convenio. Siendo una mejora importante respecto a las medidas adoptadas hace una década en pleno rescate europeo, sobre todo, porque reequilibra la balanza hacia los trabajadores, parece exagerado calificarla de histórica. Tan sólo es muy destacable la adaptación del mecanismo ERTE, en otro de flexibilidad interna, pero permanente: RED, que pueda utilizarse, ante fluctuaciones a la baja de la actividad, como alternativa al despido, cuyo coste, por cierto, no se ha tocado.

De manera inevitable, este año tendremos que prestar especial atención a la aplicación de los fondos europeos ‘Next Generation’ donde, en el momento actual, se juega más el Gobierno en términos políticos, que el país por su impacto económico, aunque este, no sea despreciable. Recuerdo que el Gobierno decidió acogerse, sólo, a la parte de donación de los fondos perdiendo con ello capacidad de impacto, que en términos numéricos representan el 10% de la formación bruta de capital y, sobre todo, que la manera burocrática de gestionarlos les está haciendo perder buena parte del carácter transformador y disruptivo que muchos creímos ver en las primeras valoraciones, sobre todo, en los PERTEs.

Además, conocidas las intensidades representadas por la ayuda en la mayoría de los proyectos convocados, veremos desinflarse una parte de la euforia que desató su aprobación en junio de 2020. Al final, es probable que el mayor impacto sobre nuestro país lo produzcan las reformas que, en paralelo y de manera obligatoria, ha pactado el Gobierno con la Comisión Europea, con la reforma laboral como paradigma.

A nivel mundial, veremos una inflexión al alza en el nuevo realineamiento de los poderes internacionales en torno a la pugna China-EEUU con la carrera espacial y la economía de los algoritmos y la inteligencia artificial como punta del iceberg. Y ello impulsará el reajuste en la globalización que ya estamos viendo tras la pandemia, con una tensión creciente entre democracias y dictaduras con Taiwan y Ucrania como centro.

Por último, deberemos prestar atención al despliegue de la cuarta revolución digital y al auge ofensivo de la desigualdad de renta y riqueza a escala mundial y nacional. Mientras los más ricos del mundo aumenten un 30% su patrimonio, como ha pasado el año pasado, a la vez que la inmigración por hambre, violencia o cambio climático siga creciendo, el populismo y el malestar ciudadano seguirán amenazando la calidad de nuestras democracias. Como ven, tenemos temas para lo que queda del año. Más las sorpresas, claro. Así pues, atentos y bienvenidos al futuro hecho presente.

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