Finanzas

El día en que una banda de rock hizo 'crowdfunding'

Una de las virtudes del capitalismo moderno es la capacidad que tienen emprendedores de todo tipo de negocios de poder financiarse si tienen un producto, servicio y proyecto

Steve Hogarth, líder de Marillion, durante un concierto de la banda de rock progresivo británico en Barcelona.

Steve Hogarth, líder de Marillion, durante un concierto de la banda de rock progresivo británico en Barcelona. / FERRAN SENDRA

Martí Saballs

Marillion debe ser una de las pocas grandes bandas musicales que no pisarán España en la temporada de conciertos de 2023. El rock progresivo liderado por Steve Hogarth se oirá en directo en el Reino Unido, Alemania y los Países Bajos. Aparte de por su música, Marillion pasará a la historia por otro elemento muy distinto: las finanzas.

En 1997 podían haber decidido mantenerse en su periodo de depresión musical o resucitar. Decidieron esto último. Para eso era necesario regresar a Estados Unidos, donde tenían un animoso grupo de fans. Solo necesitaban 65.000 dólares para poder saltar el charco y organizar la gira. No los tenían. Para lograrlos crearon el primer sistema de financiación colectivo que se bautizó posteriormente como crowdfunding. Les convenció uno de sus más acérrimos fans, Jeffrey Pelletier, contra el escepticismo inicial de los músicos. En aquel micromecenazgo moderno pidieron a través de la web a sus aficionados que financiaran su gira. A cambio les dieron un disco especial firmado.

Hasta lo más insólito

Desde entonces, el crowdfunding se ha consolidado en una de las más usadas modernas herramientas para financiar hasta lo más insólito. A cambio, el inversor, sea pequeño o mediano, puede no recibir nada, accciones, compromiso de deuda o ser pagado en especies. Las plataformas de crowdfunding son múltiples y la libertad de elección es total. Un ejemplo es Kickstarter. Anuncia que a través de ella ya se han financiado 239.000 proyectos por valor de 7.300 millones de dólares. Desde proyectos artísticos hasta ONG. 

Si usted tiene una idea que considera genial y necesita dinero para sacarla adelante, tiene hoy muchas y variadas fórmulas. En el pasado, antes del nacimiento del capitalismo moderno, la financiación de los proyectos podía proceder de un mecenas -desde un monarca hasta la Iglesia-, a veces altruistamente; de los bancos, que empezaban a ofrecer préstamos en distintas modalidades; de familias y amigos, que podían dar capital a cambio de ser accionistas o prestar dinero. Fiarse solo de amigos y familias tenía un riesgo si el proyecto fracasaba: la enemistad para siempre con alguien muy cercano. Hay un joven empresario estadounidense a quien este sistema le salió bien en 1903: Henry Ford. Gracias al dinero que le permitió ampliar capital de 11 amigos/conocidos, logró impulsar la fabricación del primer automóvil popular.

Fue tras la Segunda Guerra Mundial cuando el estadounidense de origen francés Georges Doriot lideró en Boston la creación de la primera firma de venture capital de la historia, American Research and Development. Su objetivo era fundar un sistema de financiación ajeno al bancario, que había mostrado sus debilidades en el crac bursátil de 1929. Las empresas de nueva creación tendrían la oportunidad de pedir dinero privado en forma de capital o deuda a individuos agrupados a través de un fondo. Empezaba oficialmente el negocio de los fund raisers.

Grandes empresas y empresarios lideran la financiación de nuevas iniciativas aportando dinero y consejos

Los fondos que invierten en empresas de todo tipo y con fórmulas muy diversas se han convertido en parte del paisaje empresarial. Desde incubadoras destinadas a financiar aquellos proyectos incipientes más prometedores hasta aceleradoras, la terminología de la financiación empresarial ha generado todo tipo de tribus. Hasta las entidades financieras decidieron crear sus propios venture funds como complemento a sus préstamos. Grandes empresas y empresarios, desde Telefónica con Wayra hasta Juan Roig con Lanzadera, tienen sus fondos específicos. Escuelas de negocio privadas, universidades públicas, cámaras de comercio, círculos empresariales, patronales... han ido creando agrupaciones de fondos buscando inversores en el mundo de los business angels, family offices y mecenas de todos los colores.

Dos funciones

El emprendedor debe decidir dos funciones. La primera: cuál es la estructura financiera que más se adecua a sus necesidades. No es lo mismo apostar por ampliar la base social con accionistas que decidir pedir el dinero prestado, generalmente asegurando rentabilidades altas por el mayor riesgo. La segunda: cuál es el nivel de implicación en la gestión del socio o prestador. ¿Debe ser muy activa o ser un simple observador y opinador eventual? 

La confianza y la transparencia informativa es clave para determinar el grado de relación. Tener a mil fans que te den 60 euros cada uno para sacar adelante un proyecto de crowdfunding no es lo mismo que pasar los deberes mensuales a un venture fund o a un business angel que puede acabar teniendo más de demonio que de ángel si los números no salen.

¿Hay capacidad para innovar en el mundo de la financiación? Seguro que sí. Si no, que se lo pregunten a Marillion y las puertas que abrieron.