WhatsApp, la aplicación de mensajería instantánea más popular del mundo, introdujo hace unos meses, como ya sabéis, una nueva función que nos permite escuchar los audios más rápido, concretamente a 3 velocidades: 1x, 1,5x o 2x.

Cuando lo descubrí, se me puso inmediatamente una sonrisa en la cara. Todos tenemos cerca gente que en vez de audios manda auténticos podcasts de 7, 8 minutos de duración, poder escucharlos en la mitad de tiempo era todo un alivio. Además, ahora no me tendría que sentir culpable si a mí también se me iba la lengua y mandaba un mensaje de audio más largo de lo habitual.

Cuando me enteré de la novedad, no tardé en mandar un mensaje al grupo de amigas: “¿Chicas, os habéis enterado de la novedad de WhatsApp?” Algunas ya lo sabían, otras no. Total, que estuvimos un rato hablando del tema y alabando a la cabeza pensante que había tenido esta maravillosa idea.

Por la tarde, cuando volvía a casa en Metro, tuve la oportunidad de reflexionar sobre esta nueva funcionalidad, y pronto se me vinieron a la cabeza las palabras de la divulgadora Catherine L’Ecuyer en uno de nuestros eventos: “Si comparamos los dibujos animados que vimos nosotros de pequeños con los que ven nuestros hijos, nos daremos cuenta del cambio. Cuando nosotros veíamos la abeja Maya, volaba lentamente con Willy. Ahora están rehaciendo muchos de los contenidos que nosotros veíamos de pequeños, pero a una velocidad vertiginosa”. De pronto caí en algo más: esta nueva funcionalidad que ahora ofrecía WhatsApp, llevaba tiempo ofreciéndola YouTube: nos ofrece la opción de ver sus vídeos de manera acelerada.

Estamos empezando a consumir contenidos a una velocidad ficticia, que no existe en la vida real. Nadie habla a 2x, ni se mueve a 2x. Pero nosotros estamos empezando a consumir a esta velocidad.

También recordé que, en la misma ponencia, Catherine nos contó una anécdota que compartió con ella una maestra en Alicante: “Una niña de 3 años, mientras la maestra contaba una historia en clase, se levantó y le dijo: “esto que estás contando no me gusta, paaaasa” e hizo el gesto de deslizar con el dedo, como hacemos en las pantallas táctiles para cambiar de contenido”.

Cogí el móvil rápidamente, abrí WhatsApp, y mandé un audio al grupo de amigas en el que por la mañana habíamos estado comentando los beneficios de esta nueva modalidad: “Chicas, acabo de caer en una cosa: no deberíamos escuchar los audios de forma acelerada. No, porque vamos a acostumbrar a nuestro cerebro a una velocidad que no existe en la vida real, y cuando quedemos con alguien a cenar, y nos cuente qué tal le va la vida a velocidad normal, nos vamos a aburrir, no vamos a soportar esa lentitud. Hay numerosos estudios que demuestran que el consumo de pantallas en niños a edades tempranas está relacionado con el riesgo de padecer TDAH más adelante. El cerebro se acostumbra a ritmos rápidos, y cuando vuelve a la vida real, se aburre, siendo incapaz de concentrarse en actividades lentas, como leer, estudiar o, simplemente, ver una película sin tener ningún otro dispositivo cerca que consultar a la vez. Esto explica porque nuestros hijos son tan impacientes, no saben concentrarse o son incapaces de centrar su atención más de 2 minutos en algo. Algo similar nos podría ocurrir si nos acostumbramos a la rapidez del 2x en los audios de WhatsApp”.