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Perfil | Pablo Casado

Regreso (reforzado) a las esencias aznaristas

El líder y candidato del PP, paladín del liberalismo económico y del conservadurismo social, radicaliza aún más su discurso para frenar la fuga de votos a Vox

Pablo Casado Montecruz

El PP ha decidido recluirse en sus esencias más conservadoras, las que heredó de su originaria Alianza Popular, para hacer frente a las dudas e incertidumbres que el partido está viviendo tras los acontecimientos políticos de los últimos años y que amenazan con convertirse en una auténtica travesía del desierto. Una condena judicial por corrupción y un desalojo del Gobierno por la vía inédita en democracia de una moción de censura, han dejado abierto en canal al partido de referencia del centro derecha español, una situación de extrema dificultad que se agrava con la aparición de ofertas políticas y electorales competidoras que abren aún más dudas sobre como enfocar el futuro. El hombre al que el PP ha entregado el timón en este contexto diabólico, Pablo Casado (Palencia, 1981) no es precisamente un dirigente con cintura ideológica, como lo era Mariano Rajoy, su antecesor, sino un auténtico cachorro del conservadurismo español más clásico, un alumno aventajado de José María Aznar y de Esperanza Aguirre, referencias de la derecha identitaria y "sin complejos" de un partido que, sin embargo, siempre ganó las elecciones desde el centro político.

El actual líder del partido y candidato a la Presidencia del Gobierno en las elecciones del próximo día 28 se ve obligado, ciertamente, a un movimiento estratégico por la aparición de una oferta de extrema derecha que antes cobijaba, de forma controlada, en su propio seno. Vox es una amenaza electoral para el PP y parece estar quitándole muchos votos en ese sector de la población identificado con el llamado franquismo sociológico, en parte por el cansancio de la marca tras los años de los recortes, la corrupción, y por considerar que ha sido blando en la gestión del procés independentista en Cataluña. Pero Casado, lejos de tratar de atraerlos con argumentos de otra índole, ha entrado en la dinámica extremista de sus ex compañeros de partido y parece sentirse muy cómodo en esa guerra de mensajes 'salvapatrias'.

Y es que el líder del PP, de hecho, inició la campaña no sólo haciéndole el juego a Vox en el discurso, sino haciendo un ejercicio de auténtica laminación de lo que supuso la etapa de Rajoy al frente del partido y del Gobierno, cuestionando elementos centrales de la política del PP desde el 2011, pero también haciendo una limpia en las listas electorales de todo lo que tuviera que ver con el marianismo. Ha hecho así valer, sin miramientos, su triunfo en el Congreso Nacional del partido de julio pasado frente a Soraya Sáenz de Santamaría, la en su tiempo todopoderosa vicepresidenta del Gobierno que fue su rival en esa contienda interna y a la que ganó gracias a su alianza con Dolores de Cospedal.

Un proceso en el que contó con el apoyo personal y el trabajo entre bambalinas del expresidente del PP de Canarias y exministro de Industria, José Manuel Soria, y en el que incorporó como su principal valedor en las Islas al diputado por Las Palmas Guillermo Mariscal, que el 28-A repite como candidato al Congreso pero en este caso encabezando la lista por la misma circunscripción. Casado fue derrotado ampliamente en Canarias por Sáenz de Santamaría en el proceso de primarias, como ocurrió de facto en la mayor parte del Estado, pero tras su triunfo posterior por su pacto con Cospedal, apostó por mantener el status quo apoyando a Asier Antona para que siguiera liderando el PP canario e intentando salvar los muebles en una comunidad donde sus expectativas, tanto en las generales como en las autonómicas y locales del 26 de mayo, no son nada halagüeñas.

Afiliado al PP desde 2003 e iniciado en política en 2007 en el ámbito de la Comunidad de Madrid, donde dominaba con suficiencia y descaro político la Esperanza Aguirre más neoliberal y antisocialista, nunca ocultó su perfil conservador labrado en el ámbito académico en colegios católicos y universidades privadas también ligadas a la Iglesia, aunque concluyó sus estudios de Derecho en el CES Cardenal Cisneros, un centro privado de titularidad de una fundación de la autonomía madrileña y adscrito a la Universidad Complutense de Madrid. Fue presiden-te de Nuevas Generaciones del PP de Madrid entre 2005 y 2013, y paralelamente director del gabinete del ya expresidente Aznar, entre 2009 y 2013, habiendo sido además elegido diputado autonómico por esa comunidad en 2007, lo que no le impidió 'cursar' numerosos títulos académicos y 'másteres' en la Universidad Juan Carlos I que a la postre han resultado de dudoso valor porque prácticamente se los regalaron.

"Trato de favor"

Este ha sido uno de los frentes que se ha mantenido abierto en la proyección de su carrera política y del que se ha visto librado por los pelos al considerar el Tribunal Supremo que el "trato de favor" que le dispensaron en ese polémico centro universitario, según consta en el auto dictado al respecto y en el que se rechazaba abrir una investigación, no conlleva ilícito penal por muy cuestionado que sea el procedimiento con el que engordó su currículum académico. Tuvo más suerte que su compañera de partido Cristina Cifuentes, cuya imputación por cohecho le valió la renuncia a todos sus cargos políticos, entre ellos el de presidenta de la Comunidad de Madrid que ostentaba en ese momento. El enchufe y los títulos obtenidos sin exámenes y en tiempo récord no avalan la imputación, pero "pudiera merecer otro tipo de consideraciones ajenas al Derecho Penal", sostenían los jueces justo dos meses después de que Casado aprovechara la tiritona (o retirada estratégica hasta esperar mejor oportunidad) que le entró al gallego Alberto Núñez Feijóo, para presentar su candidatura a relevar a Rajoy y jugar la baza de la división interna para alcanzar el liderazgo conservador.

De entre todos los dirigentes populares en liza para presidir la nueva etapa del partido, él era el de claro perfil más conservador pese a ser también el más joven, tal como está quedando patente en esta campaña en la que se ha metido en todos los charcos ideológicos de los que el PP trataba de escapar en los últimos tiempos.

Ferviente opositor al derecho de la mujer al aborto, se declara sin tapujos también contrario a un ley de muerte digna, a la ley de memoria histórica, a la exhumación de los restos del dictador Francisco Franco, a sacar la religión de las aulas en la enseñanza pública, al laicismo del Estado, al feminismo militante y reivindicativo, o una ley de reproducción asistida de aplicación universal. Rechaza además cualquier proceso de diálogo en Cataluña para superar la división política y social en aquella comunidad autónoma y la normalización de relaciones con el Estado. Partidario de aplicar ya y por tiempo indefinido el artículo 155 de la Constitución en ese territorio para combatir el procés, se ha declarado, paralelamente, partidario de restar poder a las comunidades autónomas y restituirlo al Estado, un centralismo con el que descarta así cualquier acuerdo de futuro para reformar la Constitución y ajustar el encaje de algunas de ellas en el sistema político-territorial español.

El otro ámbito en el que no templa gaitas este locuaz y temperamental dirigente, que dice que el socialista Pedro Sánchez gobernará con ministros independentistas y batasunos y al que acusa de "preferir manos manchadas de sangre que pintadas de blanco", es la economía, donde defiende el libera-lismo más radical de la mano del friqui y heterodoxo, inclu- so desde la óptica conservado-ra clásica, Daniel Lacalle, con unas rebajas fiscales históricas que pondrán a prueba las costuras del estado del bienestar en este país.

Lacalle no es sin embargo el fichaje más llamativo de Casado para estas elecciones, que lleva de número dos por Madrid al controvertido Adolfo Suárez Illana, y a militares retirados, toreros, periodistas, o deportistas sin ningún bagaje político, lo que ha provocado mucho malestar en ámbitos del partido. El candidato del PP a La Moncloa cita como inspiración los postulados de Friedrich Hayek en Camino de servidumbre, una crítica feroz al intervencionismo del Estado y una defensa a ultranza del individualismo y del dinero en el bolsillo de los contribuyentes. Pero su visión dista mucho de la del Nobel austriaco, porque su apego absoluto al ultraliberalismo económico se traslada en lo ideológico a un intervencionismo moral que nadie le ha pedido.

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