Las elecciones del 28A no se deciden sólo en Cataluña, pero Cataluña decide más que otras plazas. Por tres razones: a) detonó la convocatoria de los comicios cuando los partidos independentistas en el Congreso le devolvieron a Pedro Sánchez los Presupuestos; b) la cuestión catalana (el 'conflicto') ha parti- do la política española en dos bloques que se enfrentan en la campaña electoral más bron- ca que se recuerda; y c) gane quien gane, se busque un arreglo (PSOE, Unidas Podemos, PNV y Compromís) o se intervenga a perpetuidad el autogobierno (PP, Cs y Vox), el "problema catalán" condicionará el mandato de los nuevos diputados y senadores.

Éste es el marco general, dentro del cual laten otras cuestiones del máximo interés. Así, por primera vez una fuerza independentista, ERC, puede ganar unas elecciones generales en Cataluña; y además, según el macrobarómetro del CIS publicado dos semanas atrás, duplicando su actual número de escaños (pasaría de 9 a 17-18) y quedando por delante del PSC, que, no obstante, también duplicaría los suyos (de 7 a 12-14). Esquerra obtendría ese espectacular resultado a costa de Junts per Catalunya (JxC), la formación que gobierna desde Waterloo Carles Puigdemont, que perdería la mitad de sus diputados en el Congreso (se quedaría con 4-5 de los 8 que ahora sienta el PDeCAT en la Carrera de San Jerónimo).

Razones para tal vuelco hay varias, pero, sobre todo, dos: a) el perfil más pragmático adquirido por los de Oriol Junqueras (que encabeza la lista desde la prisión de Soto del Real) tras el impacto de la aplicación del artículo 155 de la Constitución -que dota al Estado de un mecanismo coactivo para obligar a las comunidades autónomas que atenten gravemente contra el interés general de España- y la experiencia traumática de la cárcel; y b) el plus emotivo-visceral que proporciona al votan-te independentista la diaria exposición de Junqueras en el banquillo de los acusados (con la que el 'exilio' de Puigdemont en su casona de Waterloo, con plena libertad de movimientos para poner y deponer dirigen-tes, no puede, a lo que parece, competir).

Bien es verdad que los cuatro cabezas de lista de JxC que también están siendo juzgados en el Supremo (Jordi Sànchez, Jordi Turull, Josep Rull y Raül Romeva) deberían obtener idénticos o similares réditos electorales de su vía crucis judicial, pero, según las encuestas, por ahora no es así. (Las preguntas, nuevamente, deben dirigirse a Puigdemont y a su elección del 'exilio' en vez de la cárcel: las elecciones se disputan en casa, no entre observadores internacionales y partidarios de la independencia de Cataluña diseminados por toda Europa).

Sea como fuere, lo que importa del vaticinado triunfo de ERC en Cataluña es que pueda tra-ducirse, a la hora de la verdad (la investidura de Sánchez), en una facilitación, no en una obstaculización. Y en este punto se han registrado importantes movimientos en los últimos días. El primero, del propio Junqueras, que en carta a la militancia del pasado jueves día 11 recomendaba no caer en el "error de fi- jar líneas rojas que a la hora de la verdad se conviertan en un cheque en blanco para un gobierno del tripartito de extrema derecha".

A Sánchez, Turull, Rull y el candidato de JxC a la Alcaldía de Barcelona el 26M, el también acusado Joaquim Forn, les faltó tiempo para dar un paso en la misma dirección. Si de ellos "depende", escribieron en el diario La Vanguardia, no mirarán "hacia otro lado a la hora de hacer posible un gobierno esta- ble, siempre y cuando el candidato [Sánchez] no niegue el referéndum de autodeterminación como una de las opciones de solución".

¿Qué hay detrás de ambos movimientos, rebajas ostensibles de las exigencias hechas hasta ahora? Obviamente, el temor a que PP, Cs y Vox sumen suficientes escaños como para coser un pacto que materialice el pujante nacionalismo español, recrecido a los pechos, precisamente, del procés.

Obviamente, también, el augurio del CIS de que el PSOE podría gobernar sin contar con los independentistas. O el espantajo, agitado sin tapujos por ERC y Unidas Podemos, de un hipotético pacto con Ciudadanos que ni el republicano Gabriel Rufián ni Pablo Iglesias explican cómo podría vender Albert Rivera a sus afiliados y votantes después de que la ejecutiva naranja, por unanimidad, vetara ya en febrero cualquier entendimiento con los socialistas. "Ni con el PSOE ni con Pedro Sánchez", sentenció entonces el número dos de Cs, José Manuel Villegas.

Lo más probable es que la postura posibilista exhibida durante la campaña por las fuerzas independentistas sea fruto de una combinación de dos factores: el ya citado del riesgo de un tripartito de derechas -que el presidente del CIS, José Luis Tezanos, estimuló al día siguiente de la publicación del macrobarómetro, en teoría para frenar el tradicional abstencionismo de una parte de la izquierda que hizo estragos en las andaluzas del 2 de diciembre-, y el propio viraje del jefe del Ejecutivo en funciones: desde la mesa de partidos y el relator que estaba dispuesto a instalar para superar el trámite de enmiendas a la totalidad de los Presupuestos Generales del Estado, hasta el actual "no es no" al referéndum, que es el lado de la cara que ahora le toca poner para (sin perder la dignidad presidencial) responder a las acusaciones que le llueven cada día de Pablo Casado y Santiago Abascal ("peligro para España", "enemigo de España", "amigo de los bilduetarras").

Es de esperar que si el CIS y las encuestas publicadas hasta ahora no yerran en sus vaticinios y PP, Cs y Vox -que no pueden pactar con nadie más- no suman mayoría absoluta en el Congreso, los independentistas catalanes troquen sus posiciones "moderadas" de ahora mismo en exigencias a cara de perro. A menos, claro, que un PSOE con 130-135 diputados, y apoyado por Unidas Podemos, PNV y Compromís, se baste para investir a Sánchez. En ese caso, todo sería negociable, aunque, sin influencia en Madrid, ERC, ganadora de los comicios, probablemente instigaría la caída de Torra y habría elecciones catalanas en otoño, -Y probablemente las habrá, sea cual sea el escenario, pues el procesismo a distancia declina-.

Sin embargo, con un 40% de indecisos todo puede ocurrir, hasta que los soberanistas tengan que emprenderla a cabe- zazos con la pared por no ha- ber apoyado en su día los Presupuestos y desencadenado un vendaval que puede dejarles el autogobierno hecho unos zorros.