Henry González, además de jugador del Atlético La Restinga, es peón platanero. Su tajo se encuentra entrando por Las Lapillas, y son unas 12 hectáreas de invernadero pegadas al Mar de las Calmas. En las fotos por satélite que se han hecho famosas con la mancha bobiando al sur de la isla se puede ver claramente la finca: un rectángulo de plástico en medio del malpaís general que envuelve a La Restinga. A González, como a su compañero Xavi Mujica, le chifla cada vez que el suelo tiembla. El otro día le supo a gloria ver cómo se movían los altavoces de su equipo de sonido. "Es superguay", dice. Y no se va de La Restinga "aunque explote por babor y por estribor". Y eso que cada vez que tiene que ir con su cuadrilla a las plataneras tiene que pasar un control de la Guardia Civil, que apunta matrícula, número de trabajadores y de vehículos para tenerlos presentes en caso de evacuación. Allí van a cortar flotillas y desmembrar manillas con, a veces, un importante olor a azufre, o una mancha flotante de peces muertos. El verde de las plataneras a veces parece reflejarse en el Atlántico, pero no es reflejo, es azufre, "como huevos podridos", y se ríe.